miércoles, junio 19, 2013

R$ 0,20


A estas alturas del campeonato está claro para todos que no se trata de veinte centavos de real. Brasil vive una ola de protestas protagonizada por miles de manifestantes que han salido a las principales calles y avenidas de más de veinte ciudades para rechazar la subida de los pasajes, en primera instancia, aunque ahora las manifestaciones se extienden a otros ámbitos de la vida ciudadana.

Como en toda protesta contemporánea, los que no salen a marchar encuentran una voz desde sus trincheras virtuales, aunque sea para reproducir el testimonio de quienes sí estuvieron ahí con sus reivindicaciones, sus pancartas, sus teléfonos-cámara. Blogueros, videastas, fotógrafos aficionados; militantes de Facebook, reporteros de Twitter, fotógrafos de Instagram; periodistas de los medios más importantes de Brasil, intelectuales y columnistas renombrados. Se siente, en todas las esferas de la comunicación, un profundo desencanto, un rechazo total a la represión policial.


Foto de la agencia EFE donde se ve la magnitud de la
marcha del martes en Rio (aprox, 100 mil personas)
Las protestas arrancaron a inicios de mes, en São Paulo, luego de que el transporte público tuviera un alza de aproximadamente $0,10. Allí los pasajes de metro y trenes urbanos fueron de R$3,00 a R$3,20 ($1.50), mientras que en Rio de Janeiro el pasaje de bus fue de R$2,75 a R$2,95 ($1.35) –el de metro ya había subido a R$3,50 ($1.60) en abril–.

Que Brasil está muy bien, lo dice todo el mundo. Que está carísimo, también. Hay una tendencia a identificar el bienestar según los indicadores de crecimiento económico y cierto es que Brasil, o el Brasil de la zona sur de Rio de Janeiro donde vivo yo, por ejemplo, se siente una aparente prosperidad. Pero hay algo cruel y contradictorio en la teoría de la bonanza, si para movilizarse hasta aquí y limpiar tu departamento, cuidar a tus hijos, atenderte en el restaurante, hacerte el manicure o entregarte las compras en casa, un trabajador que viene de los suburbios de la región norte, digamos, puede llegar a pasar tres horas entre trenes, buses y furgonetas, tan sólo en un trayecto (otro capítulo es la necesidad de ser servido que tiene el brasileño de clase media y alta).

Para llegar a su lugar de trabajo, el ciudadano de clases menos favorecidas tiene que enfrentarse a una migración diaria, por así decirlo, porque el altísimo costo de la vida no le permitiría ingresos medianamente razonables si no se desplaza hasta las zonas donde se concentra la riqueza. Éxodos cotidianos, escasez de unidades, empujones, atascos, hacinamientos. Ver el amanecer y el anochecer desde la van al entrar y salir de la gran ciudad…

Debería estar garantizado, porque es una cuestión de dignidad, un trayecto cómodo y en la medida de lo posible breve, para quien va a trabajar. Acceder a un transporte público digno y eficiente, con corredores viales exclusivos, con mejores conexiones, por un precio que se ajuste a la realidad de sus ingresos, esas fueron las motivaciones iniciales de los manifestantes. Pero ante los desmanes del martes de la semana pasada en São Paulo, la policía y las fuerzas de choque reaccionaron con una violencia impresionante (especialmente la noche del jueves, dejando alrededor de 250 detenidos y más de 50 heridos, entre ellos un fotoperiodista que podría perder la vista), lo que provocó la indignación de gente de todas las edades y estratos. Ahora sí #ogiganteacordou (el gigante se despertó), como dice uno de los hashtags de las protestas.

La coincidencia con la Copa de las Confederaciones –opacada por las manifestaciones– destapa otra llaga abierta en Brasil: la corrupción, que se suma a la mala distribución de la riqueza y la dotación de nueva infraestructura principalmente en las zonas privilegiadas. No se trata de R$ 0,20 el grito de la gente, sino de darle un nuevo orden a este crecimiento económico, controlar la inflación, mejorar la educación, la salud pública; vivir en democracia, al fin y al cabo. 

* Hoy se publica una versión reducida de este artículo en las Perspectivas del diario HOY. Las fotos son de Internet

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