Este viernes decidimos juntarnos en el Pobre Diablo los amigos de los EDOC. Hace tiempo que no les veía a la Gaby y a la Esperanza. Vinieron también el Arturo y la Jose, el Daniel con la Adriana, el Manolo y la Lis, el Alfredo y el Mauricio.
Hace tres semanas escribí un post sobre otra noche en el Pobre Diablo. Esa fue una noche hermosa y mucho más intensa. Este viernes, en cambio, fuimos un poco más light. Pasamos riéndonos y ligando los temas de conversación de una manera relajada. Pero creo que esta noche no fue menos importante y se ha quedado haciendo eco.
Yo no sé a qué momento ni por qué empezamos a hablar de los olores de la gente. No en un plan muy profundo, para nada. En realidad de lo que empezamos a hablar fue de perfumes. Una larga parte de la noche la dedicamos a aquella gran trivialidad, pero creo que de entre marcas y marcas de perfumes a todos se nos fue despertando la memoria y, así, personas e historias del pasado terminaron sentándose con nosotros en esa mesa que ya estaba de por sí bastante concurrida.
Creo que a nuestro director le aburrió un poco que no habláramos de política ni de documentales. No nos quedó otra que bromear con él. Arturo decidió mudarse a la mesa de sus colegas holandeses, Daniel se fue también con él y los demás nos quedamos en esas, recordando esencias.
Les contaba yo de cómo hasta ahora la Cool Water de Davidoff me altera, porque cuando tenía unos 17 años y veraneaba en Bahía tenía una infatuación adolescente por un surfista que usaba unas bermudas verdes y por las noches cuando salíamos emanaba ese aroma que me trastornaba. Mis amigos se reían mucho cuando les conté que, muchos años más tarde, no sé quien tuvo la gentileza de regalarle a Misha un frasco de Cool Water y cuando sentí esa fragancia en casa a miles de kilómetros y años de distancia se me vinieron Proust y el mar y la sal a la cabeza y empecé a llamarle a Misha por el nombre de este chico, bromeando claro, y él que me tiene paciencia y buen humor empezó a reírse conmigo y a decir el nombre en cuestión con un dejo de su acento ruso, hasta que la broma terminó cuando se acabó el frasco de colonia.
Les contaba también de la noche que me ‘amarré’ (así se decía en mis tiempos) con mi primer enamorado y de la rutina preparatoria de aquella tarde en la que me bañé con el gel de ducha de New West, el shampoo de pelo de New West, me puse la crema de cuerpo de New West y al final me embadurné el cuerpo con el New West propiamente dicho. Fue tan exagerado así que el pobre chico lo único que atinó a decir después del primer beso, a la Carla por más señas, fue que la María no olía a sandía sino que era una sandía.
Usé ese perfume durante toda mi juventud hasta los 23 que logré comprar el último frasco que encontré, botado en un escaparate de una perfumería en Italia. No sé por qué Aramis dejó de fabricar esa esencia, pero cuando eso ocurrió me quedé huérfana de un olor que ya era como parte de mi cuerpo. Hace unos meses se me ocurrió que tal vez en E-bay podría encontrar algún frasco que alguien nunca decidió usar y en efecto lo hice. Una euforia que hasta debería avergonzarme fue la que me produjo recibir un mensaje por mail que decía “Congratulations on winning this item. Check out and pay with PayPal to get your item within 5-7 days. NEW IN BOX NEW WEST SKINSCENT SPRAY FOR HER 100ML. Sale price: £31.00”.
Cuando llegó la caja estaba intacta y el frasco amarillo era el mismo. Una bola de nieve de recuerdos, de gente y de lugares se me vino a la mente. El alcohol se había concentrado y había algo más intenso en ese aroma, pero era el mismo al fin y al cabo. No se había echado a perder. Como yo, que también había madurado luego de esos 15 años pero seguía siendo la misma. Creo que en estos meses me he de haber gastado ya la tercera parte del frasco. Cuido mucho de ese perfume porque quizás sea el último que tenga y de alguna manera siento que cuando me lo pongo es como un talismán, o tal vez solamente sea que ese es el olor a mí.
