Como todos los años, comenzamos a programar el festival en octubre del año pasado. Como todos los años, el financiamiento era todavía incierto. No suponíamos, sin embargo, que la situación se complicaría hasta el punto en que debimos plantearnos seriamente si seguir con el festival o no.
Meses después de que culminara la etapa de inscripciones, a finales de diciembre, junto con un equipo de diez asesores habíamos visto y comentado casi 500 películas. El programa del festival ya tenía suficiente cuerpo como para dejarnos ver que esta sería una edición memorable, pero en pleno carnaval solo llegaban malas noticias. Dada la precariedad económica parecía inviable que pudiésemos traer todas esas películas maravillosas que habíamos visto, traducir algunas de ellas, subtitularlas.
Si bien es cierto consideramos hacer un festival más pequeño, reducir la cantidad de filmes y de salas, la decisión final fue sacar adelante los EDOC que habíamos imaginado desde el principio. La programación, salvo pocos títulos que quedaron fuera por cuestiones económicas, responde a la propuesta original y a las prioridades que nos habíamos planteado con el equipo programador.
Este año el tema central del festival es la crisis migratoria, la situación de miles de refugiados que escapan de los conflictos armados en Siria, Afganistán, Sudán y Eritrea —entre otros territorios—, los solicitantes de asilo, los emigrantes económicos y otros migrantes en condición de vulnerabilidad. Filmes como Fuocoammare, nuestra película de apertura, A Syrian Love Story, Between Fences o Hotline, no solo son testimonios fundamentales y urgentes sobre el estado del mundo, sino también filmes redondos que contribuyen al entendimiento del cine documental como un arte. En diálogo directo con ellos están los filmes que integran la sección “La Tierra en que vivimos”, conformada por un puñado de documentales que confrontan ciertas nociones absurdas del desarrollo y la industrialización las cuales han mermado pueblos ancestrales (El botón de nácar, Surire, La buena vida) y que a diario ponen en riesgo la vida de comunidades urbanas como en el caso del filme peruano A punto de despegar.
Como ya es costumbre, EDOC es un punto de encuentro de la producción ecuatoriana y este año es un placer presentar, entre otros filmes, cuatro largometrajes bellos, sencillos y poderosos desde sus distintos lenguajes, temáticas y puntos de vista: Dreamtown, de Betty Bastidas, un seguimiento de largo aliento a un niño que aspira ser jugador de fútbol; Territorio, de Alexandra Cuesta, un diario de viaje meditativo y silencioso por las entrañas de nuestro Ecuador; Mi tía Toty, de León Felipe Troya, un acercamiento emocionante a una mujer emblemática, libre y coherente como María Rosa Rodríguez, y Pays Castor, de Samanta Yépez, un canto al idealismo de un grupo de obreros franceses que construyeron juntos sus hogares en la penuria de la posguerra, filme que por una coincidencia triste reluce en nuestra programación y nos invita a unir esfuerzos y reconstruir Manabí, Esmeraldas, Guayas, Santa Elena y Santo Domingo de los Tsáchilas.
La programación del festival consta de ciento seis filmes que se traducen en un número igual de emociones, sensaciones, reflexiones, ideas y vigorizantes propuestas estéticas. Sería imposible comentar todos en este texto pero me gustaría detenerme en la obra de tres cineastas fundamentales en la historia del cine contemporáneo que no están más entre nosotros:
El querido Eduardo Coutinho (1933-2014), quien tal vez como ningún otro cineasta nos enseñó no solo a ver sino especialmente a escuchar al otro a través de su obra. Su filme póstumo, Últimas conversas —terminado por João Moreira Salles en 2015— es un conmovedor relato de la juventud brasileña de las clases más oprimidas, una conversación emocionante sobre los sueños, ideales y promesas de una generación que ha crecido sin privilegios, y en la mayoría de veces sin padre, pero que no ha perdido su mirada optimista hacia el futuro.
Chantal Akerman (1950-2015): directora de cine belga, artista y profesora cuya obra es un eje central del cine de los últimos cuarenta años. A partir de Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles —considerada por The New York Times como "la primera obra maestra de lo femenino en la historia del cine"— Akerman se convirtió en una de las más cautas observadoras de la vida cotidiana, la sexualidad, y el aislamiento. Rendimos homenaje a esta artista visionaria desaparecida prematuramente el año pasado con la proyección de su último trabajo, No Home Movie (2015).
Les Blank (1935-2013) y su fabulosa A Poem is a Naked Person, realizada entre 1972 y 1974 y estrenada en 2015 gracias a las gestiones de su hijo Harrod Blank, quien muy generosamente la ha compartido con nosotros. El cine libre, independiente y combativo de Blank nos interpela a seguir creando y compartiendo nuestro trabajo, ahora más que nunca.
Nuevamente EDOC celebra el cine de América Latina. Dedicamos nuestro foco a Argentina, un país con una producción cinematográfica que nos sorprende año tras año. Cuerpo de letra, La sombra, Los silencios y las manos, Nueva vida y Toponimia son solo algunas de las joyas que llegan desde el Sur.
