Acabo de oír una entrevista que le hicieron a la Valen ayer en la Radio Visión. Una entrevista sobre libros. La Valen ha traído imágenes de mi infancia y juventud a mi mente: la tía Lucy y sus libros, arreglados por autor y codificados alfanuméricamente, como en una biblioteca, en la sala de estar. Producto de su tan natural generosidad (la característica de los Ramia-Yepes) tuve la suerte de heredar la copia de Abbadón el Exterminador, firmada por Sábato, que admiraba cada vez que visitaba su casa.
Me encantó oír la voz de la Valen, sentirle cerca. Oírle hablar de sus novelas gráficas, la concurrencia de la espera, la soledad más deliciosa que es estar uno solo con un libro, los amigos en los que se reconoce a través de las lecturas y qué alegría estar yo ahí con ella, en un par de momentos de la conversación.
Quería escribir desde hace días un post sobre libros, pero no sobre los libros que he leído últimamente, sino sobre el placer de pasearse en una librería y comprar un montón de libros aunque pase tiempo hasta que los abra. Comprar libros no me deja un sentimiento de culpa. Comprar un libro no suele ser un arrebato ni una excentricidad, como exagerar con los zapatos. Solo es traer alguien más a casa, así que ahí no hay mea culpas. Y en esa línea van mis dos últimas adquisiciones a la espera de ser abiertas: Quase Memória, de Carlos Heitor Cony y Los enamoramientos, de Javier Marías (por cierto: la librería Saraiva tiene libros en español y los entregan en casa 24 horas más tarde).
Hace unos meses la Valen y yo nos reencontramos en Berkeley. Su avión llegó demoradísimo y cuando me pidió disculpas por las horas de espera le dije que no pasaba nada porque había tenido la suerte de esperar junto con un hombre interesantísimo susurrándome una historia al oído. The Death of Bunny Munro ha sido mi primera experiencia con los audiobooks. Es una novela que duele: sórdida, gris y bella de alguna manera, única en su forma de describir esa decadencia a la inglesa a la que aprendí a tomar afecto con el pasar de los años.
Me encantó oír la voz de la Valen, sentirle cerca. Oírle hablar de sus novelas gráficas, la concurrencia de la espera, la soledad más deliciosa que es estar uno solo con un libro, los amigos en los que se reconoce a través de las lecturas y qué alegría estar yo ahí con ella, en un par de momentos de la conversación.
Quería escribir desde hace días un post sobre libros, pero no sobre los libros que he leído últimamente, sino sobre el placer de pasearse en una librería y comprar un montón de libros aunque pase tiempo hasta que los abra. Comprar libros no me deja un sentimiento de culpa. Comprar un libro no suele ser un arrebato ni una excentricidad, como exagerar con los zapatos. Solo es traer alguien más a casa, así que ahí no hay mea culpas. Y en esa línea van mis dos últimas adquisiciones a la espera de ser abiertas: Quase Memória, de Carlos Heitor Cony y Los enamoramientos, de Javier Marías (por cierto: la librería Saraiva tiene libros en español y los entregan en casa 24 horas más tarde).
Hace unos meses la Valen y yo nos reencontramos en Berkeley. Su avión llegó demoradísimo y cuando me pidió disculpas por las horas de espera le dije que no pasaba nada porque había tenido la suerte de esperar junto con un hombre interesantísimo susurrándome una historia al oído. The Death of Bunny Munro ha sido mi primera experiencia con los audiobooks. Es una novela que duele: sórdida, gris y bella de alguna manera, única en su forma de describir esa decadencia a la inglesa a la que aprendí a tomar afecto con el pasar de los años.
Una tarde de domingo hicimos un tour de librerías y tiendas de discos usados: Amoeba, Moe's Books, Fantastic Comics, Half Price Books. Descontando las películas que no son materia de este post, yo salí con Leonardo da Vinci, A Memory of His Childhood, de Sigmund Freud (había leído fragmentos en una clase de cine en Montpellier y lo recordaba como un libro maravilloso); L'écume des jours, de Boris Vian a 6USD y en español porque no logré entender el libro en francés; The Namesake, de Jhumpa Lahiri (sus cuentos Interpreter of Maladies son algo así como lo que yo quisiera escribir); Safe Area Gorazde, de Joe Sacco; To Know a Woman, de Amos Oz, y un regalo para Misha aunque también lo quiero leer yo antes de tomar el transiberiano: Travels in Siberia, de Ian Frazier.
