Una multitud se acumuló esta mañana en la estación de metro de Botafogo. El servicio había sido interrumpido. La prensa lo reportó minutos más tarde como un "incidente envolvendo um passageiro". Distintas versiones y distintas reacciones. La verdad es que yo estuve ahí y el "incidente" parece ser irreversible: un hombre se lanzó a las líneas del tren.
"¿Quéee? ¿Uma pessoa cayó na línea do metró?", pregunté en portuñol a un hombre que sostenía un periódico en una esquina. "NO", me respondió muy puntual. "O cara SE JOGOU na linha do metrô".
Cair o se jogar. ¿Dónde está la diferencia? Quizás en la voluntad. El que se cae no quiere morirse. El que se lanza ya no aguanta más. En ese momento percibí el glaucoma en uno de sus ojos. Horas más tarde sigo teniendo muy presente el rostro de aquel tipo extraño que me comunicó la muerte de un desconocido y aunque no puedo reconstituir las últimas palabras de nuestro intercambio con exactitud, me sacudió que él no se refiriese a la pérdida de una vida sino a las consecuencias insportables que el acontecimiento tendría en el tráfico de la ciudad. Me dolió la reacción del hombre. Quizás no era el primer suicidio que cambiaba sus planes, tal vez otros "incidentes" similares ya lo habían ido curtiendo.
No salí esta mañana pensando que tendría una muerte cerca y fue así que las lágrimas me asaltaron en la esplanada del metro de Botafogo. Me parece tan doloroso que alguien se vaya así. Me pregunto cuántas cosas pueden caber en la cabeza de un hombre y si yo haría lo mismo el momento en que no quepa ni una más. Lanzarme así, no. No me lanzaría a las líneas del tren. Creo que preferiría una muerte más discreta, una clausura más privada. En fin; sigo un poco gris, como el día, como la camiseta que decidí ponerme hoy. Sigo pensando (parafraseando un poema bello de Benedetti) qué pudo haber sido tan fuerte para que el suicida de Botafogo no lograra "compaginar la aniquiladora idea de la muerte con un incontenible afán de vida".
No hay comentarios:
Publicar un comentario