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sábado, abril 26, 2014

One Last Poem For Richard

One Last Poem For Richard
de Sandra Cisneros
publicado en My Wicked, Wicked Ways

December 24th and we’re through again.
This time for good I know because I didn’t
throw you out — and anyway we waved.
No shoes. No angry doors.
We folded clothes and went
our separate ways.
You left behind that flannel shirt
of yours I liked but remembered to take
your toothbrush. Where are you tonight?

Richard, it’s Christmas Eve again
and old ghosts come back home.
I’m sitting by the Christmas tree
wondering where did we go wrong.

Okay, we didn’t work, and all
memories to tell you the truth aren’t good.
But sometimes there were good times.
Love was good. I loved your crooked sleep
beside me and never dreamed afraid.

There should be stars for great wars
like ours. There ought to be awards
and plenty of champagne for the survivors.

After all the years of degradations,
the several holidays of failure,
there should be something
to commemorate the pain.

Someday we’ll forget that great Brazil disaster.
Till then, Richard, I wish you well.
I wish you love affairs and plenty of hot water,
and women kinder than I treated you.
I forget the reason, but I loved you once,
remember?

Maybe in this season, drunk
and sentimental, I’m willing to admit
a part of me, crazed and kamikaze,
ripe for anarchy, loves still.

miércoles, abril 23, 2014

Una valentía rara

Sin más palabras. Una de las descripciones más hermosas de la literatura de la pluma de mi maestro Roberto Bolaño.


Los sinsabores del verdadero policía

miércoles, junio 26, 2013

De los días

I.

Otra vez estoy oyendo a Asmahan. Seguro tiene que ver con el hecho de que, desde hace algunos días, estoy escribiendo un artículo para los proceedings, o sea las actas, de la conferencia de la Universidad Andina en la que participé con una breve ponencia sobre Once I Entered a Garden (la última película de uno de mis cineastas favoritos, the one and only Avi Mograbi). Ya lo compartiré en su totalidad, dejo por ahora el abstract.

SUMARIODesde el humor político de sus primeros documentales, el horror retratado en Venganza por sólo uno de mis ojos hasta la aséptica y singular Z32, Avi Mograbi ha mantenido una coherencia temática a lo largo de su filmografía al exponer, desde su audaz perspectiva, las dolorosas aristas del conflicto palestino-israelí. En Una vez entré en un jardín, el cineasta israelí reflexiona sobre el desarraigo y profundiza nuevamente en las heridas no suturadas del conflicto, aunque con un tono suave y melancólico que se distancia de sus filmes anteriores. Esta artículo hace un breve recorrido por la obra de Mograbi con énfasis en su última película.



Una cosa lleva a la otra y me es imposible acercarme a esa película sin recordar los días que viví en Israel y lo que ellos significaron: lo íntimo y lo mío explotando, multiplicándose bajo ese sol que parecía quemar incluso a las sombras, conviviendo de lado con la más cruenta ocupación, con aquello que debería urgirle a todo el mundo todo porque no hay cosa más cruel que ese éxodo forzoso que empezó en el 48.  

En su película, Mograbi intercala la narración principal con unas cartas narradas por una mujer misteriosa, de la que tenemos pocas referencias, o casi ninguna. Esas cartas me estremecen. Esta, de la que copio un fragmento, un poco más:


Elie, querido. Mi querido,
Ha pasado casi un mes desde que te fuiste. Parece que te hubieras ido para siempre esta vez. En los primeros días después de tu partida entré en un estado extraño. Mi corazón estaba latiendo mecánicamente, para bombear sangre, pero no estaba viva. Tomé prestado el carro de Sophie varias veces, conduje al aeropuerto, estacioné y caminé; caminé analizando a los pasajeros, aquellos que se iban y los que venían, buscándote a ti. Parece que te fuiste para siempre...


Coincide mi viaje a Ecuador, mi implicación con la charla, el festival, la reflexión sobre el tema del documental de Mograbi, con el reciente lanzamiento de Océanos de arena, la nueva novela de Santiago Gamboa, que más que una novela es en realidad una colección de relatos sobre sus viajes por Líbano, Siria, Israel y Jordania. Mi mamá me espera con ella, sabe que Santiago es mi Avi de la literatura, así que no hay mejor regalo para recibirme. Me identifico con muchas de las cosas que él cuenta, muchas las viví exactamente igual. Despierta también mi deseo de volver a Jerusalén, de conocer la tierra de mis ancestros libaneses, de caminar otra vez por ruinas y suelos secos de arena rojiza. Siento que todo es familiar: desde su experiencia en los checkpoints, su viaje a Petra con Analía o su baño en un hamman (sin olvidar los jugos de granada, los camellos decapitados en el mercado de Hebrón...). Me engancha la dosis de historia e investigación que acompaña al libro, pero la narración se me queda un poco corta en sentimiento. Tal vez sea la diferencia entre vivir en un lugar o solamente pasar por él y por primera vez siento, lo digo con humildad, que el espacio del texto me pertenece bastante más que al narrador. 


Petra, Jordania, hace ya
bastantes años
Fue un día especial. Elecciones de la
Autoridad Palestina en Jerusalén Este

El último domingo antes de volver a Rio, vamos a la librería en busca de novedades. Siempre voy a la G en Narrativa Latinoamericana y a la O en Internacional. Uno nunca sabe las sorpresas que le puede deparar un estante. 
Me encuentro con La colina del mal consejo, tres relatos de Amos Oz escritos en 1974 pero que sólo recientemente habían sido traducidos al español por Raquel García Lozano y por lo tanto no los había leído (ella no sabe de mi gratitud pero si no fuera por sus magníficas traducciones yo no habría podido acceder a los textos más importantes de mi vida. Si algún día voy a Madrid le llevaré unas flores y se lo haré saber). Lamento que la edición sea De Bolsillo y no la de Siruela (esa sería ya la alegría completa) pero compro el libro feliz. Hay narraciones que me atrapan, me interesan, me seducen, me invitan a una aventura... pero pocas son las que me arropan así, que me invitan a un descanso desnudo y verdadero. En fin, salvo To Know a Woman, que la leí en inglés –y sí, de Lange es también un fabuloso traductor, un erudito más bien– tal vez la verdad sea que prefiero encontrarme con mi escritor favorito en mi idioma favorito. Si Jana o Fania hablan en español, aunque sea desde Rehavia, también pueda que sea yo...  

Y así ocurre un placer que no ocurre a menudo, conecto dos libros de mis escritores preferidos sin habérmelo esperado: Gamboa en diálogo con Oz. 


II.

Hablando de libros. L'écume des jours de Boris Vian es ahora una película de Michel Gondry. Casi quisimos morir por aquí... Una de las novelas cortas más hermosas que existen, honestamente creo que habría debido quedarse así. Ayer, antes del pre-estreno de Blancanieves (bella película seguida por un corto pero bonito Q&A con el director Pablo Berger que estaba en Rio) finalmente vimos el trailer en pantalla grande y ahora sí definitivamente creo que me decepcioné...



Esta primavera, en París, despertó mi curiosidad al ver la ciudad llena de afiches con la cara de Audrey Tatou y Romain Duris. Audrey est Chloé... Romain est Colin. Michel, querido, ¿leíste el libro? Una de las más hermosas novelas sobre la juventud y el paso a la adultez tiene un casting que bien podría hablar de la crisis de los cuarenta... Aunque se empeñe en hablar con la vocecita de Amélie, ¡Audrey Tatou es más vieja que yo!

Voilá... L'insaisissable!






