martes, mayo 25, 2010

Versiones de un mundo ‘ancho y ajeno’


Escucho cada vez con más frecuencia a documentalistas que al hablar de sus películas afirman que lo importante para ellos no es hacer cine de lo real o cine de ficción, que de lo que se trata sencillamente es de contar una buena historia.
Es una tendencia creciente el ser menos tajante al separar los géneros, defender la libertad de creación por sobre la catalogación y transitar por caminos fronterizos. Es también la comprobación de que los documentales son películas en la totalidad de la palabra, que poco a poco dejan de ser vistos como el hermano pequeño y que muchas veces generan un entusiasmo incluso mayor que cintas de ficción, no solo entre los seguidores del cine de lo real.
Cada vez hay más reseñas de documentales en las revistas especializadas –a veces las más calurosas–, cada vez es más devoto el público y festivales tradicionalmente dedicados al cine de ficción incluyen documentales en sus selecciones oficiales sin hacer una distinción de género (el caso de la Palma de Oro de Cannes a
Fahrenheit 9/11 en 2004 tiene su relevancia, aunque lo lamentable es que el premio supiera más a declaración política que a la valoración de un filme inspirador y valiente en su propuesta cinematográfica, cosa que no era).
Los documentales se nutren de la ficción, especialmente en su narrativa, y las ficciones toman prestado del documental un estilo particular de interpretar y presentar la realidad. También existen, en menor medida, cintas colindantes y libres que de alguna manera se sitúan entre los dos.
Cómo no celebrar que las fronteras se vayan difuminando y que podamos circular por el mundo –si no el real, al menos el de la creación artística– sin requisitos y bajo nuestra propia voluntad. Pero hay una razón por la cual me fascina especialmente el documental y por la cual eso de ‘el cine por el cine’ no me convence del todo. La realidad es una materia maravillosa y contiene algo que solo ella puede comunicar, una sustancia única e indescriptible que pasa a través de la pantalla y le conecta a uno con el otro y consigo mismo de una manera particular. Debe ser porque contiene esa cierta verdad a la que hace alusión el bello título de la película de Abel García Roure que programamos este año, porque la experiencia real emana algo vital que no se reproduce así de simple.
Ocurre también en el cine de ficción, claro. Este verano lo confirmé con
El tiempo que se queda, de Elia Suleiman, una ficción autobiográfica salpicada del humor keatoniano tan propio del cineasta palestino. Hace tiempo que no veía un filme donde el encuentro de lo ficticio y lo real diese como resultado una obra tan hermosa, profunda y poderosa.
Es esa fuerza de lo real la que me cautiva. De los monjes budistas retratados en
Burma VJ: Reporting from a Closed Country emana una verdad y una fuerza intrínseca que ni el más fino actor puede interpretar. En efecto, la película de Anders Østergaard es un ejemplo de un filme documental armado con técnicas del cine de ficción –secuencias reconstruidas, una progresión dramática muy elaborada– donde la situación que retrata (la lucha de los video periodistas de Birmania por reportar clandestinamente desde su país, vetado a los medios de comunicación) cobra mucha relevancia gracias al próspero encuentro entre buen cine y la contundencia de lo real.
Me encantan las películas de cárceles y redenciones, guardo la amoralidad de
El Profeta de Jacques Audiard como una experiencia cinematográfica memorable, pero hay algo más profundo cuando una historia es de verdad. Pensemos en otro preso, Toño, un joven mexicano que tuvo la mala suerte de estar a la hora equivocada en el lugar menos adecuado. Sin mayor explicación la policía mexicana lo captura y lo apresa y así empieza un vía crucis que implica ser juzgado por un crimen que no cometió y condenado a 20 años de prisión. Dos estudiantes de derecho –se autodenominan Abogados con cámaras– deciden representarlo y van documentando en video todo el proceso. La idea inicial no es hacer una película, la finalidad artística no está contemplada. Ellos graban con la esperanza de que en un sistema judicial podrido las imágenes terminen probando la verdad. Tiempo después, cuando el material evidencia el enorme potencial para un documental, una productora brillante se involucra en el proyecto, hacen equipo con un documentalista experimentado que aporta su mirada de cineasta y edita un segundo corte y como resultado tenemos uno de los filmes más sorprendentes que llegan a EDOC, Presunto culpable, de Roberto Hernández y Geoffrey Smith.
Toño y sus abogados son el mejor ejemplo de la necesidad de filmar y demuestran hasta dónde puede llegar el valor de la imagen. Esta película sienta precedentes en México y con ella se inicia una campaña para registrar en video procesos legales como este.
