El concierto de Alex Alvear y su banda en el Pobre Diablo es el pretexto para ir a tomar algo y conversar. Aunque M lo organiza el rato del rato no puede acompañarnos. Al final somos A, C, L, M y M. Apenas nos sentamos nos traen la carta. Yo miro el menú y L me mira a mí. Es rápida y se da cuenta de algo. "¿Estás bien?", me dice, y yo hago un gesto resignado que seguramente no le convence. "¿Estás segura que estás bien?". Empieza la primera revelación de una noche cargada de empatía. Poco a poco todos nos vamos abriendo, nos vamos contando cosas nuestras, reflexionando en torno a ellas. Me sorprende y al mismo tiempo no, que nuestras vidas caminen tan en paralelo y hasta me emociono de no ser la única. Entre vodkas, gins, cervezas, un jugo de tomate, empanadas de viento, de morocho y una orden de bonitísimas, compartir la noche en ese bar de luz tamizada es lo más cercano a una terapia grupal, y esa terapia y esas palabras de los panas con quien más sueños y búsquedas comparto me resultan más apropiadas y reconfortantes que los chirlazos del DL el día anterior. C me emociona y me inspira como siempre desde que le conozco. Es una mente lúcida, cargada de sueños, habla con las manos, los ojos le brillan. Salimos a fumar un cigarrillo (este mes he dejado de fumar y he reincidido como cuatro veces. Es que no puedo dejarlo todo al mismo tiempo). En fin, salimos al patio del Pobre en tandas de tres y dos. La primera vez somos C, M y la otra M, o sea yo. C nos dice algo que me encanta, algo sobre nuestra relación con el mundo, como a veces sí podemos echarle la culpa a él por forzarnos a esperar imposibles de nosotros e imponernos patrones que nunca vamos a seguir y que terminan por hacernos mal. Entonces M conecta eso con su escena favorita del cine: Robert de Niro en La Misión cargando en sus espaldas sogas, cadenas y una cruz de la que no se deshace; llevando culpas, cargas y pesos materiales y espirituales sobre sus hombros, como un condenado. Y de repente un indígena llega y le corta esas sogas y aquel hombre devastado por el peso y el dolor endereza su espalda y finalmente puede ver al mundo de frente y no hacia abajo. (Se me viene a la mente un amigo que me remite a menudo a una canción que habla de lo mismo, de retirar los pesos inncesarios para poder andar con el corazón tranquilo. Y yo me frustro un poco porque sí, tal vez todo sea cuestión de hacerlo así, pero es que no es fácil...). En fin. "M", le digo, "siempre me reconforta hablar contigo". Yo sé que él lo sabe pero tal vez es la primera vez que se lo digo así. Y él sonríe y me dice 'gráacias', así con un énfasis tan bonito en esa a. Volvemos al bar. Seguimos hablando y hablando y a eso de las 11 la banda empieza a tocar su jazz. Y nosotros seguimos hablando y hablando y ya cambiando de temas, poniéndonos más leves, comentando películas (obviamente A siempre nos gana porque lo ha visto todo), seguimos bromeando y riéndonos cuando M nos habla de una combinación que a L y a mí nos parece tan insólita y hasta surreal que no podemos dejar de darle vueltas, de hacer caras, primero como diciendo "¿pero qué es eso M?" y luego ya en una joda absoluta porque algo así de verdad que no puede pasar.
Le digo a L que quisiera hacer yoga y ella me dice que también. M nos dice lo bien que le hace caminar. Hay otro M que no estaba en el bar y que camina mucho, camina y piensa y solo cuando camina está en calma. Es verdad que me hace bien caminar. Caminar sola en Jerusalén (entre la Cinemateca y Mamila, atravesando esos árboles viejos y en esos calores calcinantes he sentido varias veces un renacer), caminar por la playa de Río en agosto, caminar a todo lado cuando vivía en Durham, caminar por la costa rocosa del Nordeste inglés, caminar entre la Paul Rivet y la casa de mis padres luego de las clases de portugués, caminar a veces con rumbo muy fijo, caminar a veces totalmente perdida.