No soy fan del hipsterismo avant-garde dreameresco de Gondry pero sí he disfrutado algunas de sus películas. Esta creo que ni la voy a ver. Ya me parezco a algunos críticos ecuatorianos que destrozan una película porque se han visto el trailer. ¿Aycart se llamaba?... Lo siento, por mejor quedarse con los libros y el video de Around the World.



martes, diciembre 04, 2012

El prólogo del libro de Daniel


Hace más de un año mi amigo Daniel Avilés me pidió que escribiera el prólogo de su libro de fotos Eventos Dependientes. Todavía no estaba claro en ese momento cómo financiaría la publicación, cuando mismo estaría lista. Lo que sí estaba claro es que el material estaba ya maduro y que luego de muchos años fotografiando la historia estaba lista para ser contada a través de las páginas de un lindo libro full color. Daniel tuvo una paciencia enorme conmigo, me tomó tiempo entregarle el texto concluido. Fue un placer sumergirme en sus fotos, sus afectos, sus viajes, su mirada. Hoy, un año más tarde, el libro existe y una muestra con las fotos se exhibe en la galería El Conteiner de El Pobre Diablo (Isabel La Católica N24-274 y Galavis). Quería compartirles este texto que ojalá les anime a visitar la muestra, disfrutar de la mirada del Daniel y, ojalá, a salir de ahí con el libro.


EVENTOS DEPENDIENTES 


Una persona está mirando; un fotógrafo se detiene a ver a esa persona que mira y se lleva en su cámara un recuerdo de ella; un espectador se encuentra con esas dos miradas. La mirada primaria, la doble mirada, la triple mirada: la mise en abyme.
El testimonio de un viaje, la fijación de una impermanencia, los lugares pasajeros que se convierten en propios al plasmarse en una imagen, los instantes que el fotógrafo decide llevarse a casa.
Las grandes metrópolis, las ciudades olvidadas, la arquitectura y sus detalles.
Los amigos, el descanso, un día en la playa, las imágenes que hablan de los afectos.
El cine, los escenarios, los gestos preparados, la ficción.
Los cuerpos y las pieles, los tatuajes que los decoran, las piernas de Adriana…
Las imágenes que se condensan en este, el primer libro de Daniel Avilés, son el resultado de once años de observar, de sentir, de fotografiar, de experimentar, de madurar una visión del mundo al tiempo que ha ido madurando la técnica.
Aunque las fotografías se presentan bajo una lógica temática que deja ver, entre otras cosas, un cuidadoso trabajo de curadoría, no es este un libro que se pueda catalogar. Hay lugares pero no es un libro de paisajes, hay rostros pero no es un libro de retratos, hay detalles pero no es un libro de arquitectura. Es un libro de imágenes aleatorias, improbables y complementarias como los acontecimientos que componen la vida que transcurren entre las gamas y los intensos contrastes del color, así como en las texturas ricas en brillo, grano y escalas del blanco y negro.
En las películas, en las muestras de fotos, en los buses, en el día a día, me gusta tropezar casualmente con una imagen que me cautiva: la de una persona que mira abstraída a través de una ventana, de un vidrio empañado, en una playa, en un rascacielos, en un mirador. Cuando me encuentro con ella me hago siempre la misma pregunta: “¿En qué estará pensando, con la mirada perdida?”. Me emociona que el primer libro de Daniel empiece con mi imagen preferida, en este caso un hombre que mira al horizonte neoyorquino. El hombre ve de lejos y el largavista está libre. El fotógrafo ha decidido enfocar al aparato y no al sujeto. ¿Será una cuestión de composición? Puede ser, pero si el hombre estuviera en foco la imagen tendría otro significado. La foto me comunica un respeto por el tiempo y los pensamientos del hombre silueteado, como si el fotógrafo intuyera un cierto misterio en los indicios de la vida del otro y en el momento crítico decidiera no propasarlos más de lo debido.
Con el pasar de las páginas estos indicios de vidas y visiones ajenas se van convirtiendo en una historia más tangible. La reunión de miradas, de detalles y de gestos termina construyendo un relato amplio y así, poco a poco, el viaje del fotógrafo viene a ser también el viaje del espectador.
Debe ser por eso que Daniel ha decidido llamar a su libro Eventos dependientes y recurrir a un concepto fundamental de la estadística para hablar del sentido de sus imágenes. El fotógrafo parece decirnos que todo, hasta lo más improbable, está conectado. Las repeticiones, las coincidencias, los reflejos, los encuentros y los desencuentros no son tan azarosos como parecen.
Quizás sea eso, que Daniel, provisto de sus rollos y sus tarjetas de memoria, ha dejado que el mundo le hable y le permita contarnos una historia que no sería la misma sin cada una de las imágenes que ha ido recogiendo entre sus viajes, las salidas expresas para fotografiar, los momentos cotidianos e íntimos, los instantes de suerte cuando tuvo la cámara con él el momento en que una situación le pidió al oído que apretara el disparador.
Decía Thomaz Farkas que la fotografía era la mejor forma de aprovechar la vida y quizás tenía razón. “Solo vean”, explicaba: “es ver, descubrir paisajes, personas, caras, grupos, calles, fachadas, plazas; todos trabajando, jugando, divirtiéndose, comiendo, bailando. Todo eso es nuestra vida: experiencias vividas, mirando –y viendo– siempre, y de ahí fotografiando sin fin con cualquier máquina, técnica o rollo, o sin. Es que mirando, en el visor o en la réflex, todo es una visión que no tiene fin. ¡Cada día es diferente: todo mirar es otro y la gente percibe finalmente que el mundo es inmenso! ¡Es bueno ser fotógrafo! O como dice el colega portugués Fernando Lemos, un mágico militante.”
Qué bueno que Daniel sea parte de esa constelación de militantes. Que el mundo le devele nuevos secretos y le abra nuevas puertas. Que su mirada siga madurando pero que no deje de ser curiosa y sensible. Será un placer acompañarle.

* Me gusta tanto esa cita de Thomas Farkas... No pude evitar pensar en ella y la volví a usar cuando escribí un texto en memoria de Juan Antonio Serrano. Mis amigos fotógrafos son sin duda una constelación de la que emana mucha luz!

domingo, julio 29, 2012

Viajes y libros

Hace poco más de un mes, en una librería de Nueva York, encontré a dos amigos que no veía hace tiempos, asiduos lectores ambos, uno de ellos escritor. Nos dimos cita allí para escuchar a Siri Hustvedt que presentaba un volumen de ensayos. La conversación transcurrió en el tercer piso de la mítica librería Strand, albergue de 2.5 millones de ejemplares nuevos, usados y algunas rarezas.

Al recordar los libros sin leer que nos esperaban en casa, terminamos por admitir que a veces más que lectores parecemos coleccionistas. Las únicas compras compulsivas que no me dejan cargo de conciencia suelen ser las de libros. También me gustan los DVDs, pero un libro –en cuanto objeto– es algo mucho más rico y mágico que una caja de plástico con un folleto y un disco por dentro. Una película puede descansar donde sea hasta que la necesites, pero un libro es mejor que esté en tu casa envejeciendo contigo, humedeciéndose, amarillándose, impregnándose de tu olor. Saber que en un libro cerrado están Alejandra y Martín, o un gato negro y peludo de nombre Begemot, y que cualquier cosa que pase me estarán esperando y podré escapar con ellos, me devuelve la calma escamoteada por la realidad de los días. 