La voluntad de contar, el ejercicio de la libertad de expresión y la resistencia que marcan las voces independientes frente a aquellas del poder, son la línea de fondo de la programación de la novena edición de los EDOC. Varias secciones hacen hincapié en ello.
Es que desde su creación, en 2002, el festival ha dividido su programación en conjuntos temáticos. Las películas se agrupan ya sea por la coincidencia en los asuntos que tratan o por representar búsquedas formales similares. Al relacionar contenidos y propuestas es posible tener una lectura más amplia y complementaria de historias y movimientos que ocurren en paralelo en distintas partes del mundo y, en consecuencia, discutirlas en mayor profundidad.
En ‘La voluntad de contar’ recogemos cinco documentales que hablan del ejercicio de la libertad de expresión y la confrontación a la voz de poder, ya sea a través de las historias de los personajes o de los propios realizadores (
Burma VJ, Stolen, To Shoot an Elephant) o analizando lo que cada uno de ellos representa para sociedades que conviven con una verdad impuesta, ya sea por la historia oficial (La isla: Archivos de una tragedia) o por la hegemonía de los medios de comunicación regentados por los dueños poder (Videocracy).
Pienso en todo lo ocurrido con Teleamazonas en el último año, los procesos administrativos iniciados en su contra por el Conartel, la confrontación con el Ejecutivo, la respuesta autoritaria, la conexión de dicho canal de televisión con el banco con mayor número de depositantes del Ecuador, el apoyo masivo de un grupo de ciudadanos que salen en su respaldo, aduciendo la defensa de la libertad de expresión y la verdad. Creo que hay algo distorsionado en eso de defender, en nombre de la libertad de expresión, el ir y venir de infundios y banalidades y hay algo ilusorio en pensar que la televisión puede guardar la verdad como el banco protege nuestros ahorros.
Qué oportuna resulta entonces la película
Videocracy, de Eric Gandini, para romper esa ilusión de que si salió en la TV es porque es cierto. "El 80% de los italianos usa la televisión como principal fuente de información", nos informa uno de los intertítulos de apertura. Y la televisión la regenta el imperio Berlusconi. Es lógico que los italianos canten convencidos: “Meno male che Silvio c'è” (menos mal que está Silvio). ¿O esa emoción colectiva es otro delirio de la TV?
En esa misma línea de valoración de la resistencia rendimos homenaje a Basilio Martín Patino (Lumbrales, 1930) mediante la presentación de su trilogía documental de los setenta compuesta por
Canciones para después de una guerra, Queridísimos verdugos y Caudillo. Martín Patino representa una de las voces más persistentes contra la censura franquista (de hecho su trilogía fue hecha en la clandestinidad y lógicamente su exhibición fue vetada). Hoy, a sus 80 años, sigue siendo un creador prolífico y visionario. Justamente acaba de preparar, junto con los cineastas Isabel Coixet y Bigas Luna, el pabellón español de la Exposición Universal de Shanghai, que se inauguró el 1 de mayo.
¡Vaya terror que provocan las películas de Martín Patino! Son pruebas impresionantes de lo lejos que puede llegar el coctel de fanatismo, ignorancia, intolerancia y represión. Quién puede decir que todo tiempo pasado fue mejor después de escuchar los testimonios aberrantes de tres verdugos en una España subdesarrollada. Treinta y cinco años más tarde la historia aún resuena.
Otra de las líneas centrales de la programación de EDOC es una sección temática dedicada a Colombia y su cine documental, con diez filmes que exponen una gama de historias de lucha, pobreza, dificultades y aspiraciones, pero también hermosos testimonios de amor y reconciliación, con películas fascinantes como
Pecados de mi padre, de Nicolás Entel y Sin Tregua, de Juan José Lozano.
Por otro lado el festival apuesta por una selección de ocho cortometrajes españoles limítrofes, arriesgados y heterodoxos que exploran, en su mayoría, temáticas relacionadas a la representación del otro y la prolongación del yo a través de ese alguien más. Me gustaría detenerme en
Notes on the Other (Apuntes sobre el otro), de Sergio Oksman, una de las joyas del programa que reluce por el feliz encuentro entre las imágenes de belleza pictórica, una escritura precisa, una composición musical exquisita y un montaje a la medida perfecta. Allí el cineasta, uno de los invitados al festival, traza en 13 minutos una brillante reflexión –además de lúdica y deliciosamente visual– sobre la impostura, la identidad, la imagen y la otredad.
El descubrimiento de películas tan arriesgadas como
Los jóvenes muertos, del argentino Leandro Listorti, pertinentes como El poder de la palabra, del chileno Francisco Hervé y profundas como El viaje del cometa, de la mexicana Ivonne Fuentes, nos llevó a proponer una sección de primeras películas de realizadores iberoamericanos. Algo interesantísimo se gesta en la nueva generación de documentalistas de nuestra región; conviene analizarlo en conjunto y seguirles la pista.
