Un verano lejos de casa cambiará la vida del pequeño Natan. En la lejana Roma han quedado su madre y su cómoda habitación. Tras un intenso viaje que incluye aire, tierra y mal de mar, el niño y su padre, un pescador mexicano, se instalan en una cabaña enclavada en las aguas verdeagüizas del Caribe, sobre el enorme arrecife de coral del Banco Chinchorro.
En este viaje iniciático el niño aprende a bucear, a cantar canciones en español, a trepar árboles con los pies descalzos, a convivir con garzas, caimanes y barracudas y que la paciencia, como le enseña su padre, es la principal herramienta del pescador.
Alamar, de Pedro González-Rubio, tiene genes de ficción y genes de documental. El resultado es hermoso como Natan, el hijo de una pareja improbable, niño italiano con mirada azabache de indígena maya.
Padre, hijo y un pescador nativo (en la figura simbólica del abuelo) prestan un momento de su vida al cine. El director plantea las circunstancias en las que se desarrollará la historia y establece el espacio –una comunidad enteramente masculina de pescadores internados en el atolón, a no ser por una garza curiosa y obstinada, a la que el niño bautiza como Blanquita– pero prefiere capturar con purismo el orden natural en el que transcurren los días. Poco a poco los vínculos se fortalecen entre el niño y su padre, quien se encarga de descubrirle los secretos de la naturaleza y el mar: mundo onírico pero duro y solitario a la vez. Sin duda la poética de Alamar radica en el componente real, que se nutre del enorme talento creativo y la sensibilidad de González-Rubio para atrapar aquellos instantes efímeros que, sin embargo, son las piezas con las que armamos la historia de nuestra vida.
“No puedo separar el proceso de hacer una película de mis propios sentidos. Tengo que dormir ahí, comer la misma comida, para poder sentir la historia de una manera profunda”, afirmó el director sobre su método para filmar Alamar.
Ante la paciencia del pescador y la paciencia del filmador, como espectador uno debe ponerse a la altura y saber esperar. Poco a poco uno se sumergirá en ese mundo y las aguas de Alamar renovarán las posibilidades de nuestra relación con el cine.
* Este artículo se publica en EL OTRO CINE, el periódico de los EDOC. El periódico estará disponible durante el Cero Latitud en el OchoyMedio, INCINE, Videoteca de Cinememoria, Andén Latino y también su versión digital en la página del festival próximamente.
2 comentarios:
Es un gran film documental drama, porque al principio y hasta al final parece eso, un drama; aunque luego la cámara juegue y documente todo eso que es la infancia en un lugar distinto y el descubriento (la infancia.
Y sin duda, una película gigante que se merece todos los premios fuera de Sudamérica. Todos.
Vi¨ ALAMAR¨en el festival de Morelia y me enamoré de la fotografía, de la historia y de Blnquita y Natan......me siento muy felíz de ver películas mexicanas como ésta, es una belleza......mil felicidades a su director
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