Un libro es un pasaje sin restricciones, la más directa e indeclinable invitación a un viaje. Sin embargo no todos los viajes transcurren igual de bien y no todos los destinos son siempre satisfactorios. El éxito depende también de los compañeros de ruta. Existen ciudades tan hermosas que te quitan el habla, aunque ni bien llegado comprendes que a un lugar así nunca podrías pertenecer. Hay paraísos brillantes, exóticos y cristalinos solo que en dos semanas no dejas de ser uno más entre miles de turistas. Están también aquellos sitios perfectos, limpios y organizados que, aunque puedo disfrutar, son los que menos me interesa conocer. Es en lugares intensos, algo sucios y en cierta forma violentos donde suelo sentirme mejor; casi siempre son tierras calientes, sonoras, generosas y bellas. Así son los libros de Santiago Gamboa, territorios emocionantes y complejos donde siempre algo muy nuevo y al mismo tiempo tan mío coexiste con la búsqueda de sus personajes y sus ajetreados recorridos. 

No podría decir a ciencia cierta si es que los mejores episodios de mi vida han coincidido con la lectura de las novelas del escritor colombiano, o si es que gracias a ellas esos momentos son así de memorables. Lo cierto es que atesoro los días en un cuartito en París leyendo Los impostores, las tardes en una hamaca en Jerusalén con Vida feliz de un joven llamado Esteban, la sombra de un árbol frondoso y yo ahí acostada con El síndrome de Ulises, estar de vuelta en Quito y comprender que Perder es cuestión de método, celebrar mis 33 años con la magistral Necrópolis...

Terminé hablando demás y se me acabaron las líneas, así que me despido con una invitación. Regálese el nuevo libro de Gamboa, Plegarias nocturnas, y emprenda un viaje por Bogotá, Nueva Delhi, Bangkok, Tokio y Teherán. No será una novela negra, será una historia de amor. Cuando usted vuelva mi próxima entrega estará lista y conversaremos allí del libro del que quería hablar hoy.

Publicado en las Perspectivas del Diario HOY, el 26 de Julio

martes, julio 10, 2012

miércoles, julio 04, 2012

Ensayeando

Un volumen de ensayos me acompaña estos días (L'image document, entre realité et fiction, Les Carnets du BAL #01). Algo que me gusta de leer ensayos breves, como leer cuentos, es que puedes leer un texto completo en un espacio relativamente corto de tiempo; no tienes que seguir el orden en que se publican los escritos; si te aburres puedes pasar al próximo; empezar por el final, y no es grave si el libro vuelve a la repisa sin haberlo leído todo. No habrás dejado de entenderlo por eso. Es interesante también comparar interpretaciones, enriquecerse con aproximaciones distintas al tema que propone el volumen en su conjunto, como en el caso de este libro que leo, un compendio de ensayos de una docena de autores. 

El primer ensayo arranca citando a Novalis: «Vivimos, en lo pequeño y en lo grande, en medio de una colosal novela». La cita sirve al autor, Jean-Christophe Bailly, para desarrollar un texto que gira en torno a la idea de que cada posible acto, cada indicio, cada memoria, cada imagen y cada respuesta a esa imagen se construye con equivalentes dosis de real y ficción (microsinopsis para un texto mucho más rico que eso). 

Me gustaría extenderme en este tema pero hoy mismo no puedo. Por ahora, entonces, quiero transcribir este párrafo, al que he vuelto y he vuelto de nuevo, desde la pura emoción que me provoca. En Remonter, Refendre, Restituer, Georges Didi-Huberman se pregunta cómo abrir los ojos, cómo recoger una imagen. Y sugiere una doble hipótesis: Desarmar los ojos-rearmar los ojos... Páginas más tarde habla de Farocki. Escribe un párrafo extremadamente bello y además bien cierto. Pienso en los que nos ganamos el pan con el oficio de ver, en mis amigos cineastas y creadores de imágenes y hasta pienso en mí y en la pequeña y colosal novela que habito. No se trata de dar una receta, pero me aventuro a sugerir que sí, en efecto, es de esto de lo que se trata: 


« Élever sa vision des images à l'hauteur d'une pensée. Élever sa pensée à l'hauteur d'une colère (pourfendre). Revenir par la colère à une certaine pensée des images (...).  Élever, enfin, sa colère à l'hauteur d'une patience, d'une connaissance modeste et méthodique, prenant la forme d'un essai toujours recommencé (réapprendre). Mais comment élever sa colère à l'hauteur d'une patience ? Et comment réapprendre sans décolérer face à la violence du monde ? » 

miércoles, mayo 23, 2012

La imagen de la felicidad

Ayer fue el lanzamiento del libro de Eduardo Coutinho en los EDOC. ¡Finalmente existe! Cláudia Mesquita, con quien coedité el libro, estuvo presente y dio una ponencia increíble me cuentan quienes estuvieron ahí. Ahora quería compartir un texto que redacté para la carpeta de prensa del festival a partir del prólogo que escribí para el libro y la nota de los editores.


Eduardo Coutinho (São Paulo, 1933) es uno de los más importantes y fecundos cineastas brasileños. Su extensa filmografía incluye una treintena de documentales, además de algunas incursiones en la ficción como director y guionista.


Coutinho ha plasmado en su obra las vidas de sertanejos, favelados, inmigrantes anónimos en el espacio urbano, proletarios, solitarios, personas apasionadas por su fe, mujeres maravillosas que viven con intensidad los dictados de sus corazones. Podemos decir, con certeza, que al cine de Coutinho le debemos uno de los retratos más complejos y conmovedores de las clases medias y populares del Brasil de las últimas cuatro décadas.


El de Eduardo Coutinho es un cine esencial, que captura la verdad del encuentro entre un equipo de cine y diferentes personajes, de la manera más directa imaginable, sin recurrir a artificios ni a grandes despliegues técnicos. Lo importante para Coutinho es lo permanente, lo invariable y lo común que existe entre las personas; incluso si es capturado a partir de expresiones subjetivas y singulares. Pocos cineastas tienen la capacidad que él ha tenido para mirar tan de cerca a la gente; y pocos hay, como él, capaces de escuchar y extraer lo más profundo de las personas a través de la palabra. Esto es así porque el cine de Coutinho es un cine oral, un cine de lo dicho y lo contado, de la palabra con todas sus variaciones —con lo de verdad y de mentira que hay en ella, con la riqueza de acentos y jergas—: la palabra que se convierte en canto, la palabra que emerge del silencio y que inevitablemente termina por volver a él, la palabra que abriga los subtextos que laten entre las líneas de una buena conversación.


La obra del maestro brasileño ha estado presente en la programación de los ENCUENTROS DEL OTRO CINE desde sus primeras ediciones, y en esta ocasión presentamos una retrospectiva integrada por nueve películas: Cabra Marcado para Morrer (1984), Boca de Lixo (1992), Santo Forte (1999), Edifício Master (2002), Peões (2004), O Fim e o Princípio (2006), Jogo de Cena (2007), Moscou (2009) y As Canções (2011). No es casual entonces que CINEMEMORIA inicie su proyecto editorial, enfocado en el estudio del cine de lo real, analizando el cine de Eduardo Coutinho.


EL OTRO CINE DE EDUARDO COUTINHO es una compilación de ensayos publicados originalmente en Brasil en lengua portuguesa, en diferentes espacios y volúmenes. El libro cuenta con textos de algunos de los más reconocidos teóricos y críticos de cine del Brasil, entre ellos Ismail Xavier, Jean Claude Bernardet, Consuelo Lins y José Carlos Avellar. Los autores miran el cine de Eduardo Coutinho desde su propio país y encuentran en él esas características universales; con la ventaja de que, por compartir con el autor el contexto cultural e histórico en que las películas fueron realizadas, sirven también como guías de sus posibles lectura. Once ensayos, una entrevista inédita y varios
apéndices informativos —una cronología biográfica de Coutinho, su filmografía completa y fichas técnicas de sus documentales de autor— integran esta publicación, la primera en español dedicada al cine de Coutinho.


