jueves, diciembre 20, 2012

Oscar Niemeyer



Regularmente observo desde la ventana del bus que me lleva a casa, en la playa de Botafogo, un terreno grande con una construcción en marcha. Es la Torre Oscar Niemeyer, un complejo anexo a la sede de la Fundación Getúlio Vargas que albergará un edificio de 19 pisos y un centro cultural. La verdad es que aún no es posible adivinar las formas que propone el proyecto, sin embargo lo que me emociona siempre que paso por ahí es imaginar que la maquinaria detrás del muro está dando cuerpo a un nuevo proyecto del más entrañable y longevo de los arquitectos, aquel hombre lúcido que en sus casi 105 años de vida le dio otro sentido a la arquitectura, al concreto, a las curvas­ y claro, a la relación de un edificio con el espacio donde iría a proyectarse.
Brasil perdió a su hijo más grande la noche del 5 de diciembre –aquel que con su prolífica obra definió la identidad arquitectónica de este país– y yo puedo dar fe de que la mañana siguiente, cuando abrí la ventana y ya todos nos habíamos enterado de la noticia, un aire triste circulaba por Rio de Janeiro, la ciudad natal de Oscar Niemeyer.
Cuántas cosas magníficas –o terribles también– se puede hacer en más de un siglo, cuántos momentos decisivos de la historia puede vivir un hombre en tan generoso lapso de tiempo, de cuántos cambios sociales y políticos puede ser actor o testigo, cuántos edificios puede proyectar…
Es cierto que las vidas están hechas de encuentros y me atrevería a decir que el decisivo en la carrera de Niemeyer fue aquel con Juscelino Kubitschek, quien a inicios de la década del cuarenta ejercía como alcalde de Belo Horizonte. JK invitó al arquitecto a diseñar el complejo de Pampulha –una zona de esparcimiento en la que sobresale la azulada iglesia de San Francisco de Asís, un clásico de la arquitectura modernista brasileña y del mundo–, y es así que Niemeyer inaugura el uso de la curva y el concreto que lo acompañará durante toda su obra. Años más tarde Kubitschek vuelve a encargar un proyecto al arquitecto carioca, esta vez uno de mayor envergadura, y es así que junto con Lúcio Costa y Roberto Burle Marx, Niemeyer da vida en 41 meses a la nueva capital del país: la mítica Brasilia.
Hay edificios en el mundo que nos hacen sentir tan bien y el Museo de Arte Contemporáneo de Niterói es uno de ellos; esa especie de nave anclada en la Bahía de Guanabara donde el visitante puede girar por horas, como mecido por una ola. Por eso coincido con la opinión de Norman Foster, otro gran arquitecto, quien resalta la importancia colectiva del trabajo de Niemeyer: “el edificio por sí mismo es mucho más que el lugar por el que la gente pasea: es su dimensión pública”.   
“Tenemos que soñar, si no las cosas no ocurren", decía el arquitecto, y es evidente que su prolífica obra solo pudo haber sido realizada desde el espíritu optimista y libre que le caracterizaba. Claro que la vida tenía que ser generosa en años con Oscar Niemeyer.

Publicado en las Perspectivas de Diario HOY el 18 de diciembre

No hay comentarios: