jueves, diciembre 17, 2020

#HappyBirthdayLudwig

No se sabe a ciencia cierta el día en que nació Beethoven. Lo qué sí está registrado es que un día como hoy fue bautizado en la iglesia de San Remigio, en Bonn, donde vivo ahora. 

Mi historia con Beethoven se remonta a mucho tiempo atrás, quizás antes de que yo tuviera conciencia de la existencia de un país llamado Alemania.

Mi padre ha sido siempre un fanático de la música clásica y algunos de los primeros recuerdos que tengo son de él, bastante joven (con al menos diez años menos de los que hoy tengo yo) poniendo a todo volumen sus discos de la Nonesuch o la Deutsche Grammophon, con una especial devoción por la música de Beethoven, el maestro de los maestros como siempre lo llamó. El tocadiscos, todas las agujas que rompí y el sonido de una casa cubierta de sinfonías y conciertos son parte fundamental de mi memoria afectiva.

A menudo Joaquim me pregunta cuándo llegará el día en que podrá salir solo e incluso vivir por su cuenta. Pienso en lo difícil que debe ser dejar a los hijos partir y que solo el amor más grande y la confianza en ellos puede lograr que, a pesar de quererlos cerca, uno acepte que libres descubriendo el mundo y descubriéndose a sí mismos pueden estar mejor. Y fue así que mi papá alimentó mis sueños y fortaleció mis alas desde que yo era pequeña.

A los 16 años salí por primera vez de casa y pasé una temporada, coincidencialmente, aquí en Bonn, con una persona a la que hasta el día de hoy considero mi hermana. Una noche fuimos juntas a la filarmónica de Colonia a escuchar el concierto número cinco de Beethoven: el Emperador. No hay para mí un sonido más hermoso que el paso entre el segundo y el tercer movimiento, luego de que soplan los vientos y el piano se anuncia tímido, hasta que entra impetuoso casi un minuto más tarde logrando que todos los nudos de la existencia se desaten y la belleza llegue a un punto tan nítido en el que todo aquello que parecía roto pueda repararse ante tal lirismo y vigor.  

Este año se celebran los 250 años del nacimiento de Beethoven y casi parecía un sueño vivirlo en su ciudad natal, donde se había planeado un año entero de festejos, con música todos los días en todas las esquinas y un enorme repertorio para rendir tributo al más grande de los clásicos. Desde los más aclamados regentes y solistas, hasta músicos jóvenes y niños en formación estaban invitados y yo esperaba entusiasmada muchos momentos de éxtasis y de lágrimas que no me salen fácilmente pero que me inundan y me lavan cuando vienen con música y el recuerdo de mi papá. Anhelaba una visita suya y que juntos escuchásemos tanta música, pero ya sabemos todos que este año traicionó nuestros deseos. Mi papá y yo apenas hemos podido vernos y oírnos a través del teléfono. Lo hemos hecho con angustia, con tedio, con incertidumbre, pero también con ímpetu, llenos de amor y de sueños porque esa ha sido siempre la marca de nuestra relación. 

Beethoven merecía una celebración mejor que un día de lluvia, en una ciudad vacía donde apenas pasean pocos rostros enmascarados y tristes. Pero a pesar de todo la música vive adentro y como el otro día me dijo mi amiga Ilana, sobrevivir a este año fuertes y juntos ya es lucro, de modo que, con gratitud eterna, feliz día maestro y feliz día papá.


lunes, mayo 25, 2020

Algunas ideas sobre Esperando el carnaval


En la ciudad de Toritama, en el agreste brasileño, cada año se producen más de veinte millones de jeans. Los habitantes trabajan jornadas que a veces superan las 16 horas, en régimen de autonomía. Espacios improvisados de sus propias casas les sirven de taller. Ahí cosen bolsillos, ponen cierres, pegan botones. Su casa es su empresa y su tiempo les pertenece. Esto los llena de orgullo aunque en realidad ilustran la paradoja contemporánea: ¿emprendedores o promotores de una esclavitud autoimpuesta?

Cuando era niño, Marcelo Gomes acompañaba a su padre, un inspector de hacienda, en sus recorridos por el Nordeste. La proliferación de talleres, la contaminación añil y el ruido de las máquinas no eran parte de Toritama, convertida hoy en un microcosmos capitalista donde el descanso apenas llega en carnaval. 

En su última película, el reconocido realizador brasileño se reconecta con el cine
documental y descubre una serie de personajes espontáneos, generosos y singulares a quienes filma siempre trabajando. Las conversaciones que mantiene con ellos se alternan con envolventes secuencias donde se evidencia la mecánica de la producción. Su voz afectuosa y calma vuelve de tiempo en tiempo en forma de recuerdo.

Este es, sin duda, un filme donde el control y la espontaneidad se mezclan en proporciones perfectas. Hay algo intangible que emana de la pantalla como si fuera magia: una sonrisa, una sensación de deslumbramiento, una capacidad inusual de hacerte sentir como si fueras al cine por primera vez.

¿Pero cómo una experiencia tan cálida y acogedora puede ser profundamente triste a la vez? Es que el trabajo en la película, por más que sea una experiencia dignificante, es un proceso repetitivo y extenuante, un estado mental de sus personajes para quienes el objetivo principal de la vida parece ser la prosperidad financiera a toda costa, aunque tengan que pasar por encima de sí mismos y aunque nunca llegue.

*Este texto se publicó originalmente en La Revista Ambulante, edición 2020

domingo, noviembre 03, 2019

Alcanzar lo real a través de los sueños


Dice una de mis canciones favoritas que en un lugar a la vuelta de la esquina viven los amigos muertos. Esquinas así pululan en Río de Janeiro y allí se encuentran —a veces vivas, a veces muertas— esas amigas que llegaron a la ciudad caníbal envueltas en dudas pero con la convicción de vivir libremente, despojadas al fin de una virilidad tan obligada como inexistente. Juntas han vivido la supresión hormonal, los implantes de silicona en las tetas, el hábito de esconder el pene entre las piernas para enfundarse en un leotardo iridiscente. Han compartido el placer y el dolor venéreo; noches de gozo y noches de duelo. Han muerto juntas también, sea por un crimen de transfobia, un brote sifilítico o una neumonía que la seguridad pública no supo curar a tiempo. No han faltado risas, bailes y sueños. Todo, en resistencia.