Le digo a L que quisiera hacer yoga y ella me dice que también. M nos dice lo bien que le hace caminar. Hay otro M que no estaba en el bar y que camina mucho, camina y piensa y solo cuando camina está en calma. Es verdad que me hace bien caminar. Caminar sola en Jerusalén (entre la Cinemateca y Mamila, atravesando esos árboles viejos y en esos calores calcinantes he sentido varias veces un renacer), caminar por la playa de Río en agosto, caminar a todo lado cuando vivía en Durham, caminar por la costa rocosa del Nordeste inglés, caminar entre la Paul Rivet y la casa de mis padres luego de las clases de portugués, caminar a veces con rumbo muy fijo, caminar a veces totalmente perdida.
Y creo que ya no pasa mucho más. Le damos un abrazo fuerte a M, que se va de viaje más tranquilo, entusiasmado y confiado también porque sabe que este mes le voy a ayudar. Yo, que no me lo imaginaba para nada, este lunes tendré una oficina grande para mí sola y volveré a hacer lo que me encanta. M me necesitaba y yo necesitaba eso. Nos encontramos por coincidencia. M las llama 'diosidencias' y no sé por qué si él no es creyente. Todos nosotros descreemos pero al mismo tiempo hablamos siempre con una conciencia bien fuerte de que algo hay, de que las cosas pasan con una lógica cósmica o lo que sea, hablamos de los tiempos y de los ritmos y de los ciclos de la vida con mucha fe. Decía C, en otras palabras pero más o menos era esto, que el rato del rato cuando veamos el rompecabezas armado lo vamos a comprender. Y yo no sé si hablamos así para darnos bríos o si es así de verdad. El M dice siempre que "lo que no nos mata nos hace más fuertes" y eso es.
Se acaba el concierto y vamos con A a dejar a L en su casa. La ciudad está desierta y llegamos al centro con su basílica, sus iglesias, sus casas iluminadas y su sanfranciscana desolación. A la altura de la Iglesia del Carmen Bajo les digo que aunque estemos en carro se siente como que estuviéramos caminando.
A me trae a casa y en el camino de vuelta comentamos lo fea que es la basílica pero que de lejos no se la ve tan mal, me va contando de la actualidad nacional, de su sobrina que ya cumple 5 años y hablamos de cosas sin tanta importancia como la que tiene el hecho de que pasen los años y a pesar de las ausencias y las distancias mis panas sigan estando ahí.
Abro la puerta de la casa en silencio y en absoluta sobriedad, me saco los zapatos para que los tacos no despierten a nadie, enciendo mi computadora con ganas de decir algo, de leer algo, de oír algo. No hay forma de conectarme al internet. Entonces tomo el primer cocktail de la noche y súbitamente Friends empieza a sonar en mi cabeza:
"Met a man on the roadside crying,
Without a friend, there's no denying,
You're incomplete, they'll be no finding
Looking for what you knew."
Without a friend, there's no denying,
You're incomplete, they'll be no finding
Looking for what you knew."
Me quito la ropa en el baño, salgo y paso un buen rato en oscuras buscando mi pijama tan solo con la lucesita azul de mi llavero. Uno de mis sobrinos duerme en mi cama y no quiero despertarle. El otro duerme con su abuelo. En fin, encuentro una pijama vieja y me meto a la cama. Toco la cabecita del bultito que tengo al lado y por los pinchitos de su pelo sé que es el JM. Le doy la mano y me duermo en calma con una sonrisa en la boca.
2 comentarios:
Me encanta leerte. Pero qué triste te noto... Qué pasa mi niña?
princesa mía, te debo un mail y te cuento todo. pero estoy bien, tranquila! besos
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