miércoles, agosto 15, 2012

El más bello de los deportes


La belleza suele vivir en las soluciones más simples. La que es casi una regla en las ciencias puras y exactas, en el mundo del deporte es una premisa más complicada. Fintas, pases y saltos pueden ser precisos y hermosos un día y al siguiente tornar al campo de juego en una sola confusión. 
Las Olimpiadas, por convocar a deportistas de élite y por su tradicional espíritu a priori más fraternal y transparente que el de otros torneos deportivos –y digo en principio porque en Londres también vimos acusaciones de dopaje, actuaciones desastrosas, dudosas fallas de arbitraje y equipos desclasificados por perder a propósito– suelen ofrecer un despliegue de estética, exactitud y fair play en cada prueba, como esas soluciones sencillas y bellas de las matemáticas que una vez halladas parecen evidentes, aunque hayan sido producto de decenios de preparación.
Si hay un deporte en el que esto de la pureza como fuente de belleza es asunto de rigor es el atletismo y, más concretamente, las pruebas de pista. Aunque admiro las competencias de fondo, es por una historia personal que mi corazón late más rápido cuando los velocistas se alinean en sus andariveles y colocan sus pies de rayo en el partidor. En la pista atlética no se ven balones, ni raquetas, ni bicicletas. La posta alivia parcialmente la presión personal y refuerza el espíritu de grupo, pero en realidad el atletismo es un esfuerzo individual y si no fuera porque aligeran el paso y calzan perfectamente, los atletas hasta podrían prescindir de sus zapatos de clavos y competir descalzos.    
En estas Olimpiadas un atleta sin piernas compitió por primera vez y llegó a las semifinales de los 400m. Con sus prótesis de fibra de carbono el sudafricano Oscar Pistorius logró un tiempo sorprendente y demostró que en el atletismo cada centésima de segundo que se reduce en la marca personal corresponde a meses, o años, de cumplir disciplinadamente una rutina intensa en polideportivos, pistas y al aire libre, sin importar si las condiciones meteorológicas son agradables o extremas. Con Pistorius quedó confirmado que aquello de que “lo que natura no da Salamanca no presta” es una verdad a medias en el atletismo. Cierto es que la naturaleza ha sido más generosa en carisma y rapidez con los jamaiquinos, por ejemplo, pero los países no se convierten en potencias del deporte gracias al instinto de quien advierte que ciertos ADNs favorecen a una determinada disciplina. Las condiciones físicas, sumadas a la determinación propia de cada atleta y el apoyo de su entrenador y sus compañeros de equipo son clave, pero no es de esperar medallas sin recursos, infraestructura, seguimiento e investigación.
Por eso lo de Alex Quiñónez en los 200m nos cayó como una sorpresa –otra de esas hazañas personales e inmensamente bellas e inspiradoras que nos regalan de vez en cuando algunos deportistas ecuatorianos– aunque la emoción vino acompañada de un indicador amargo que ya a nadie sorprende: la gestión de la dirigencia deportiva de nuestro país sigue siendo pobre, ciega y oportunista. Si no, basta ver como dieciséis años después del oro olímpico de Jefferson Pérez, cuando el Ecuador ya habría podido ser escuela en marcha, los resultados fueron tan mediocres. Agridulce, así es el sabor que nos deja Londres.

Publicado en las Perspectivas del Diario HOY, el 14 de agosto

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