Luana Muniz, suerte de abeja reina en esa colmena, fue una de las primeras mujeres transgénero en Brasil en abrazar su identidad plenamente. Fue también, por su seducción y militancia, la travesti más conocida de la noche carioca. Ahora da vida a Obscuro barroco, filme que surge gracias a la complicidad entre ella y la cineasta griega Evangelia Kranioti.


Para hablar de los espacios líquidos e incontenibles de su identidad transgénero, Luana toma prestados fragmentos de Agua viva, obra cumbre e inconmensurable de Clarice Lispector. “Alcanzo lo real a través de los sueños”, o “Fijo instantes repentinos que traen consigo su propia muerte y otros nacen; fijo los instantes de metamorfosis y su secuencia y su concomitancia son de una terrible belleza”, podrían ser algunos de los extractos que resumen, quizá involuntariamente, el espíritu de una obra de extraordinaria sensibilidad y potencia artística, destinada tempranamente a convertirse en réquiem.


Mientras tanto, un clown sonámbulo y de gesto triste —especie de Cassiel en Las alas del deseo— recorre incrédulo la noche embriagada de Río de Janeiro. Extrañas contradicciones: la ciudad de cuerpos libres, carnavales desenfrenados y florestas clorofílicas donde todo parece posible, en realidad censura, segrega y mata. Hablar de Brasil así, ahora, desde la mirada íntima e insolente, es un poderoso acto de amor y urgencia. 


* Texto publicado originalmente en la revista Ambulante n.º 3 (febrero, 2019).

jueves, mayo 23, 2019

Una biblia para limpiar el pasado

A propósito de Pastor Cláudio, de Beth Formaggini, filme que pasó por los 17EDOC y que estuvo en cartelera no hace mucho aquí en Brasil


Pastor Cláudio, de la experimentada realizadora Beth Formaggini, es un filme nítido y espeluznante. Muestra, en 76 minutos, una conversación entre Cláudio Guerra —exjefe de policía responsable de asesinatos, desapariciones y torturas durante la dictadura civil-militar en Brasil, hoy convertido en pastor evangélico y el psicólogo, investigador y activista de derechos humanos, Eduardo Passos.

Colaboradora cercana de Coutinho, Formaggini parece haber heredado en Pastor Cláudio esa cualidad tan propia de la obra del realizador brasileño de existir en el límite entre lo que solemos llamar cine y lo que podría ser nada. Con un galpón por escenario, sin música, sin adornos, sin guion, cuatro cámaras fijas y absoluta asepsia en el montaje, Pastor Cláudio emplea un dispositivo aparentemente simple del que emergen contundentes revelaciones. Si el filme resulta tremendamente desestabilizador, no es tanto por lo que dice sobre un pasado cruento, como por sus consecuencias palpables hoy en día —incluso si la narrativa sobre la dictadura militar brasileña (1964-1985) no ha sido tan explorada como en los países vecinos del Cono Sur, hay algo de sus prácticas y efectos que todos sabemos—. En la película de Formaggini, lo que aturde especialmente es la lucidez con que devela cómo este sinuoso presente brasileño existe en buena medida porque la dictadura no fue extirpada de raíz.

Crímenes políticos como el reciente asesinato de la concejal Marielle Franco, ejecuciones extrajudiciales como las que ella justamente denunciaba, operativos selectivos y violencia policial en las zonas más vulnerables, la intervención militar en Río de Janeiro con el supuesto fin de precautelar la seguridad, la creciente operación de milicias (es decir grupos paramilitares), dudosas alianzas entre el sector público y empresarios privados en busca de privilegios mutuos, la creciente interrupción de libertades personales y una defensa irrestricta del status quo por parte de ciertos grupos de la sociedad, muchos de ellos evangélicos como el propio alcalde carioca... La lista podría continuar ad infinitum, enumerando las herencias directas de aquel modus operandi.


La Ley de Amnistía de 1979, “cuestionable” en palabras de Formaggini, aparentemente buscaba una reconciliación y abrir las puertas a un Brasil democrático, sin embargo instauró la impunidad en un país donde 434 personas fueron asesinadas o desaparecidas por el régimen militar, según concluyó la Comisión de la Verdad de 2014. Cláudio Guerra, otrora torturador, es ahora pastor evangélico. Con la Biblia entre las manos intenta lavar su imagen; si proviene de los diezmos de los fieles, ¿quién va a poner en duda la buena fuente de su sustento?

Guerra no es un caso aislado. Él, como tantos otros, nunca fue juzgado por los crímenes cometidos y las actividades delictivas en las que se vio involucrado en sus años de servicio como delegado de policía. Con una chocante ausencia de gesto en la cara es capaz de decir cosas como: “Hoy soy leal a Dios. Solo que me metí con las personas equivocadas”, o “Tengo setenta y pocos años, una jubilación ínfima. Tendría que jubilarme como delegado. Pero mi derecho es negado”.

Abstraerse de la ecuación suele ser el camino en Brasil. En un ensayo publicado en la edición de abril de 2018 en la revista Piauí, el realizador y periodista João Moreira Salles reflexiona en torno a una serie de grafitis diseminados por las paredes cariocas con la leyenda “Não fui eu”. “Tomado por el valor nominal, ‘No fui yo’ es una afirmación de inocencia. ¿Sería ausencia de culpa o de responsabilidad?”, se pregunta. Pastor Cláudio habla también de eso: la negación no apenas como forma de eximirse del pasado, sino la forma colectiva de encarar un presente que nos devora.

lunes, mayo 06, 2019

A mi abuelo


Hace 15 años le pedí, Papillito, que me cuente sus memorias para un documental sobre su vida. Usted me devolvió, puntual como siempre, dos cintas de audio que guardo como mi mayor tesoro.