Enlaces:
EDOC
EL COMERCIO


EDOC, cine y libros. Qué bueno poner esas tres etiquetas en este post. ¡Tres de las cosas que más amo!

miércoles, mayo 09, 2012

El Otro Cine de Eduardo Coutinho


Acabo de recibir el ISBN del libro en el que vengo trabajando los últimos seis meses. ¡Qué sensación tan bonita y eso que solo es un código de barras!
El guagua se está demorando así que aún no veo el resultado final y como este año no voy a llegar a Quito para los EDOC tendré que aguantarme todavía para tenerle a mi librito en las manos. 
El Otro Cine de Eduardo Coutinho es el primero de una serie de volúmenes dedicados al estudio del cine de lo real que queremos publicar en Cinememoria. Yo fui la responsable de este primer salto al mundo editorial y disfruté mucho de la tarea, especialmente porque conté con la valiosa ayuda de Cláudia Mesquita como co-editora y Alfredo Mora, en Quito, quien coordina todos los impresos de los EDOC.
El Otro Cine de Eduardo Coutinho es una compilación de ensayos publicados originalmente en Brasil en lengua portuguesa, en diferentes espacios y volúmenes. Los autores miran el cine de Coutinho desde su propio país y encuentran en él esas características universales; con la ventaja de que, por compartir con el autor el contexto cultural e histórico en que las películas fueron realizadas, sirven también como guías de sus posibles lecturas. Diez ensayos, una entrevista inédita y varios apéndices informativos —una cronología biográfica del autor, su filmografía completa y fichas técnicas de sus documentales— integran esta publicación, la primera en español dedicada al cine de Coutinho.

miércoles, abril 18, 2012

Reencuentro

Buenos Aires. Parque Lezama. Cerca de la estatua de Ceres. Martín conoce a Alejandra.
Con este fragmento supe que este libro se quedaría siempre cerca. Han pasado 17 años, cumplía yo 18 cuando llegaba a mis manos. El libro no era mío, pero el texto me pertenece hasta ahora. Así ocurre con ciertas cosas que no son propias pero son tuyas igual. Solo que quería tenerlo cerca, releerlo cuando lo necesitara. Así que ahora ya está conmigo.



El dragón y la princesa, Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato.

viernes, febrero 10, 2012

The end

Así termina Amos Oz su novela To know a woman, que en español había sido traducida como Las mujeres de Yoel. Después de leer un final así de increíble hasta duele más cerrar un libro, sabiendo que uno ya no tendrá qué abrirlo más.   


"... And so, Yoel Ravid began to give in. Since he was capable of observing, he grew fond of observing in silence. With tired but open eyes. Into the depth of the darkness. And if it was necessary to focus the gaze and remain in the lookout for hours and days, even for years, well there was no finer thing that this to do. Hoping for a recurrence of one of those rare, unexpected moments when the blackness is momentary illuminated, and there comes a flicker, a furtive glimmer, which one must not miss, one most not be caught off guard. Because it might signify a presence which makes us ask ourselves what is left. Besides elation and humility."

viernes, febrero 03, 2012

Libros

Acabo de oír una entrevista que le hicieron a la Valen ayer en la Radio Visión. Una entrevista sobre libros. La Valen ha traído imágenes de mi infancia y juventud a mi mente: la tía Lucy y sus libros, arreglados por autor y codificados alfanuméricamente, como en una biblioteca, en la sala de estar. Producto de su tan natural generosidad (la característica de los Ramia-Yepes) tuve la suerte de heredar la copia de Abbadón el Exterminador, firmada por Sábato, que admiraba cada vez que visitaba su casa.

Me encantó oír la voz de la Valen, sentirle cerca. Oírle hablar de sus novelas gráficas, la concurrencia de la espera, la soledad más deliciosa que es estar uno solo con un libro, los amigos en los que se reconoce a través de las lecturas y qué alegría estar yo ahí con ella, en un par de momentos de la conversación.

Quería escribir desde hace días un post sobre libros, pero no sobre los libros que he leído últimamente, sino sobre el placer de pasearse en una librería y comprar un montón de libros aunque pase tiempo hasta que los abra. Comprar libros no me deja un sentimiento de culpa. Comprar un libro no suele ser un arrebato ni una excentricidad, como exagerar con los zapatos. Solo es traer alguien más a casa, así que ahí no hay mea culpas. Y en esa línea van mis dos últimas adquisiciones a la espera de ser abiertas: Quase Memória, de Carlos Heitor Cony y Los enamoramientos, de Javier Marías (por cierto: la librería Saraiva tiene libros en español y los entregan en casa 24 horas más tarde).

Hace unos meses la Valen y yo nos reencontramos en Berkeley. Su avión llegó demoradísimo y cuando me pidió disculpas por las horas de espera le dije que no pasaba nada porque había tenido la suerte de esperar junto con un hombre interesantísimo susurrándome una historia al oído. The Death of Bunny Munro ha sido mi primera experiencia con los audiobooks. Es una novela que duele: sórdida, gris y bella de alguna manera, única en su forma de describir esa decadencia a la inglesa a la que aprendí a tomar afecto con el pasar de los años.



Una tarde de domingo hicimos un tour de librerías y tiendas de discos usados: Amoeba, Moe's Books, Fantastic Comics, Half Price Books. Descontando las películas que no son materia de este post, yo salí con Leonardo da Vinci, A Memory of His Childhood, de Sigmund Freud (había leído fragmentos en una clase de cine en Montpellier y lo recordaba como un libro maravilloso); L'écume des jours, de Boris Vian a 6USD y en español porque no logré entender el libro en francés; The Namesake, de Jhumpa Lahiri (sus cuentos Interpreter of Maladies son algo así como lo que yo quisiera escribir); Safe Area Gorazde, de Joe Sacco; To Know a Woman, de Amos Oz, y un regalo para Misha aunque también lo quiero leer yo antes de tomar el transiberiano: Travels in Siberia, de Ian Frazier.


Mientras yo ya me había recorrido la tienda entera, la Valen ni se había movido de la sección musical. Estaba loca por un libro de un tal Adorno pero resulta que costaba un ojo de la cara y como para decidir qué hacer ella trataba de convencerme a mí de la importancia de tenerlo en su biblioteca: "Je me fous de ton Adorno", le dije en francés y entre risas, así como para hacerme la musicóloga avant-garde y seguirle en su plan. Ella se compró el libro de todos modos y "Je me fous de ton Adorno" se convirtió en la frase de las vacaciones, pequeño equivalente de la "gonorrea de año" de un post anterior.

La semana pasada la Valen nos escribió un mail al Alfredo, al Sebastián y a mí  y nos contó que iría a la radio a hablar de libros. Nos pedía que le dijésemos cuáles fueron los libros que nos marcaron el año pasado. Intenté hacer mi lista, pero no me resultó muy fácil acordarme de lo que leí y es que seguramente fue muy poco.

Cuando los tres le respondimos, volvió a mandar un mail, esta vez preguntando "si somos de los que copian citas y subrayan los libros", y que si le podíamos copiar algo especial. "Yo no anoto las frases pero pongo marca páginas adhesivos cuando me encuentro con algo bacán", le dije. Por eso los libros que he leído desde hace unos dos años tienen montón de tiritas fosforescentes pegadas en sus páginas. La última frase que se llevó el post it fue la del Rabino Najmán: "No hay nada más entero que un corazón quebrado".