En fin… Pasaron por la conversación y en realidad por la nariz también, Ted Lapidus, Chloé, Anaïs Anaïs y todas esas fragancias ochenteras que llegamos a ponernos alguna vez y que hoy simplemente serían intolerables. También otras que siguen siendo tan buenas como Dune, Dakkar Noir, Egoïste y la muy ponderada CKOne que terminó de una buena vez por convertirnos en unos andróginos capaces de tolerar solamente un olorcito a limpio con un cierto dejo de limón encima del cuerpo, como decía la Lis que quedó curada de los perfumes.
Hablamos también de esos amores que no usaban perfume pero que su cuerpo emanaba un olor tan propio y tan delicioso (para nosotros, claro) que hasta ahora son inolvidables. Este es mi blog así que no he de revelar las historias de mis amigos, pero a mí me pasa con mi primer amor, no mi primer enamorado, un chico italiano que me movió todos los esquemas a los 16 años y que no usaba nada más que jabón y no creo que todos los días. Aún me puede el aroma de ese abrazo adolescente y aunque ya no lo encuentro tan sexy, puedo sentir perfectamente cómo olía. Cuando nos reencontramos seis años más tarde él se había convertido en un chico extremo en su limpieza, (¡lavaba la ropa de algodón a 90°C, las medias salían encogidas!) y sus axilas olían a desodorante Dove. Se había vuelto un hombre aséptico y escéptico. Lógico: todo se fue a la mierda entre nosotros.
En fin… Qué especiales eran esos años de adolescencia, esos encuentros a los que uno llegaba acalorado y sudando porque ante tal despertar hormonal no había desodorante que a uno lo protegiese. Pensaba en ello hace no tanto tiempo y también recordaba con una sonrisa las épocas en que poníamos un chorrito de perfume en las cartas, como intentando mandar un poquito de uno a través del océano o simplemente a un par de metros más allá, cuando el pelado estaba en el mismo colegio de uno (por suerte nunca me pasó).
Recuerdo también el olor algo lácteo de un profesor que me encantaba en la universidad, un olor emparentado con el de un chico que nos movió el piso a mí y a mi mejor amiga al mismo tiempo, a tal punto que de alguna manera nuestra amistad se sacudió un poquito, pero preferimos manejarlo en paralelo y así ella y yo, como si fuéramos la misma, lo mirábamos, lo escuchábamos, nos moríamos por él, le coqueteábamos y dejábamos que él lo haga también porque en realidad creo que a los tres nos divertía. Aunque finalmente la cosa nunca llegó a nada con ninguna, su olor nunca se me ha ido.
Y así fue que Mauricio llegó a la conclusión de que tampoco era tan trivial la conversación que estábamos teniendo. El olor es la pulsión que llega más directa a la memoria y, al hablar de perfumes, aquella noche terminamos hablando de nuestras historias. Es que hay algo que al olfato ningún otro sentido le gana. No creo que sea tan rápido el gusto, aunque quizás vaya en la misma línea. Una canción sí que puede transportarte a vidas pasadas y a momentos bien intensos, pero requiere un proceso de interiorización que dura más tiempo y quizás también una voluntad para llegar hasta ahí (el tema de las canciones es material para otro post). La vista es directa y lo que ves es lo que hay. Pero los olores son mucho más animales. Cuando te asaltan son inmediatos e infalibles y de esa sensación súbita a la que te transportan uno simplemente no se puede escapar. Activan la memoria, la imaginación, el deseo o el rechazo mucho más rápidamente. Pero yo en este post no estoy hablando de olores feos ni de olores ricos cuyo recuerdo me produce malestar. Hablo de los olores de la gente que ha importando en mi vida. Así, cuando mi nariz está cómplice y perspicaz y tengo la suerte de oler su recuerdo, no puedo dejar de sumergirme en aquel bonito placer.
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