Empezó por su primer recuerdo: a los seis años, un castigo corporal por haber fallado a un mandado de su papá, como consecuencia al terror que le provocó un perro grande en el camino. En dos horas, a través de su voz, viajé por su vida, la cual, al menos en la fase inicial, estuvo marcada por penurias, hambre, el sacrificio de su madre y el abandono de su padre.

Algo que me ha costado siempre entender —aunque sea la paradoja más bella y el fundamento de mi propia historia—, es cómo usted, Papillito, que creció con tantas carencias, supo convertir el abandono en amor; la ausencia en protección; la dificultad en prosperidad; el descuido en rectitud; cómo una persona a la que la vida le falló tantas veces nunca se quedó sin cumplir una promesa.

Mi abuelo, mi héroe, el rey de la carretera. Podría olvidarme de todo menos de la sensación al cruzar en su camioneta las montañas de la provincia de Chimborazo, sentada en la falda de mi Rosita, oyendo a José Larralde, amada y mimada como todo niño merece. Han pasado más de treinta años y no se va de mi boca el sabor del ceviche de pescado de Chipipe, que nos íbamos a comer en secreto usted y yo, en el quiosquito de Tropical. Era el sabor de sentir que yo era especial para usted.

Ya de adulta, vivimos por algunos años en el mismo edificio. Qué falta me hacen esos finales de la tarde cuando subía a verles a usted y a la Ro y les contaba mis planes, mis frustraciones, mis dudas. A veces también hablábamos de las noticias del día, de cualquier cosa sin importancia, o mejor aún, la Rosita recitaba un poema:


Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.


Y desde que me fui busco, y en ningún lado encuentro, algo que me de ese mismo sosiego, el del dormitorio de mis abuelos.

A donde quiera que yo mire, aunque viva lejos, aunque los años hayan pasado, algo me conecta siempre con usted: cuando me miro al espejo y descubro sus bellas arrugas en mi frente, cuando mi carácter es fuerte, a veces demasiado; cuando me caigo y me levanto, cuando llego cinco minutos antes a un encuentro, cuando comparto lo que tengo.

Esta Navidad la vida me dio una alegría, tarde pero aún a tiempo, cuando puede presentarle a mis hijos y ellos pudieron conocerle a usted. Joaquim y Sofia no llevan nuestros genes pero llevan su apellido, Ramia, porque usted me enseñó que lo que cuenta no es lo que uno trae al mundo sino lo que uno forja. Con qué valentía revirtió usted las angustias de ese comienzo tan duro. Yo me encargaré, y honraré así su memoria, de que ellos sean rectos, cumplidos, cabales, honestos, luchadores y prácticos, todo lo que más orgullo me da de ser su nieta. Y no les faltarán los dulces, los mimos, los apretones de cachetes que hasta ahora calientan mi corazón.


Mi Papillito, mi árbol de roble, mi gratitud hacia usted es infinita. Siempre lo recordaré lúcido, fuerte, un gigante hermoso como en esa foto con su gorra, las manos en la cintura, mirando al mar. No puedo estar en nuestros Andes ahora, esos que usted enumeraba de memoria, dándole un último adiós, pero me despido temporalmente, escuchando la canción que me recuerda a usted y mirando ese mar al que usted miraba, porque el océano, aunque sea otro, siempre es el mismo mar.


lunes, abril 09, 2018

La (re)invención de una casa



Aliona van der Horst, en Love is Potatoes
Cuando llega el momento de dividir el patrimonio familiar, la realizadora holandesa Aliona van der Horst se reencuentra con el lado materno de su familia en un pequeño pueblo ruso. Le pertenecen, por derecho, seis metros cuadrados de la antigua casa de madera en la que convivieron las tías y su madre durante los años de totalitarismo y hambruna en la Unión Soviética. Más que tomar posesión de su herencia, Aliona desea recuperar, a través de las memorias fragmentadas y contradictorias de sus parientes, la historia en común de seis hermanas marcadas por un contexto sociopolítico lacerante. Ese es el punto de partida de Love is Potatoes.

La casa es también el espacio central que propele el relato en Baronesa, la ópera prima de la brasileña Juliana Antunes. El filme acompaña a Andreia y Lidiane, dos mujeres jóvenes que comparten su tiempo libre, sueños y temores en una favela a las afueras de Belo Horizonte, mientras la violencia cotidiana permea sus vidas. Las carencias económicas son evidentes, así como el abuso infantil y los embarazos precoces, pero es protagónico también el espacio del disfrute, a través de una cámara que se toma su tiempo y se instala junto con ellas.

Toda casa tiene una entrada. A la ciudad marroquí de Ouarzazate se la conoce como la puerta del desierto; locación frecuente de megaproducciones cinematográficas en las que algunos lugareños han terminado por desarrollar su oficio como extras de cine de altísimo presupuesto, como si su presencia no tuviera valor per se y fuera indisociable del paisaje rocoso. Ahora en Sin ruido, los figurantes del desierto (Sans bruit, les figurants du désert), de Gilles Lepore, Maciej Madracki y Michal Madracki, finalmente tendrán la oportunidad de ser personajes principales y brillar.

Aunque geográficamente distantes, decisiones similares conectan a estas obras: del espíritu performativo deriva un comentario político sutil sobre el escenario que retratan y conservan siempre intacto su afán de crear y explorar algo nuevo. Así, a través de un lenguaje muy particular, estas películas de la sección ‘Aquí / Ahora’ trazan una estimulante trayectoria y redefinen las posibilidades del cine de lo real.

En la delirante Sans bruit, el dispositivo de mise en abyme se mantendrá a lo largo de la película, a través de la puesta en escena de una serie de supuestos castings. “Why you are coming to my country?” repite obsesivamente Abdelhaq, mirando a la cámara como si buscara ganarse un papel en la próxima película de Hollywood, aunque su parlamento no deja de tener una doble intención. La presencia constante de equipos de producción extranjeros ha terminado por alienarlos, forzarlos a crecer la barba porque lo más probable es que interpreten a talibanes. La mirada que el extranjero tiene sobre ellos está demarcada, ante lo cual no cabe más que la pregunta: “¿A qué vienes a mí país?” Es la misma pregunta que parecen hacerle, durante toda la película, los parientes de Aliona. “Hablas ruso pero tu mentalidad es la de una extranjera. Con la barriga llena no se puede entender a quien tiene hambre”, le recuerda la tía Valya durante una tensa conversación.

Como si se tratara de una instalación en una galería de arte, la realizadora va llenando de zapatos viejos el cuarto que ha heredado, ante la incomprensión de su primo por aquel gesto que lo provoca. Son decenas de pares de zapatos viejos acumulados por sus tías durante décadas de escasez, como si no se hubieran atrevido a deshacerse de ese objeto básico que por años les hizo falta. Van der Horst encuentra las cartas que su madre enferma, ahora postrada en Ámsterdam, envió a lo largo de los años a sus hermanas que se quedaron en Rusia. Las lee, las interpreta, las reescribe en la pantalla y plasma —a través de las magníficas animaciones en blanco y negro del artista italiano Simone Massi— la dureza de la vida campesina en la Rusia de Stalin. Poesía pura.

Esa distancia que la cineasta holandesa no logra franquear parece eliminarse en Baronesa, una interpretación poderosísima de la vida femenina en una favela, espacio en el que las distancias se viven de otra manera. Los cuerpos se rozan en un improvisado jacuzzi de PVC, las tardes de modorra se comparten en la cama, donde las amigas planifican su futuro y comparten el deseo de construir su propia casa lejos de la violencia. Aquí, la narrativa casi parece ficcional por la naturalidad y la fluidez con que se desarrolla. Antunes instaura un ejercicio de creación colectiva y propicia un proceso de reinvención personal mediante una puesta en escena de la propia vida, en un mecanismo similar al que vimos en Sans bruit. La fuerza del gesto prevalece. Las manos que construyen su propia casa. 


Escribí este texto sobre tres películas que amo de nuestro programa para la revista Ambulante

jueves, enero 04, 2018

Eduardo Coutinho, el documentalista de Brasil

Eduardo Coutinho (São Paulo, 1933 – Río de Janeiro, 2014) es considerado el documentalista brasileño más influyente. A través de su particular obra, compuesta por más de 30 documentales realizados para cine, televisión y organizaciones sociales —además de varias incursiones en la ficción como director, guionista y, ocasionalmente, actor— dejó un legado fundamental a las nuevas generaciones de realizadores de Brasil y América Latina, y construyó uno de los retratos más complejos y conmovedores de las clases medias y populares de su país.

Escuchar a Coutinho daba la impresión de estar frente a una fuente de pensamiento incesante, un espíritu vital —a pesar de su aspecto frágil y pesimista—, un cineasta curioso, autocrítico, transparente y ligeramente melancólico, tal y como las películas que hacía.

Se definía como «materialista mágico», es decir, que no creía en nada, pero vivía fascinado por la espiritualidad de la gente. En realidad su abanico de temas era más bien recurrente y giraba en torno a las cuestiones elementales de la existencia humana, como afirmó en una conversación que tuvimos en 2012:

«Lo importante para cualquier persona —en occidente, por lo menos— es origen, familia, trabajo, amor, sexo, enfermedad, placer, muerte. Tienes muerte, tienes religión. Se acabó. Fuera de eso, puedes ser San Francisco de Asís, puedes ser Lenin. Esas son formas de vivir. Pero el núcleo es ese, comenzando por el origen. El hecho de tener un origen, una familia y un recuerdo del pasado; eso de ahí es la vida».

Coutinho es recordado frecuentemente como el gran entrevistador del cine documental, sin embargo él evitaba usar el término «entrevista»; prefería el vocablo «conversa», más democrático y generoso, que procede del latín conversare, y significa literalmente «dar vueltas en compañía».

Más que en recursos técnicos, la belleza de sus películas recae en su carácter oral, en la riqueza del intercambio entre un cineasta atento y una serie de personajes maravillosos, capaces de reinventar su pasado y emocionar con la fuerza de sus recuerdos”.

Coutinho, como ningún otro cineasta, y con toda su ética, supo captar esa facilidad que tiene el brasileño para comunicarse, y traducir los testimonios de la gente común en momentos cinematográficos inolvidables.

Si excluimos a Cabra, marcado para morir (1964-1984), una pieza inclasificable por su singular naturaleza, podemos decir que existen dos tiempos en el cine de Coutinho. Su producción inicial se conforma por un bloque de filmes con un enfoque más militante y social, herederos indirectos de su paso por la televisión. La segunda etapa se inaugura con Santo fuerte (1999), la primera de sus películas editada por Jordana Berg, colaboradora con la que trabajó hasta el final de su vida, y quien califica este período como una «especie de renacimiento» en la carrera de Coutinho.

Seis de los siete títulos que conforman la retrospectiva que presentamos en Ambulante 2017 corresponden a esta segunda fase: el antes citado Santo fuerte, Edificio Master (2002), Peones (2004), El fin y el principio (2005), Juego de escena (2006) y su obra póstuma, Últimas conversaciones (2015). Con excepción del primero, fueron producidos por VideoFilmes, empresa que garantizó una continuidad en la producción del cineasta y la consolidación de su cuadro regular de colaboradores.

Estamos frente a un conjunto de documentales de distintas temáticas, realizados en un lapso de más de quince años, en lugares diversos de un país inmenso como Brasil, en los que confluyen una vasta gama de personajes de diferentes orígenes, razas, credos y edades, pero todos ellos depositarios de las reglas tácitas que conforman el método de Coutinho y que podrían resumirse así:

1) El primer encuentro entre el director y los personajes siempre está mediado por la cámara. Coutinho dejaba la investigación previa al rodaje en manos de su equipo de trabajo.

2) Una locación delimitada de antemano, como lo indica el propio cineasta: «Yo no salgo de aquel lugar, ni aunque me digan que en el edificio vecino hay un tipo maravilloso. Esa es una regla absolutamente rígida».

3) La entrevista como recurso principal que determina la relación entre el filmador y el filmado. Esto lo explican muy bien Cláudia Mesquita y Leandro Saraiva en su artículo 'El cine de Eduardo Coutinho: notas sobre método y variaciones' publicado en 2013: «Como molde para esta relación, él elige la situación de la entrevista y la toma como prisión y regla que delimita el juego. Esforzándose para eliminar todo lo que no surge de esa relación inmediata, la película se constituye a partir de una colección de registros de esos momentos de encuentro (o desencuentro)».

4) La posición cercana a sus personajes. Ya lo decía Coutinho: «Si te paras a una distancia de tres metros de tu interlocutor para no aparecer en la imagen, no estás conversando con esa persona. Nadie conversa a esa distancia. Tienes que estar junto. Si no, es como si hubiese una barrera. La persona habla como si estuviera hablando con un policía o para el «cine», es decir, está dando una declaración».

5) La ausencia de imágenes de archivo, música incidental y planos de cobertura sobre voces en off. Atención aparte merece Cabra, marcado para morir, filme que consolidó a Coutinho como autor en 1984, cuando tenía ya más de 50 años. La película sobre el asesinato del líder campesino João Pedro Teixeira, cuya filmación fue interrumpida por el golpe militar de 1964 y reanudada hasta 1981, marca un antes y un después en la historia del cine brasileño, revaloriza al género documental, es objeto de estudio de críticos y académicos alrededor del mundo y se considera, hasta ahora, una referencia del cine político de América Latina.

La retrospectiva se complementa con la película Eduardo Coutinho, 7 de octubre, de Carlos Nader, una oportunidad única para conocer al entrañable realizador brasileño, quien a través de una amena conversación con Nader analiza secuencias de sus películas, recuerda a sus personajes y poco a poco revela su método y su pensamiento sobre el cine y el mundo.

*Escribí este texto para la primera edición de la revista Ambulante, que incluyó entrevistas, reseñas y datos sobre la Gira de Documentales 2017.

viernes, mayo 12, 2017

‘La libertad nace con la mujer’


Gulistán, en persa, significa 'jardín de rosas'. El título, que podría simbolizar a las mujeres que combaten en las montañas del Kurdistán iraquí y que son retratadas en la película de Zaynê Akyol, es además el nombre de una mujer que tuvo un papel importante en la vida de la directora cuando era niña en Canadá y que un día decidió regresar a su tierra para enlistarse en un grupo paramilitar femenino afiliado al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK).

Años más tarde, Akyol decide hacer una película sobre las motivaciones y el periplo de Gulistán, quien falleció en el año 2000, pero al encontrarse con un nuevo escenario tras del advenimiento del Estado Islámico elige filmar a otras mujeres que también han optado por la lucha armada como camino de vida. Su razón de ser sigue siendo la autonomía del pueblo kurdo –la etnia sin Estado asentada entre Turquía, Irak, Irán y Siria que reclama su autodeterminación desde la caída del Imperio Otomano–, pero ahora también se trata de defender los principios inherentes a su condición de mujeres: el acceso a la educación, la vida por fuera del patriarcado, la potestad sobre sus cuerpos cada vez más vulnerados desde la escalada fundamentalista.

Y así, la realizadora se sumerge en la cotidianidad de un grupo de mujeres combatientes en busca de 'mañanas mejores y más libres' y termina regalándonos la bellísima Gulistán, tierra de rosas. La película las acompaña durante su entrenamiento físico, mientras se preparan intelectual e ideológicamente, cuando discuten las estrategias de ataque, en los momentos de descanso en que recuerdan a sus familias y sus orígenes, así como las constantes conversaciones sobre el alcance de las bombas y granadas que tienen a disposición y la relación tan estrecha con sus fusiles, a los que conocen tanto como a sus cuerpos y les han dado nombres de mujer como “Amada”, “Paciencia” y “Bulbul”.

Lo bélico y lo personal aparecen siempre entretejidos en este filme que transcurre en un compás binario: entre el tiempo de guerra, que sabemos que llegará pero no se concreta, y el tiempo íntimo de introspección, amistad y cuidado del cuerpo y el alma, como en la bella secuencia en que, como un ritual, las jóvenes mujeres aprovechan el cauce de un riachuelo para lavarse sus oscuras y densas cabelleras con un enjuague de ortiga silvestre.
¿Cómo mantenerse serena cuando la alerta es constante? ¿Cómo filmar los tiempos muertos en el frente de batalla? Zaynê Akyol lo hace de manera meticulosa y pausada, con la misma actitud de sus personajes que han decidido cumplir con el deber de manera decidida, alegre y calmada. La cámara no olvida jamás el especial cuidado que merecen los personajes y sus circunstancias; privilegia los primeros planos, les otorga la duración necesaria, se dedica a descubrir pacientemente los rostros, las sonrisas y la belleza del gesto y la juventud. Asimismo, la propuesta sonora es delicada, cercana y silenciosa, no da cabida a efectos ni excesos musicales.

A esta estructura dual se suma la voz y la expresión facial de la comandante Sozdar Cudî, a través de su diario filmado, al que la película regresa cada cierto tiempo para encontrar destellos de sabiduría y gracia. No queda claro a quién se dirige, pero su mirada directa a cámara nos permite imaginar que somos nosotros, espectadores, los afortunados destinatarios de aquellas reflexiones poderosas y sinceras, pronunciadas con un tono cariñoso, como si fuesen dichas para un ser amado.

“¿Dónde nace la libertad? Nace con la mujer. ¿Y la educación? También empieza con la mujer. ¿Y la protección cultural, social y política de la gente? También, con la mujer. La mujer da a luz a las personas y al conocimiento. Es la esencia de la existencia, la fuerza emocional fundamental”, nos dice Sozdar, recordándonos que el primer regalo que da una madre a su hijo al parirlo es la libertad, y que es nuestra obligación luchar por ella y conservarla.