Nuestros libros llegaron a Río la semana pasada. De Durham a una bodega, a un puerto, a cruzar el Atlántico, al puerto de Santos, al puerto de Río y ojalá ya pronto a la Rua Conde de Irajá. Espero que no se hayan mojado, que nada malo les haya pasado, que lleguen con sus páginas enteras porque ya estoy pensando en su lugar.

En una estantería, los libros de Hesse, Sábato y Oz (en esa cronología personal, 18 años, 22 años y 27 años para adelante) y también los de Santiago Gamboa y Mikhail Bulgakov, son como mis santos patronos que me protegen desde un altar. Hay gente que pone imágenes de santos y les prende velas, gente que llena la casa de fotos de sus familiares, hay gente agnóstica que no necesita que le proteja nada. A mí me acompañan mis libros y mis DVDs también, pero un libro, como un objeto, es algo mucho más rico y palpable que una caja de plástico con un disco por dentro. Una película puede descansar donde sea hasta que la necesites, pero un libro es mejor que esté en tu casa envejeciendo contigo, humedeciéndose un poquito, amarillándose, impregnándose de tu olor. Es así, solo saber que en un libro cerrado están Alejandra y Martín o un gato negro llamado Begemot, y que cualquier cosa que pase me estarán esperando y podré escaparme con ellos, ya me devuelve la seguridad que me roba a diario la realidad de la vida. 

En fin, es tarde a la medianoche cuando la vida cambia y uno ha de levantarse a las 7 todos los días. No nací para madrugar, aunque abrir los ojos temprano, exprimir las naranjas, arreglarme rápido, salir pronto de casa y sentarme a estudiar portugués, me ayuda a esquivar mi tan común bajón matinal.

Gracias a la Valen por las perlas de hoy.



"Me dice la señora Panzera: el Tiempo sosiega el duelo. —No, el Tiempo no hace pasar nada; hace pasar solamente la emotividad del duelo."
Roland Barthes, Diario de duelo (1977-1979)

"Hay una escenografía de la espera: la organizo, la manipulo, destaco un trozo de tiempo en que voy a imitar la pérdida del objeto amado y provocar todos los afectos de un pequeño duelo, lo cual se representa, por lo tanto, como una pieza del teatro."
Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso

"Camine anoche durante horas. Era como si quisiera perderme por alguna calle nueva. Perderme absoluta y alegremente. Pero hay momentos en que no podemos, no sabemos perdernos. Aunque tomemos siempre las direcciones equivocadas. Aunque perdamos todos los puntos de referencia. Aunque se haga tarde y sintamos el peso del amanecer mientras avanzamos. Hay temporadas en que por más que lo intentemos descubrimos que no sabemos, que no podemos perdernos. Y tal vez añoramos el tiempo en que podíamos perdernos. El tiempo en que todas las calles eran nuevas." 
Alejandro Zambra, Formas de volver a casa

miércoles, enero 18, 2012

A word in Urdu

Del libro que estoy a punto de terminar. El otro día leí esto que me gustó mucho. Ocurre en un momento medio extraño, una visita imprevista de Yoel a una pareja de hermanos gringos, un chance weirds. El hermano le revela a Yoel la historia de sus vidas y cómo fue que terminaron en Israel. Luego, prosigue: 

"What would you like to tell us about your own life, Mr Ravid? Yoel, if you don't object? Has your family also split up? I've heard tell that in Urdu there's a word that if you write it from right to left it means adoration, and if you write it from left to right it means loathing. Same letters, same syllables, just depends which way. For God's sake, don't feel you've got to repay one personal story with another. It's not a business deal, just an invitation to get it off your chest, as they say. There's a story about some old rabbi from Europe who said the soundest thing in the whole world is a broken heart. But you mustn't feel obligated to trade one story for another. Did you eat already?..."  


To know a woman, Amos Oz

miércoles, diciembre 07, 2011

Cariños ajenos

30/10/83 

Elias, 
Espero que continues sempre assim com ELE, pois me passas uma energia, uma força incrível. É bom ter te conhecido melhor e apesar disso estarei sempre que possível nos domingos às 17 hs ou as 19 hs. Um abraço carinhoso da Roselee. 

Encontrado en un separador de páginas que estaba dentro de un libro usado que compré hoy por 5 reales en la plaza General Osorio en Ipanema: O Eu profundo e os outros Eus, una selección de poemas de Fernando Pessoa. Creo que al final lo que me hizo decidir que quería ese libro viejo y lleno de manchas amarillas fueron las palabras enigmáticas de esta mujer. ¿Qué sería ella para Elías?

lunes, octubre 24, 2011

Fragmento


Un fragmento de la novela que acabo de terminar y que se quedó resonando...

Ignoro si estén estudiadas las reacciones que tiene la gente ante revelaciones semejantes, cómo se comporta una persona ante un cambio tan brutal de sus circunstancias, ante la desaparición del mundo tal como lo conoce. Es de pensar que en muchos casos sigue un reajuste gradual, la búsqueda de un nuevo lugar en el elaborado sistema de nuestras vidas, una reevaluación de nuestras relaciones y de eso que llamamos pasado (¿futuro? -el apunte es mío-). Quizás eso sea lo más difícil y lo menos aceptable, el cambio del pasado que antes habíamos creído fijo.
El ruido de las cosas al caer, Juan Manuel Vásquez, pag. 245

miércoles, agosto 25, 2010

Una entrevista a Santiago Gamboa


En abril, entrevisté a Santiago Gamboa (uno de mis escritores favoritos) para el portal de cultura latinoamericana Latineos en Inglaterra. La entrevista se realizó vía correo electrónico y Skype y se publicó originalmente en inglés. Ahora que el sitio comienza a traducirse al español y francés ha sido publicada en el idioma en que fue realizada. Pulsando en el idioma pueden leerla en la página original en español y en inglés.

Santiago Gamboa sobre el viaje, la traducción, su generación y la literatura autorreferencial 

Santiago Gamboa (Bogotá, 1965) es uno de los más importantes escritores latinoamericanos de su generación. El pasado septiembre recibió el premio literario La Otra Orilla por su novela Necrópolis. La Otra Orilla es un sello literario del Grupo Editorial Norma que convoca anualmente a un Premio de Novela en lengua castellana. El premio recae en una obra inédita y garantiza su publicación en Latinoamérica y España. Se otorga desde 2005 e incluye una remuneración económica que ha ido desde $30,000 hasta $100,000 en 2009.

El jurado –compuesto por Jorge Volpi, Roberto Ampuero y Pere Sureda– entregó el premio a Gamboa por “el magnífico uso del lenguaje y la dificultad que implica dar vida a tantas voces distintas, logrando que sean diferenciables y creíbles. La historia, al presentarse aparentemente sin intención, sin guía, logra generar un efecto de intriga y extrañeza que implica un riesgo narrativo que el autor supera con mucha pericia”.

Antes de Necrópolis, el escritor colombiano había publicado excelentes novelas y relatos cortos, entre los que se cuentan Perder es cuestión de método (1997), Vida feliz de un joven llamado Esteban (2000), Los Impostores (2002) y El Síndrome de Ulises (2005), entre otros. Sus libros han sido traducidos al francés, alemán, italiano, checo, ruso, noruego, griego, danés, sueco, rumano y vasco, por nombrar solo algunos de los 17 idiomas, pero nunca en la lengua de Shakespeare, algo que representa, para mí, uno de los grandes misterios del negocio editorial.

Leí mi primer libro de Gamboa en París. Un poco como su Esteban, había ido a Francia a estudiar aunque más que aprender de la universidad buscaba ampliar mi percepción de la vida. En el minúsculo apartamento de mi mejor amigo me volví adicta a Los Impostores. Era un verano muy caliente en Europa, la famosa canícula de 2003, y recuerdo que iba dejando las maravillas de París para más tarde, porque no podía separarme del libro.