La libertad de expresión, la situación colectiva de Colombia y películas muy políticas de interés actual tienen un espacio importante en el programa de EDOC9, pero también es fundamental en un festival de cine reflexionar sobre nuestra propia humanidad a través de relatos más personales e íntimos. En esta ocasión hemos privilegiado documentales relacionados con la expresión de la conciencia y el inconsciente y los hemos agrupado en la sección ‘Itinerarios de la mente’ donde confluyen historias de aislamiento, suicidio, locura, desviaciones y sueños.
Una de ellas es
Below Sea Level, de Gianfranco Rosi, película ganadora del Premio Horizontes en la Mostra de Venecia, que retrata con una cercanía potente y a la vez enternecedora a un grupo de personas que han roto con la sociedad y encaran una vida solitaria, instaladas en el único lugar donde encontraron un refugio para su espíritu, una tierra árida, bajo el nivel del mar.
“Es extraño. Puedo reconocer la belleza de las cosas, pero no me emocionan lo más mínimo. Ni ellas ni nada. Ya no me importa nada”, dice una entrada del diario de un hombre que se suicidó. Poco a poco el vacío se agranda hasta volverse inaguantable: “No puedo soportar ni un día más despertarme con pesar”. Estas dolorosas confesiones sirven de hilo conductor a la sublime película
The Darkness of Day (La oscuridad del día), construida enteramente con pietaje encontrado por Jay Rosenblatt, uno de los maestros del cine de apropiación, quien el año pasado visitó EDOC con una muestra de seis cortometrajes.
Ratificamos nuestro compromiso con la niñez, a la que dedicamos una sección en 2009, y ahora pensamos en ella desde el aprendizaje. ‘En la escuela’ contiene seis películas sobre distintas formas de formarse para la adultez en lugares tan lejanos como Estados Unidos, Líbano, Brasil, Canadá, Cuba y Argelia, de donde viene una de las películas más bellas de esta edición de EDOC.
“Si has de ir hasta la China para buscar el conocimiento divino, ve allá”, dijo Mahoma en una de sus enseñanzas guardadas en el Corán. Cuando el profeta exhorta a los fieles a buscar el conocimiento aunque sea en China, quiere decir que el saber se ha de perseguir aunque esté en los lugares más remotos, incluso a costa de los mayores sacrificios. Pero la China sigue estando lejos (
La Chine est encore loin) nos dice el cineasta argelino-francés Malek Bensmaïl, en su crónica profundamente cinematográfica de un año de escuela en una aldea en las faldas de los montes Aurés, donde 50 años atrás se gestó la revolución argelina.
Uno de los motivos para festejar en esta novena edición es el crecimiento de la producción documental nacional, con 14 filmes de producción o co-producción ecuatoriana. Me entusiasman particularmente los cortometrajes, por la toma de riesgos, libertad en los nuevos caminos que exploran y compromiso de sus realizadores, así como la compleción de
Abuelos, largometraje documental de Carla Valencia. El filme, coproducido entre Ecuador y Chile, se estrena en los EDOC luego de cuatro años de un trabajo que arrancó prácticamente después de haber obtenido el premio al mejor pitch (después vendrían algunos más) en el taller de escritura documental ‘Haciendo Otro Cine’ que organizó Cinememoria en el marco de EDOC5, en colaboración con la European Documentary Network, EDN, en 2006.
Del mismo modo el ‘Panorama del Mundo’ incluye obras magníficas para sugerir, a riesgo de olvidar algunas:
1929, de William Karel, por la precisión de cirujano con la que conecta la historia pasada con la crisis económica actual; En comparación, de Harun Farocki, por la universalidad que alcanza a transmitir con tan solo hablar de la fabricación de un ladrillo alrededor del mundo; La tumultueuse vie d’un déflaté, de Camille Plagnet, cuyo personaje central me recuerda al mejor Jarmusch: un outsider misterioso, cómico y solitario; October Country, de Michael Palmieri y Donal Mosher, por esa mirada tan intensa y cercana a su propia familia, y la presentación especial de los tres capítulos de Futebol (Arthur Fontes y João Moreira Salles, 1998) porque el fútbol es el rey de los deportes y una fuente de alegría e historias humanas.
Un festival de cine es un archipiélago con muchas islas. Por más peculiar que sea una historia, hay otras que la rodean. Y de lo que se trata es eso, descubrir y pensar al mundo como un lugar donde no estamos solos, aunque ese mundo, como lo escribió Ciro Alegría, siga siendo “ancho y ajeno”.


*del catálogo del festival que terminó hoy en Quito

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