Mientras yo ya me había recorrido la tienda entera, la Valen ni se había movido de la sección musical. Estaba loca por un libro de un tal Adorno pero resulta que costaba un ojo de la cara y como para decidir qué hacer ella trataba de convencerme a mí de la importancia de tenerlo en su biblioteca: "Je me fous de ton Adorno", le dije en francés y entre risas, así como para hacerme la musicóloga avant-garde y seguirle en su plan. Ella se compró el libro de todos modos y "Je me fous de ton Adorno" se convirtió en la frase de las vacaciones, pequeño equivalente de la "gonorrea de año" de un post anterior.
La semana pasada la Valen nos escribió un mail al Alfredo, al Sebastián y a mí y nos contó que iría a la radio a hablar de libros. Nos pedía que le dijésemos cuáles fueron los libros que nos marcaron el año pasado. Intenté hacer mi lista, pero no me resultó muy fácil acordarme de lo que leí y es que seguramente fue muy poco.
Cuando los tres le respondimos, volvió a mandar un mail, esta vez preguntando "si somos de los que copian citas y subrayan los libros", y que si le podíamos copiar algo especial. "Yo no anoto las frases pero pongo marca páginas adhesivos cuando me encuentro con algo bacán", le dije. Por eso los libros que he leído desde hace unos dos años tienen montón de tiritas fosforescentes pegadas en sus páginas. La última frase que se llevó el post it fue la del Rabino Najmán: "No hay nada más entero que un corazón quebrado".
Nuestros libros llegaron a Río la semana pasada. De Durham a una bodega, a un puerto, a cruzar el Atlántico, al puerto de Santos, al puerto de Río y ojalá ya pronto a la Rua Conde de Irajá. Espero que no se hayan mojado, que nada malo les haya pasado, que lleguen con sus páginas enteras porque ya estoy pensando en su lugar.
En una estantería, los libros de Hesse, Sábato y Oz (en esa cronología personal, 18 años, 22 años y 27 años para adelante) y también los de Santiago Gamboa y Mikhail Bulgakov, son como mis santos patronos que me protegen desde un altar. Hay gente que pone imágenes de santos y les prende velas, gente que llena la casa de fotos de sus familiares, hay gente agnóstica que no necesita que le proteja nada. A mí me acompañan mis libros y mis DVDs también, pero un libro, como un objeto, es algo mucho más rico y palpable que una caja de plástico con un disco por dentro. Una película puede descansar donde sea hasta que la necesites, pero un libro es mejor que esté en tu casa envejeciendo contigo, humedeciéndose un poquito, amarillándose, impregnándose de tu olor. Es así, solo saber que en un libro cerrado están Alejandra y Martín o un gato negro llamado Begemot, y que cualquier cosa que pase me estarán esperando y podré escaparme con ellos, ya me devuelve la seguridad que me roba a diario la realidad de la vida.
En fin, es tarde a la medianoche cuando la vida cambia y uno ha de levantarse a las 7 todos los días. No nací para madrugar, aunque abrir los ojos temprano, exprimir las naranjas, arreglarme rápido, salir pronto de casa y sentarme a estudiar portugués, me ayuda a esquivar mi tan común bajón matinal.
Gracias a la Valen por las perlas de hoy.
"Me dice la señora Panzera: el Tiempo sosiega el duelo. —No, el Tiempo no hace pasar nada; hace pasar solamente la emotividad del duelo."
Roland Barthes, Diario de duelo (1977-1979)
"Hay una escenografía de la espera: la organizo, la manipulo, destaco un trozo de tiempo en que voy a imitar la pérdida del objeto amado y provocar todos los afectos de un pequeño duelo, lo cual se representa, por lo tanto, como una pieza del teatro."
Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso
"Camine anoche durante horas. Era como si quisiera perderme por alguna calle nueva. Perderme absoluta y alegremente. Pero hay momentos en que no podemos, no sabemos perdernos. Aunque tomemos siempre las direcciones equivocadas. Aunque perdamos todos los puntos de referencia. Aunque se haga tarde y sintamos el peso del amanecer mientras avanzamos. Hay temporadas en que por más que lo intentemos descubrimos que no sabemos, que no podemos perdernos. Y tal vez añoramos el tiempo en que podíamos perdernos. El tiempo en que todas las calles eran nuevas."
Alejandro Zambra, Formas de volver a casa
4 comentarios:
Pronto, otro libro, "eventos dependientes" en su mesa de noche. Hoy fui a la imprenta. Parece que la proxima semana sale el machote. Es curioso, también tiene una cita de "formas de volver a casa". Zambra rules.
Un abrazo.
Qué alegría Daniel! Sí, aunque me hayas plagiado :) Besos amigo! Felicitaciones. No puedo esperar para tener ese libro en mis manos!
Qué cita de Zambra?
Qué cita de Zambra?
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