Es difícil clasificar a Los Impostores dentro de un género en particular, sin encasillarla. Digamos que es una deliciosa novela de aventuras y desventuras, donde varios personajes (un frustrado escritor colombiano, un eminente académico alemán y un profesor de literatura peruano) terminan buscando un manuscrito que revela la doctrina de una sociedad secreta y clandestina cuyos líderes fueron aniquilados en China.

Un verano después, aunque se tratara de un libro anterior, Vida feliz de un joven llamado Esteban llegó a mis manos. Lo leí en Jerusalén, adonde me había mudado a causa de un amor impulsivo por un hombre y su gato. Acostada en una hamaca bajo el aire acondicionado, acompañada por mi peluda mascota, me adentré en aquella edificante autobiografía ficticia que me reconectó con mis orígenes latinoamericanos y mi propia experiencia de vida por medio de un relato en primera persona, contado a través de un amplio espectro de historias, personajes y registros.

Años más tarde, bajo la sombra otoñal de un glorioso árbol en la Selva Negra, me enamoré de El Síndrome de Ulises y no pude evitar verme reflejada en situaciones similares a las que viven sus personajes. Sus páginas, al tiempo que me hacían reír, me procuraban también nostalgia, placer y a veces dolor. En este, un muy íntimo recuento de sus días en París, Gamboa reencuentra a Esteban, quien había viajado hasta allá para estudiar literatura. La ciudad de la luz, el sueño de tantos jóvenes latinoamericanos, es un lugar frío, oscuro y doloroso, donde la imagen de los Campos Elíseos, la Rue de Rivoli y la Torre Eiffel asoma como un simple mito. Esteban lava platos en un restaurante coreano, se ducha en la piscina pública y con el correr de los días va conociendo a otros inmigrantes de todo el mundo que comparten con él, y con nosotros, sus conmovedoras historias. El Síndrome de Ulises es una novela bella, en la que todo se vive con intensidad, sea el sexo, la amistad, la angustia, la fiesta, el amor o la solidaridad.

Ahora en Necrópolis, calificada por la crítica como un tour de force literario, Gamboa lleva a sus lectores a otros destinos. Se trata de una novela polifónica que recuerda la fuerza, ritmo y dureza de Los detectives salvajes (Roberto Bolaño, 1998) y que dialoga con clásicos de la literatura como El Decamerón, El Conde de Montecristo y Las mil y una noches.

Luego de una larga enfermedad un escritor es invitado a un congreso de biógrafos en Jerusalén, una ciudad en guerra. Y así la historia se teje y se bifurca, mientras se cruzan las vidas y ponencias de los participantes del congreso: un librero y biógrafo francés, una actriz porno italiana, un empresario colombiano y un antiguo pastor rehabilitado de las drogas y el crimen, redimido por un desaparecido Mesías contemporáneo.

Gamboa viajó a Madrid a los 19 años, para estudiar filología hispánica. Desde entonces ha vivido siempre fuera de su país. Vivió en París, donde obtuvo un doctorado en Literatura Cubana en La Sorbona y trabajó como corresponsal de prensa, más tarde se mudó a Roma y hasta hace poco vivió en Nueva Delhi, donde trabajó como Consejero en la Embajada de Colombia. “India es un lugar lleno de contradicciones, cosas raras y hermosas. Es un lugar lleno de vida. Me hacía falta después de tantos años en la vieja Europa”, me dice. Ahora que su misión diplomática ha concluido, Santiago vuelve a Roma tras su paso por Bogotá y una conferencia en Estados Unidos. Parece que ha estado tomando muchos aviones últimamente y es justamente la sala de espera de un aeropuerto el lugar desde donde habla conmigo.

De tu propia Bogotá a Madrid, París, Roma, Nueva Delhi... ¿Necesitas cambiar de escenarios para continuar escribiendo o han sido solo las circunstancias?
Me gusta cambiar de vida. Hacerlo muchas veces es un modo de vivirla más intensamente, o al menos de intentar prolongarla, pues una vida es poca vida, ¿no? Igual que la literatura. Viajar y leer nos prolongan la maravillosa sensación de estar vivos.

Tus novelas se desarrollan en tantos lugares del mundo. Además, el viaje está muy representado en tu obra y en tu vida personal. ¿Qué ha aportado el viaje al proceso de creación literaria?
Viajar es conocer, alejarse de sí mismo, verse a través de los ojos de otros. Las raíces de los hombres son los pies, y los pies se mueven. Yo no sería el mismo si no hubiera viajado por el mundo, y mi literatura, por supuesto, sería muy diferente. Tal vez ni siquiera existiría.

Tú sostienes que "la identidad es un problema de distancia". ¿Cómo vives el hecho de ser un colombiano fuera de casa?
Uno no puede ser sólo colombiano toda la vida. Los viajes me han enseñado que soy, sobre todo, latinoamericano. Con la distancia esa identidad continental es más verdadera. La cercanía que uno siente estando lejos con un peruano o un mexicano me señalan eso: soy latinoamericano.

¿Te has planteado volver a Colombia?
Nunca me he planteado quedarme para siempre en un mismo lugar. Volver sería eso, y prefiero no pensarlo. Me da claustrofobia. Prefiero ir mil veces a Colombia, que además es un país que me gusta mucho, pero quedarme por ahora está excluido.

¿Sientes que tu literatura se va alejando de Colombia? Me parece que Perder es cuestión de método, por ejemplo, es una historia muy colombiana, pero últimamente aunque conservas los personajes colombianos tus novelas ocurren muy lejos, son más globalizadas.
Creo que es una conquista de mi generación: poder escribir novelas en otros países. La idea de que el peruano escribía sólo sobre Perú, el mexicano sobre México y el colombiano sobre Colombia, quedó atrás. Nadie le pide a un escritor francés que escriba sobre Francia, así que obtener como latinoamericano esa libertad es un gran logro. Mi literatura puede alejarse de Colombia en términos geográficos, pero no emocionales. Muchos colombianos viajan, viven cosas que antes no se vivían.

¿Cuál es tu opinión sobre el concepto de ‘McOndo’ que ha sido utilizado para referirse a la nueva ola literaria que emergió en América Latina en los años 90, y la idea detrás de él?
Mira, lo de McOndo fue algo paradójico: si hubiera leído el prólogo, tal vez no habría participado, pues no estaba muy de acuerdo con esa visión norteamericanizada de América Latina que Fuguet y Gómez presentan. Con el tiempo incluso Fuguet ha renegado de ese prólogo. Pero es innegable que la antología, de 1996, hizo visibles a una serie de escritores, algunos de los cuales desarrollaron muy buenas obras literarias. Esto ocurrió apenas dos meses antes que el manifiesto del Crack, de los mexicanos Volpi, Padilla, Palou y Urroz. Sin duda empezaba a configurarse una nueva generación de autores.

Y en el caso de la denominada ‘Nueva Narrativa Colombiana’ ¿sientes que tú y otros escritores de tu país están redefiniendo la literatura colombiana?
Mira, uno escribe lo que tiene que escribir, sin una conciencia muy precisa de lo que están haciendo los otros, y luego es el crítico el que pone en relación los diferentes libros, no los autores. Como lector de mis colegas, sí puedo decirte que hay un entramado muy sólido: Abad, Mendoza, Vásquez, entre otros. Es muy diferente a la literatura anterior.