*Este texto se publica en EL OTRO CINE, el periódico del Festival EDOC



domingo, octubre 02, 2016

El rol de los festivales en la exhibición

Hace un par de meses conversé con Isabel Carrasco, editora de la revista 25 Watts, sobre el papel de los festivales de cine en la exhibición. Algunas de mis opiniones en la página 18 del número 7 que acaba de ser publicado, cuyo dossier central trata sobre la distribución cinematográfica en Ecuador.

jueves, septiembre 22, 2016

Una carta para mis amigos de EDOC

Queridos amigos,

Por medio de este mensaje quiero comunicarles que he decidido dejar la Dirección Artística del festival EDOC, luego de 12 años maravillosos junto a un equipo que hoy considero mi familia. Programar el festival ha sido como realizar un larguísimo viaje por dentro del Ecuador y el mundo, conocerlo mejor a través de miradas múltiples y amplias, adentrarme en territorios remotos y desconocidos; sin duda una experiencia sorprendente que me ha transformado a nivel profesional y humano.

Desde su creación en 2002, EDOC ha presentado alrededor de 1300 películas en una docena de ciudades y comunidades del Ecuador; hemos realizado actividades académicas, talleres de formación y desarrollo de proyectos dirigidos a documentalistas de Ecuador y los países andinos. El festival ha editado tres libros, 14 ediciones del periódico El Otro Cine y ha consolidado una unidad de traducción audiovisual. EDOC también ha contribuido a fomentar la producción de cine documental en Ecuador y la difusión de películas ecuatorianas fuera de nuestras fronteras.

Me siento feliz y agradecida por haber sido parte de este proceso pero creo que los cambios son fuentes importantes de vitalidad para las personas, multiplican las ideas y contribuyen al pluralismo y democracia dentro de las organizaciones. En ese sentido siento que un ciclo fundamental de mi vida ha concluido. El festival seguirá su curso recogiendo frutos y encarando nuevos desafíos que le permitan seguir posicionando al cine documental en Ecuador, como a través de estos primeros 15 años. Por mi parte seguiré cerca de EDOC como miembro del Consejo Directivo y, desde nuevos espacios y en nuevos proyectos, continuaré trabajando para el desarrollo del cine de lo real en Ecuador, Brasil (el país donde vivo) y América Latina. 

A través de este mensaje quiero enviar un agradecimiento especial a Manolo Sarmiento, Albino Fernández y Alfredo Mora, mis compañeros constantes en este viaje, a todos quienes son o fueron parte del equipo de EDOC a través de los años y a los miembros de la Corporación Cinememoria, el colectivo independiente y ciudadano que dio origen a este proyecto. Compartir esta experiencia con un equipo de gente apasionada, solidaria, creativa y comprometida ha sido un enorme privilegio. 

También quisiera expresar mi gratitud a los cineastas y productores que han compartido su obra y conocimientos con el público de EDOC; así como a distribuidores, agentes de ventas, exhibidores, auspiciantes y los medios de comunicación gracias a quienes hemos podido garantizar la presencia de cine documental en Ecuador. Gracias también a mis colegas programadores de festivales alrededor del mundo por la riqueza del intercambio, las conversaciones y las emociones compartidas en función de una pasión mutua. No puedo dejar de mencionar a los espectadores de EDOC, sin duda la razón de ser del festival. Ha sido un placer crecer junto con el público, sentir su cariño, compartir historias del mundo entero año tras año.

Me gustaría dejarles en contacto con Albino Fernández, a quien muchos de ustedes ya conocen. Desde 2014 Albino es el Coordinador de Programación del festival y por varios años ha estado a cargo de las muestras paralelas y la Videoteca de Cinememoria, espacio desde el cual ha impulsado el cine documental entre nuevos públicos con su característico entusiasmo y su mirada precisa. Para todo asunto relacionado con la programación del festival pueden entrar en contacto con él.

No duden en contactarme si de alguna manera puedo ayudarles o si pasan por Rio de Janeiro. Conservaré mi correo de EDOC y también pueden encontrarme en esta dirección personal a través de la cual les escribo.

¡Muchas gracias por estar cerca durante todos estos años y por creer en los EDOC!

Un abrazo fuerte,

María

Farewell EDOC

Dear friends,


I am writing you to let you know that I am leaving my position as Artistic Director at EDOC, after 12 wonderful years working together with a team that I now consider my family. To program the festival has been like going through a long journey inside Ecuador and the world, getting to know them better through multiple and wide approaches, to discover remote and uncharted territories; certainly an amazing experience that has transformed me at a professional and personal level.

Since its creation in 2002, EDOC has presented around 1300 films in almost a dozen cities and smaller communities in Ecuador; we have organized academic activities, workshops and labs aimed at documentarians of Ecuador and the Andean countries. The festival has edited three books, 14 editions of the newspaper El Otro Cine and has fostered a unit of translation for documentary film. EDOC has also contributed to strengthen the production of documentary films in our country and the dissemination of Ecuadorian films outside our borders.

I am happy and grateful to have been part of this process but I think that changes are an important source of vitality for people; they help ideas to multiply and contribute to pluralism and democracy within organizations. In that sense, I feel that a fundamental cycle of my life is over. The festival will keep on going, reaping the rewards of the work done and facing new challenges that would allow it to keep strengthening documentary cinema in Ecuador. For my part, I will remain close to EDOC as a member of the Board of Directors, and from new spaces and new projects I will continue working for the development of non fiction cinema in Ecuador, Brazil (the country where I live) and Latin America.

With this message I would like to send special thanks to Manolo Sarmiento, Albino Fernández and Alfredo Mora, my constant companions on this journey, to all the people who are or were part of the EDOC team throughout the years and to the members of Corporación Cinememoria, the independent collective of citizens behind this project. To share this experience with such a supportive, creative, passionate and committed crew has been a huge privilege.


I would also like to express my gratitude to the filmmakers and producers who have shared their work and knowledge with the public of EDOC; as well as distributors, sales agents, exhibitors, sponsors and the media for allowing us to ensure the presence of documentary film in Ecuador. Thanks also to my fellow festival programmers around the world for the rich exchanges, conversations and shared emotions based on a mutual passion. I cannot fail to mention the audience at EDOC, certainly the raison d'être of the festival. It was a pleasure to grow along with the audience, feel their love and share stories from real people around the world year after year.