Estamos felices de recibir a Luis Ospina y João Moreira Salles, dos de los más grandes cineastas latinoamericanos, cuyo trabajo es objeto de nuestra admiración desde que comenzamos el festival en 2002.
La amplia obra de Ospina (Cali, 1949) incluye decenas de documentales y ficciones, además de ensayos y textos analíticos que constituyen un pilar de la crítica cinematográfica en América Latina. Preparar la retrospectiva de Ospina ha sido una tarea profundamente estimulante. El público de EDOC, que descubrió la fascinante Un tigre de papel en 2008, podrá disfrutar de nueve películas del director colombiano (algunas codirigidas con Carlos Mayolo o Jorge Nieto) realizadas en un plazo de 44 años desde Oiga y vea (1972) hasta su última película, la magistral Todo comenzó por el fin (2015).
Los filmes de Salles (Rio de Janeiro, 1962) son materia conocida por el público del festival, que a través de los años ha ido descubriendo su obra desde Noticias de una guerra particular (1999), codirigida con Kátia Lund; Nelson Freire (2003); Entreatos (2004); la serie Futebol (1998), codirigida con Arthur Fontes, hasta la magistral Santiago (2007), nuestra película inaugural en EDOC7, uno de los filmes más bellos que hemos presentado a lo largo de los quince años de EDOC.
Un festival de cine es mucho más que las películas que constan en su catálogo, son los cineastas que las realizan, los técnicos que las hacen posibles; un festival de cine es un gran equipo detrás de innumerables detalles. Un festival de cine existe porque es prioridad de entidades públicas y privadas. Un festival de cine no es nada sin su público.
Es reconfortante saber que este año, probablemente el más difícil al que nos hemos enfrentado, EDOC se realizará en buena medida gracias al apoyo económico de su audiencia, de cineastas ecuatorianos y extranjeros que creen en nuestro trabajo, de distribuidoras y festivales amigos, de un equipo de voluntarios y de donantes anónimos que están convencidos, como nosotros, de que un festival de cine documental es una herramienta de transformación social. De alguna manera, por más que las condiciones nos lleven a interpelarnos ya no tanto sobre el futuro que tenemos como gestores culturales, sino sobre un presente que parece insostenible, hacer los EDOC así, artesanalmente y entre pocos, ha sido también liberador.
Este festival está dedicado a las víctimas del terremoto del 16 de abril y a todos los ecuatorianos y extranjeros que han dado lo mejor de sí en una manifestación de solidaridad sin precedentes. Esperamos que esta edición de los EDOC sea un espacio de encuentro, un buen motivo para estar juntos y arroparnos en momentos de desasosiego. Juntos hemos demostrado que podemos hacerlo. Es tiempo de no separarnos más.
*Publicado en el catálogo de EDOC15
Meses después de que culminara la etapa de inscripciones, a finales de diciembre, junto con un equipo de diez asesores habíamos visto y comentado casi 500 películas. El programa del festival ya tenía suficiente cuerpo como para dejarnos ver que esta sería una edición memorable, pero en pleno carnaval solo llegaban malas noticias. Dada la precariedad económica parecía inviable que pudiésemos traer todas esas películas maravillosas que habíamos visto, traducir algunas de ellas, subtitularlas.
Si bien es cierto consideramos hacer un festival más pequeño, reducir la cantidad de filmes y de salas, la decisión final fue sacar adelante los EDOC que habíamos imaginado desde el principio. La programación, salvo pocos títulos que quedaron fuera por cuestiones económicas, responde a la propuesta original y a las prioridades que nos habíamos planteado con el equipo programador.
Este año el tema central del festival es la crisis migratoria, la situación de miles de refugiados que escapan de los conflictos armados en Siria, Afganistán, Sudán y Eritrea —entre otros territorios—, los solicitantes de asilo, los emigrantes económicos y otros migrantes en condición de vulnerabilidad. Filmes como Fuocoammare, nuestra película de apertura, A Syrian Love Story, Between Fences o Hotline, no solo son testimonios fundamentales y urgentes sobre el estado del mundo, sino también filmes redondos que contribuyen al entendimiento del cine documental como un arte. En diálogo directo con ellos están los filmes que integran la sección “La Tierra en que vivimos”, conformada por un puñado de documentales que confrontan ciertas nociones absurdas del desarrollo y la industrialización las cuales han mermado pueblos ancestrales (El botón de nácar, Surire, La buena vida) y que a diario ponen en riesgo la vida de comunidades urbanas como en el caso del filme peruano A punto de despegar.
Como ya es costumbre, EDOC es un punto de encuentro de la producción ecuatoriana y este año es un placer presentar, entre otros filmes, cuatro largometrajes bellos, sencillos y poderosos desde sus distintos lenguajes, temáticas y puntos de vista: Dreamtown, de Betty Bastidas, un seguimiento de largo aliento a un niño que aspira ser jugador de fútbol; Territorio, de Alexandra Cuesta, un diario de viaje meditativo y silencioso por las entrañas de nuestro Ecuador; Mi tía Toty, de León Felipe Troya, un acercamiento emocionante a una mujer emblemática, libre y coherente como María Rosa Rodríguez, y Pays Castor, de Samanta Yépez, un canto al idealismo de un grupo de obreros franceses que construyeron juntos sus hogares en la penuria de la posguerra, filme que por una coincidencia triste reluce en nuestra programación y nos invita a unir esfuerzos y reconstruir Manabí, Esmeraldas, Guayas, Santa Elena y Santo Domingo de los Tsáchilas.