¿Qué piensas del cine colombiano actual? ¿Sigues de cerca lo que se produce en tu país?
El cine se ha desarrollado mucho y hay talentos nuevos, como Ciro Guerra. Me gustan mucho las películas de Sergio Cabrera y de Víctor Gaviria. También se desarrolló mucho la relación entre cine y literatura: Paraíso Travel, Satanás, Rosario Tijeras, Esto huele mal, Perder es cuestión de método. También es importante señalar el virtuosismo de Felipe Aljure, con su extraordinaria La gente de la Universal. Creo que se avecina una avalancha de jóvenes directores. Nunca antes en la historia del país ha habido tantos colombianos estudiando cine.

Me sorprende que tus libros no hayan sido traducidos al inglés, mientras que es posible leerte en idiomas mucho menos hablados. ¿Por qué? ¿Hay alguna posibilidad de que tus libros sean traducidos al inglés pronto?
No sé por qué. Eso sólo lo saben los editores ingleses. Seguramente no los encuentran interesantes, o tal vez no soy lo suficientemente exitoso. No lo sé. Yo tengo un agente literario que propone siempre mis libros en Inglaterra y en Estados Unidos, pero nunca los compran. Tampoco dicen que no. Sencillamente se demoran, y se demoran y se demoran y finalmente el resultado es este. Pero no soy el único autor al que le pasa esto. De toda mi generación hay un porcentaje que no es muy grande de autores que están traducidos al inglés. Tú encontrarás algún libro de Jorge Volpi, encuentras lo de Juan Gabriel Vásquez, lo de Evelio Rosero, ahora van a traducir a Héctor Abad, pero no son muchos.

Es como si tú le preguntas a un tipo que está enamorado de una mujer, por qué la mujer no lo quiere. Es muy difícil de interpretar. A mí me gustaría muchísimo tener mis libros en Inglaterra, en Estados Unidos y probablemente en algún momento los van a traducir. El problema es que el idioma inglés traduce muy poco. En Estados Unidos solamente un 2% de lo que publican son traducciones, de todos los idiomas. Es decir, de cada 100 libros publicados, sólo dos son traducciones. En esos dos están todos los idiomas, está el francés, el alemán, el italiano, ruso, el chino, el español. Es decir, el 2% de la totalidad de los idiomas del mundo son traducciones. Entonces claro, el porcentaje de lo que se traduce del español es todavía más pequeño, será un 0.4%. Y de ese 0.4% solo quedan los superfamosos: García Márquez, Vargas Llosa, Bolaño y luego habrá un pequeño espacio para unos pocos autores.

Pero bueno, tampoco uno no escribe para eso. Esos son temas editoriales. La literatura realmente es otra cosa, es el texto, es el lector y esa relación tan extraña.

Ahora que mencionas varios nombres pienso en tus novelas, tan llenas de referencias literarias, encuentros con autores reales, personajes que son escritores o lectores ávidos. Solo en la página 50 de Necrópolis [edición española, La otra orilla] citas 15 libros…
A mí me gustan los libros que tienen referencias literarias y me gustan porque me permiten también ir a buscarlas. Y por supuesto uno escribe como le gusta que sean los libros. No me gusta poner citas en los libros como para hacer evidente una serie de lecturas o una cierta cultura. Yo creo que las cosas que se citan son generalmente las cosas que son importantes para los personajes y eso es lo que al fin y al cabo yo hago. Yo en los libros escribo lo que es importante para ellos. Esta es una respuesta que también doy cuando me preguntan a veces que por qué en El Síndrome de Ulises hay tanto sexo. Yo digo, “pues no es mucho, es lo que los personajes necesitan para poder sobrevivir”. Lo mismo con los libros. Hay las citas y las referencias necesarias que ellos necesitan y sienten como naturales. Pero si te fijas a la larga casi siempre son los mismos. Uno tiene un número limitado de lecturas, de preferencias y de libros importantes y generalmente son los mismos.

Desde tu perspectiva de escritor ¿cuáles son las singularidades del idioma español? ¿Es un placer escribir en español? Y el inglés ¿a qué tipo de literatura le sienta bien?
Creo que el español es una lengua muy exuberante, repleta de adjetivos, de posibilidades visuales. En ocasiones es un poco limitada en lo conceptual, pero se defiende. Tal vez por eso no hay grandes filósofos en lengua española. Creo que el idioma inglés es sintético y preciso. Los escritores en lengua inglesa escriben más rápido. Hay novelistas como Anthony Burgess que escribieron novelas de 900 páginas en seis meses ¡y son geniales! Eso es muy difícil de hacer en español.

Tus novelas apelan mucho a tu experiencia propia. ¿Cometo un error si al pensar en Esteban (el personaje principal y narrador de Vida feliz de un joven llamado Esteban y El Síndrome de Ulises) te imagino a ti?
Vida feliz de un joven llamado Esteban es una autobiografía, la de Esteban Hinestrosa. Por supuesto hay muchas cosas de mi vida, que es la que mejor conozco. También su deseo de ser escritor, su itinerario. El síndrome de Ulises también es muy referencial de mi propia experiencia. Suelo decir que lo biográfico de ese libro es sobre todo los episodios tristes.

Lo que quiero decir es que la voz de Esteban se convirtió en algo tan cercano para mí, como lectora, que terminé pensando que el narrador y el autor eran la misma persona…
Me producen ese efecto escritores como Henry Miller o Alfredo Bryce Echenique. La primera persona es tan fuerte que anula al narrador por esa sensación impregnada de la experiencia del autor.

El Síndrome de Ulises es una novela muy importante para mí. En París viví experiencias durísimas que me marcaron. Conocí la absoluta pobreza. Lo que la novela retrata es directamente extraído de mi propia experiencia. Yo en París viví de todos los modos. Fui pobre pero también fui rico en esa época, y no me sentía bien de ninguna de las dos maneras. Fui periodista, corresponsal, en fin. Tuve cargos importantes y nunca me sentí bien. Lo que pasaba era que tal vez tenía tantas cosas acumuladas del pasado y eso me generaba un rechazo muy fuerte. Entonces empecé a escribir El Síndrome de Ulises, y fue una escritura muy solitaria, jamás le conté a nadie lo que estaba haciendo y prácticamente la primera vez que alguien la leyó fue el editor, cuando la terminé. Pensé que era un libro excesivamente personal, que no le iba a interesar a nadie. Pero lo escribí como necesitaba escribirlo, sin ningún tipo de pensamiento previo. Pero todo salió bien, el libro gustó muchísimo, fue un éxito editorial extraordinario. Es mi libro más vendido.

¿Cómo manejas esa relación un tanto ambigua que, como escritor con una obra tan autorreferencial, creas con tus lectores? Casi me atrevería a decir que estás en una situación de desventaja frente a una persona que ha seguido tu trabajo muy de cerca…
Es difícil, pero la literatura nos ha llevado hasta ahí, y tendrá que darnos una solución.