I would like to put you in touch with Albino Fernández, whom many of you already know. Since 2014 Albino is the Program Coordinator of the festival and for several years he has been in charge of the parallel showcases and the video library at Cinememoria, a place from which he has boosted documentary film among new audiences with his characteristic enthusiasm and his sharp point of view. For all matters related to the festival program please contact him.

Do not hesitate to contact me if I can help you somehow or if you pass through Rio de Janeiro.  

Thank you for being around all these years and for believing in EDOC!

A big hug,

Maria

miércoles, junio 08, 2016

‘Un país en busca del padre’

Últimas Conversas, Eduardo Coutinho, Brasil, 2015 

Hace cuatro años tuve el honor de entrevistar a Eduardo Coutinho para un libro que preparaba en aquel entonces. Casi al final de nuestra conversación le pregunté por qué, después de Peões, su cine había adquirido un tinte cada vez menos político. La respuesta fue larga y digresiva pero en resumen, lo que me dijo, es que la política ignoraba algo que para él era fundamental en su búsqueda como cineasta: “Ella solo hace la diferenciación entre aquel que es politizado, que es militante, y el que no. Pero el noventa por ciento de las personas del mundo están sufriendo, viviendo todos los días al margen de una ideología específica. Yo estoy interesado en ellas. Y eso no es contra-político, simplemente es llegar a la política por otros medios”.
Este sería el preámbulo para una aseveración dura, que solo he podido ir confirmando con el tiempo, durante los casi cinco años que llevo viviendo en su país: “Es doloroso, pero el hecho es que hay cosas que no cambian, como en un melodrama. En Brasil, por ejemplo, cuarenta por ciento de las personas de las clases populares no tiene padre. Son educadas por la madre, por la tía, por la vecina o por la abuela. Brasil es un país en busca del padre. El padre está ausente. El padre murió a tiros o simplemente abandonó al hijo.”
Pasaron los años, Coutinho falleció en circunstancias trágicas, pero dejó el material de la que se convertiría en su obra póstuma luego de ser finalizada por su editora de confianza, Jordana Berg, y su productor y amigo cercano, el cineasta Jõao Moreira Salles. Últimas conversas, quizás más que ninguna otra de sus películas, es la historia de un país sin padre, de jóvenes que crecieron en familias fragmentadas por la violencia, por la falta de compromiso, por el machismo. Los testimonios de jóvenes estudiantes de escuelas públicas en Rio de Janeiro son un recuento de abandono, de infancias sufridas, de racismo constante, de abuso sexual, de madres sin pareja que han sacado adelante a hogares con distintas conformaciones a las que estamos acostumbrados. Son también promesas de superación, de metas profesionales, de ilusiones afectivas, la amalgama de sueños de una generación que está muy joven para quedarse mirando hacia atrás.
El dispositivo es simple: una habitación, una silla ocupada por el director, una silla que se llena y se vacía cada vez que un muchacho entra y sale de escena, una puerta que se abre y se cierra, un intercambio entre dos partes. Un filme que también es homenaje y despedida: Coutinho en su máxima expresión.


 O futebol, Sergio Oksman, España - Brasil, 2015 

“Brasil es un país en busca del padre...” La sentencia de Coutinho es la razón de O futebol que en este caso se extiende más allá de las clases populares cariocas hasta una familia judía de clase media en São Paulo.
Sergio no ha visto a su papá desde hace más de veinte años; cuando se divorció de su madre sus rumbos se separaron. Lo que recuerda de él está velado por la cortina del tiempo, a través de los años no pudo más que imaginarlo con la voz de un comentarista deportivo, la memoria que le queda de él es menos precisa que aquella con la que evoca las alineaciones del Palmeiras en los años setenta. Sergio —que desde hace años vive en España—, vuelve a São Paulo, encuentra a su padre, Simão, y le propone que vuelvan a ver el fútbol juntos, aprovechando la inminencia de la Copa Mundial.
La película funciona como un díptico, en la que todo se nos presenta en pares, como los dos tiempos de un partido de fútbol y los dos tiempos de la relación entre Sergio y Simão. La pantalla parece estar partida en dos la mayoría del tiempo, no por un efecto de postproducción sino por una rigurosa propuesta de fotografía que busca fragmentar la imagen, realzando la constante dicotomía presente durante toda esta bellísima película.
A la mitad derecha está un bar donde los hinchas festejan un gol, a la mitad izquierda la fachada de un hospital por donde ingresa una ambulancia. El encuadre contiene el significado del filme.
Dice Oskman que O futebol es una comedia, y en efecto al menos durante la primera mitad del metraje es imposible no reír ante el absurdo de ciertas situaciones, los temas de conversación entre un padre e hijo que apenas se conocen, los silencios y la incomodidad que estos producen. Ya lo dijo Cartola: Rir pra não chorar.
Que no haya equívocos: O futebol no es un filme sobre fútbol, tampoco una película terapéutica a través del cual el realizador intenta asimilar el abandono del padre. O futebol es una pieza híbrida, construida como una ficción pero bastante más dura y compleja, porque ni siquiera de la mano de su colaborador más cercano —el guionista Carlos Miguero con quien ya escribió los fabulosos cortometrajes Notes on the Other y A Story for the Modlins—, Oksman hubiera podido imaginar un desenlace más avasallador y potente que el que la realidad le depararía. 

 *Publicado en EL OTRO CINE

domingo, mayo 22, 2016

Un recorrido por la programación de los EDOC

Celebramos los 15 años de EDOC con 106 películas provenientes de 38 países, aunque filmadas en más de cuarenta, habladas en 28 idiomas y situadas tanto en lugares cercanos como en territorios inhóspitos y remotos de los que apenas hemos oído hablar. 

El tema central del festival —y el gran tema que nos concierne como humanidad ahora— es la crisis migratoria, la situación de miles de refugiados que escapan de los conflictos armados, los solicitantes de asilo, los emigrantes económicos y otros migrantes en condición de vulnerabilidad. 