La programación del festival consta de ciento seis filmes que se traducen en un número igual de emociones, sensaciones, reflexiones, ideas y vigorizantes propuestas estéticas. Sería imposible comentar todos en este texto pero me gustaría detenerme en la obra de tres cineastas fundamentales en la historia del cine contemporáneo que no están más entre nosotros:
El querido Eduardo Coutinho (1933-2014), quien tal vez como ningún otro cineasta nos enseñó no solo a ver sino especialmente a escuchar al otro a través de su obra. Su filme póstumo, Últimas conversas —terminado por João Moreira Salles en 2015— es un conmovedor relato de la juventud brasileña de las clases más oprimidas, una conversación emocionante sobre los sueños, ideales y promesas de una generación que ha crecido sin privilegios, y en la mayoría de veces sin padre, pero que no ha perdido su mirada optimista hacia el futuro.
Chantal Akerman (1950-2015): directora de cine belga, artista y profesora cuya obra es un eje central del cine de los últimos cuarenta años. A partir de Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles —considerada por The New York Times como "la primera obra maestra de lo femenino en la historia del cine"— Akerman se convirtió en una de las más cautas observadoras de la vida cotidiana, la sexualidad, y el aislamiento. Rendimos homenaje a esta artista visionaria desaparecida prematuramente el año pasado con la proyección de su último trabajo, No Home Movie (2015).
Les Blank (1935-2013) y su fabulosa A Poem is a Naked Person, realizada entre 1972 y 1974 y estrenada en 2015 gracias a las gestiones de su hijo Harrod Blank, quien muy generosamente la ha compartido con nosotros. El cine libre, independiente y combativo de Blank nos interpela a seguir creando y compartiendo nuestro trabajo, ahora más que nunca.
Nuevamente EDOC celebra el cine de América Latina. Dedicamos nuestro foco a Argentina, un país con una producción cinematográfica que nos sorprende año tras año. Cuerpo de letra, La sombra, Los silencios y las manos, Nueva vida y Toponimia son solo algunas de las joyas que llegan desde el Sur.
Estamos felices de recibir a Luis Ospina y João Moreira Salles, dos de los más grandes cineastas latinoamericanos, cuyo trabajo es objeto de nuestra admiración desde que comenzamos el festival en 2002.
La amplia obra de Ospina (Cali, 1949) incluye decenas de documentales y ficciones, además de ensayos y textos analíticos que constituyen un pilar de la crítica cinematográfica en América Latina. Preparar la retrospectiva de Ospina ha sido una tarea profundamente estimulante. El público de EDOC, que descubrió la fascinante Un tigre de papel en 2008, podrá disfrutar de nueve películas del director colombiano (algunas codirigidas con Carlos Mayolo o Jorge Nieto) realizadas en un plazo de 44 años desde Oiga y vea (1972) hasta su última película, la magistral Todo comenzó por el fin (2015).
Los filmes de Salles (Rio de Janeiro, 1962) son materia conocida por el público del festival, que a través de los años ha ido descubriendo su obra desde Noticias de una guerra particular (1999), codirigida con Kátia Lund; Nelson Freire (2003); Entreatos (2004); la serie Futebol (1998), codirigida con Arthur Fontes, hasta la magistral Santiago (2007), nuestra película inaugural en EDOC7, uno de los filmes más bellos que hemos presentado a lo largo de los quince años de EDOC.
Un festival de cine es mucho más que las películas que constan en su catálogo, son los cineastas que las realizan, los técnicos que las hacen posibles; un festival de cine es un gran equipo detrás de innumerables detalles. Un festival de cine existe porque es prioridad de entidades públicas y privadas. Un festival de cine no es nada sin su público.
Es reconfortante saber que este año, probablemente el más difícil al que nos hemos enfrentado, EDOC se realizará en buena medida gracias al apoyo económico de su audiencia, de cineastas ecuatorianos y extranjeros que creen en nuestro trabajo, de distribuidoras y festivales amigos, de un equipo de voluntarios y de donantes anónimos que están convencidos, como nosotros, de que un festival de cine documental es una herramienta de transformación social. De alguna manera, por más que las condiciones nos lleven a interpelarnos ya no tanto sobre el futuro que tenemos como gestores culturales, sino sobre un presente que parece insostenible, hacer los EDOC así, artesanalmente y entre pocos, ha sido también liberador.
Este festival está dedicado a las víctimas del terremoto del 16 de abril y a todos los ecuatorianos y extranjeros que han dado lo mejor de sí en una manifestación de solidaridad sin precedentes. Esperamos que esta edición de los EDOC sea un espacio de encuentro, un buen motivo para estar juntos y arroparnos en momentos de desasosiego. Juntos hemos demostrado que podemos hacerlo. Es tiempo de no separarnos más.
*Publicado en el catálogo de EDOC15