El avión despegará pronto y yo me quedo, una vez más, tan inspirada por este autor cuyas historias siempre llevo conmigo, como mi patrimonio propio.

jueves, julio 03, 2008

Fima me salva del terror

Como todas las mañanas, Fima llamó a su amigo Zvi Koprotkin. Intentó sacudir un poco su conciencia, hablarle de los territorios, de la ocupación israelí, de Günter Grass y sus discursos en tercera persona, a pesar de que él, Grass, había estado involucrado con el nazismo y cargaba más responsabilidad sobre sus hombros que la que Fima tenía sobre la situación en Palestina. Sin embargo Fima, "que no había puesto un pie en Líbano, que jamás había servido en los territorios, de modo que sus manos estaban menos manchadas que las de Grass", cuando se refería a la situación palestina y la responsabilidad que tenía su estado, prefería no extraerse del discurso. Siempre decía "nosotros", "nuestros crímenes". Llevaba la tragedia de sus vecinos como si fuera suya. No es que estuviera del lado de los árabes, lo aclaraba, pero sabía que reconocer el asunto a la final sería una solución para los mismos judíos. “Te he explicado ya mil veces que para mí no son unos santos [los árabes] ni mucho menos. Se trata simplemente de humanidad…” Pero eso ya no se lo dijo a Zvi, sino a Baruj, su padre, que pasó a visitarlo unas horas más tarde.
En realidad Zvi no necesitaba un gran sacudón de conciencia. Ya era un hombre bastante comprometido y esa mañana solo necesitaba hacer las cosas de prisa porque estaba tarde para dictar una clase de historia en la Universidad Hebrea.
Terminada la conversación, Fima por fin lavó los trastos sucios, limpió las manchas de mermelada seca sobre la mesa, cambió las sábanas que ya olían a sudado y al poco tiempo recibió a Baruj, que vino de improviso, elegante y perfumado como siempre, con la obcecada idea de convencer a su hijo que se consiguiese una mujer que llenase un poco tanta soledad y a meterle, “disimuladamente”, un billete de 50 shekels en el bolsillo del pantalón, no vaya a ser que ande necesitado.
Yo tenía otros planes para esta mañana. Desde que llegamos a Jerusalén, Misha se ha pasado contado manilfoldas. Parece que la solución al problema que no sale de su mente desde hace tres años va a llegar estos días. Pero cuando las soluciones matemáticas se acercan, la vida de pareja paga su precio. Sería incorrecto quejarme porque con el calor, el viaje, la luz de verano que dura hasta tarde, el espíritu de vacaciones que nos acompaña (por más que haya mucho trabajo) y nuestro todavía reciente reencuentro, nuevos aires han caído sobre nuestros cinco años en pareja.
Sin embargo, me parece que Misha espera más los encuentros matutinos con el gran Alex Lubotzky que el fin de la tarde conmigo en el desaliñado apartamento para estudiantes que nos ha proporcionado la Universidad Hebrea (la misma en donde Zvi dicta sus clases casi todas las mañanas) y que para consentir mi patriotería latinoamericana se ubica en la calle Guatemala, cerquita de la Uruguay, en el barrio de Kiryat Yovel, no muy lejos de la Chile, donde reposa el monstruo.
¡Qué gusto más grande que es ver a Misha sumergido en su mundo numérico, abstracto e inentendible,
misterioso y apasionado! Y solo antes de ayer me daba cuenta de que, por ejemplo, no sabía el título de ninguna de sus publicaciones. Me azotó el cargo de conciencia por haber tardado tanto tiempo en preguntarle. “Don’t worry bellu”, me dijo. Quedaba claro que de todas formas no entendería nada y que por saber los nombres no lo iba a conocer ni a querer más; pero al menos yo quería poder recitar algo. “Son un montón”. “Bueno, al menos dime tres, los que más te gusten.” Y en esas me he pasado, combinando términos y equivocándome siempre, jurándole que será la última vez que le pido que me repita.
Y así voy:
Counting maximal arithmetic quotients, Finite volumes of arithmetic subgroups, Arithmetic groups and hyperbolic manifolds.
– Nooo, nooo.
Y con una sonrisa, lo dice bien. Y yo:
– OK, OK. Mmmmmm… Counting volumes of arithmetic subgroups, Finite groups and hyperbolic manifolds, On volumes of arithmetic...
– Noooo bellu.
Y otra vez. Y otra vez. Y quién sabe diez, hasta que me sale (para luego volverme a olvidar):
Counting maximal arithmetic subgroups; On volumes of arithmetic quotients; Finite groups and hyperbolic manifolds.
Yo tenía otros planes para esta mañana, decía. Quería salir a eso de las 10. No para ir al Ratner Student Club, la acogedora cafetería del campus de Givat Ram, que está rodeada de grandes ventanales de vidrio tan limpios que ayer un pájaro se estrelló contra uno de ellos, cercada de árboles y con un piano de cola en el centro, donde no se vende cárnicos por lo que los sánduches son o de queso o de salmón y la lasagna de vegetales. Allí puedo conectarme al Internet, sentarme en una mesita redonda de plástico blanco y escribir, trabajar, leer los diarios, acabar el informe para Cinememoria, ver por YouTube los cuatro goles que le propinó la Liga al Fluminense y que me perdí por estar en el Medio Oriente, las declaraciones del patón Bauza, los comentarios en Fox Sports de un par de mexicanos que no le igualan a Martín Liberman, el argentino pelirrojo, la figura del partido, o todo lo que se relacione con la Liga que en estos últimos tiempos ha sido lo más importante.
Tenía planeado caminar un par de horas por el centro hasta las 2 que había quedado en verme con Misha para el almuerzo. Y, luego de comer, volvería a caminar por las mismas calles, pero esta vez con él. Primero pasearía un poco por Kiryat Yovel, luego pensaba tomar uno de dos buses, el 18 o el 19; bajarme en King George esquina con Ben Yehuda y caminar hacia abajo, meterme a SuperPharm a comprar un desmaquillante, seguir caminando hasta llegar a Steimatzky
–tal vez tendrían un libro en español a buen precio–, probarme un par de zapatos extravagantes en Gazith, que por más que me encantasen seguramente no los compraría, seguir bajando, llegar a Kikar Zion, tomar hacia arriba por Jaffa Street y así seguir disfrutando sin mayor itinerario de una de mis ciudades preferidas, en mi estación preferida.
Pero por oír la conversación telefónica de Fima, totalmente entrometida, por verlo lavar sus cacharros, ni siquiera le ayudé, y por quedarme en casa cuando llegó Baruj con su olor a colonia –y un pequeño dejo de pescado y zanahorias dulces según Fima, porque yo no lo huelo– terminé quedándome en casa toda la mañana, sin haberme duchado siquiera. A eso de las 12 sonó el teléfono. Era Misha, para mí:
– Where are you bellu?
– Still at home
Y un respiro aliviado.
– You know, there was a big terrorist attack in Jaffa Street. A guy was driving a big tractor, like a bulldozer, and he went over the pavement and started to go over people and over cars and he hit two Egged buses. So the two buses like flipped. They say he was going this way for about 100 meters, crushing everybody on the way. I guess some people died. Several babies were injured. Mostly women and children were there.
– Oh my God. And how do you know it?
– Alex’ son just called.
– I was supposed to be in town right now, you know.
– Yeah. It’s good that you stayed at home.
Tras una pausa:
– And how are you?
– Things are going slowly here. Let’s meet at half past two. Is it OK with you?
– Sure. I might need some more time with Fima as well.
(Me quedo absorta, impresionada. Que un hombre decida explotar, morir primero para llevarse a otros con él, es atroz pero algo tiene de heroico, al menos ante los ojos del mártir y su familia. Pero arrollar a cientos, aplastarles a sagre fría y seguir y seguir, extasiado con tanta sangre desde la cúpula de un tractor, allí sí que no cabe ni un milésimo de humanidad posible. Me pregunto qué tendrá que decir Fima sobre Günter Grass y los nazis y los palestinos y los judíos, después de todo esto.)
– Good.
– See you soon, Michu. Я люблю тебя.
– Te amo.
– Пока.
– Пока.

*Escribí esta entrada ayer por la noche, en casa. Como ahí no hay internet he tenido que esperar hasta hoy para subirla a la red. Antes he revisado los periódicos. La grande Liga es campeón, Ingrid Betancourt está libre.