Filmes como Fuocoammare (Gianfranco Rosi), A Syrian Love Story (Sean McAllister), Between Fences (Avi Mograbi) y Hotline (Silvina Landsmann), no solo son testimonios fundamentales y urgentes sobre el estado del mundo, sino también filmes redondos que contribuyen al entendimiento del cine documental como una poderosa expresión artística. 
La programación habla también de nuestra relación absurda con la tierra en que vivimos, a través de una serie de documentales que confrontan nociones irracionales de desarrollo, industrialización, extractivismo y colonialismo. El botón de nácar (Patricio Guzmán), White Coal (Georg Tiller), Surire (Bettina Perut e Iván Osnovikoff) y A punto de despegar (Lorena Best y Robinson Díaz) son un ejemplo de las obras imprescindibles de este apartado.

La sección ‘Pares’ reúne algunos de los más celebrados filmes del año pasado a través de una sección que explora los vínculos de a dos y todo lo que deriva de ellos. Brothers (Wojciech Staron), Casa Blanca (Aleksandra Maciuszek), O Futebol (Sergio Oksman) y No Home Movie (Chantal Akerman), entre otras, son películas brillantes que develan el lado más íntimo de las relaciones humanas.
Sube la intensidad con ‘Fuera del canon’, sección en la que apostamos por filmes que desafían las certezas que tradicionalmente acompañan a la producción y recepción del cine documental, entre ellos Le Saphir de Saint Louis, The Other Side y When you Awake, trabajos de realizadores admirados en EDOC como José Luis Guerín, Roberto Minervini y Jay Rosenblatt, así como La impresión de una guerra, brillante cortometraje del colombiano Camilo Restrepo quien debuta en los EDOC. 

Nuevamente el festival celebra el cine de América Latina. Este año el programa habla especialmente en español, aunque con decenas de acentos y variantes. Dedicamos nuestro foco a Argentina, país con una producción cinematográfica que nos sorprende año tras año. Cuerpo de letra (Julián D’Angiolillo), Los silencios y las manos (Hernán Khourian), Nueva vida (Kiro Russo) y Toponimia (Jonathan Perel) son solo algunas de las perlas que llegan desde el Sur.

El legado de Eduardo Coutinho (1933-2014), quien tal vez como ningún otro cineasta nos enseñó no solo a ver sino especialmente a escuchar al otro a través de su obra, da origen a la sección ‘Intercambios’, en la que reluce el gesto de un realizador que va al encuentro de un personaje con el genuino interés de hacer un trueque. Esto se evidencia en su filme póstumo Últimas conversas, así como en Je suis le peuple (Anna Roussillon), Mallory (Helena Trestíková), Santiago (João Moreira Salles) y Plaza de la Soledad (Maya Goded), joyas que traducen el sentido profundo de lo que significa hacer cine documental.

Como ya es costumbre, EDOC es el punto de encuentro de la producción documental ecuatoriana. Este año es un honor presentar en estreno cuatro largometrajes bellos, sencillos y poderosos desde sus distintos lenguajes, temáticas y puntos de vista: Dreamtown, de Betty Bastidas, un seguimiento de largo aliento a un niño que aspira ser jugador de fútbol; Territorio, de Alexandra Cuesta, un diario de viaje meditativo y silencioso por las entrañas del Ecuador; Mi tía Toty, de León Felipe Troya, un acercamiento emocionante a una mujer emblemática, y Pays Castor, de Samanta Yépez, un canto al idealismo de un grupo de obreros franceses que construyeron juntos sus hogares en la penuria de la posguerra.

Si durante los primeros años de EDOC había apenas un puñado de filmes ecuatorianos para programar —la sección ‘Cómo nos ven, cómo nos vemos’ solía nutrirse especialmente de filmes realizados por extranjeros en el Ecuador—, en esta ocasión la situación se revierte. Inauguramos la sección ‘Cómo los vemos’ con siete filmes de cineastas ecuatorianos que nos cuentan historias desde EE.UU., Argentina, Francia, Hungría y Brasil.

La muy esperada retrospectiva de EDOC está dedicada a Luis Ospina (Cali, 1949). El público que descubrió la fascinante Un tigre de papel en 2008 podrá disfrutar de nueve películas del aclamado director colombiano, realizadas en un plazo de 44 años desde Oiga y vea (1972) hasta su última película, la magistral Todo comenzó por el fin (2015).

Nos complace presentar la Red Documental Norte-Sur (NSDN) junto con los festivales AmDocs, EE.UU; DocsDF, México, y DokuFest, Kosovo, una alianza estratégica cuya finalidad es ampliar la visibilidad de los filmes producidos en los territorios representados por cada festival. De este primer intercambio llegan filmes sumamente recomendables como Karst (Vladimir Todorovic), Los reyes del pueblo que no existe (Betzabé García) y God Knows Where I Am (Todd Wider y Jed Wider).

Finalmente, nuestro ‘Panorama Internacional’ recoge una sólida y amplia propuesta en la que no faltan música, historia, etnografía, vanguardias, documental en primera persona, historias de familia, cine directo, ensayo y experimentación. A Family Affair (Tom Fassaert), Cameraperson (Kirsten Johnson), Ce qu'il reste de la folie (Joris Lachaise), El hombre que vio demasiado (Trisha Ziff), Érase una vez en Hungría (Oliver Victoria) y Paciente (Jorge Caballero) son solo algunas de las fabulosas películas que integran esta sección.
Este festival está dedicado a las víctimas del terremoto del 16 de abril y a todos los ecuatorianos y extranjeros que han dado lo mejor de sí en una manifestación de solidaridad sin precedentes. Presentaremos en función especial el filme Ayuda fatal (Raoul Peck, 2013), una seria investigación sobre el nefasto papel que tuvo la comunidad internacional en la reconstrucción de Haití tras el terremoto de 2010. Esperamos que este documental promueva el diálogo y la reflexión y que juntos sepamos levantarnos después de la tragedia.  

*Publicado en EL OTRO CINE