domingo, abril 22, 2012

Coser

No sé por qué suelo buscar una explicación del origen de las cosas, no solo de las cuestiones más centrales de la vida, sino también de asuntos más ligeros, como ahora que pretendía escribir un post bien simple sobre una nueva manta. Quizás sea un modo inconsciente de justificar mis gustos, mis preferencias, las razones de ciertas decisiones, los devaneos del día a día. Creo que en este caso ya es un poco excesivo hacer una suerte de psicoanálisis para contar los motivos por los que me gusta coser, pero antes de hablar del proyecto que retomé este fin de semana voy a irme unos años hacia atrás. 
Para no remontarme a la genética, a migraciones y a siglos pasados, vamos a decir que mi gusto por la costura tiene mucho (o casi todo) que ver con mi abuela materna, la Ro. La Rosita nunca ha dejado que alguno de sus nietos o bisnietos le diga abuela o abuelita. Ni pensar en mamá Rosita, mamita, bisabuelita... Eso se me ocurre recién ahora y suena terriblemente fatal. 
"Yo no soy abuela de nadie", nos recordaba a menudo, y con razón. La Ro siempre ha sido demasiado guapa, alegre, entusiasta, demasiado joven. A quién se le va a ocurrir decirle abuelita, entonces, a una mujer así. Pero de todos modos, como sea que la llamemos, la Ro es la mejor abuela que hay. Y ahí sí nadie me puede discutir. Quizás el Juan Martín tenga buenos argumentos, también la Flavia, la Sofía y la Isabella, pero no voy a competir con esos pelados. A ellos todavía les queda mucha tela que cortar.
Pues bien. La Rosita siempre tuvo un cuarto de costura en su casa. A la Ro siempre le gustaron las telas, los hilos, los botones, las tiras bordadas, los encajes, las máquinas de coser, estar siempre haciendo algo con las manos. La Ro dice que yo soy una hormiguita; bueno, ella es la hormiga mayor.  
Al ser hija de una de sus hijas, yo tuve la suerte de estar siempre cerca de mi abuela y vivir muy de cerca las actividades femeninas que ella compartía con mi mamá, y que la mayoría de veces giraban entorno a la cocina y al cuarto de costura. Con mis abuelos maternos yo he vivido una complicidad maravillosa. Ellos nunca fueron los señores a los que, con mucho cariño o con mucha pereza, los nietos les van a visitar los fines de semana. No, su casa siempre ha sido mi casa y tenerles cerca, lo mejor del día. Por eso desde chiquita, incluso antes de ir al colegio y tener vacaciones, me iba con mis abuelos a sus viajes de trabajo a Riobamba o Ambato (qué bella era la vida al pie del Chimborazo donde mi abuelo hacía sus túneles, qué lindos los guanacos, qué calientita la chalina morada de la Rosita, qué deliciosa la sopa de mellocos con el queso derretido y pedacitos de culantro especialmente porque gracias a los gustos de mi papá, en mi casa esa sopa no se comía jamás. Pero no solo les acompañaba a las ciudades frías donde trabajaban. Con frecuencia también vacacionaba con ellos en la casa de Salinas: eran semanas deliciosas sin ninguna nostalgia por mis padres, porque con mis abuelos yo siempre me he sentido mejor que en ningún otro lugar. 
Inolvidables, por cierto, eran las tardes en La Libertad comprando telas en yardas. Ahí de bien pequeña aprendí que una yarda son 92 cm, lo cual me serviría muchos años después cuando debuté en el mundo del patchwork (alguna relación hay entre Inglaterra y la península de Santa Elena, eso sería de investigar...).
Cuando la vida era dura, sesenta años atrás, mis abuelos se fueron a vivir cerca de Santo Domingo. No me pregunten exactamente qué hacía mi abuelo en ese momento, pero el asunto es que trabajaba muy fuerte. Cuenta la leyenda familiar que vivían en un pueblo tropical, que la Rosita mataba a las culebras con un palo y que mi mami inauguró su memoria cuando una banda de murciélagos salió volando del techo de su casa. 
Años más tarde, cuando la familia emigró a Venezuela, la economía era escasa, escasa, escasa y para redondear el mes mi abuela les cosía los vestidos a las putas del pueblo. Y las putas, y todo el mundo, vivían enloquecidas por mi tío Tito, que era un niño hermoso de churitos rubios. Entonces ellas compraban más tela de la que necesitaban sus escotados vestidos para que con las sobras mi abuela pueda hacer ropitas para sus hijos también. Sororidad le llaman ahora pero ha existido siempre.  
Muchos años más tarde la economía tan precaria se revirtió. A puro temple de mis abuelos porque nadie les heredó ninguna cosa, nadie les regaló nada aparte de las oportunidades que ellos supieron aprovechar. Yo nací bajo esa bonanza y cualquier dificultad interna que se atravesara en mi familia siempre fue subsanada por mis abuelos que nunca dejaron que nos faltara nada.
Es que en mi casa también se vivía sus angustias y yo creo que en parte por eso bastantes de mis ropas de niña fueron cosidas por mi mamá. O no sé, quizás estoy especulando, recordando las cosas como hoy puedo procesar. Quizás mi mamá cosía para mí como una forma de mimarme, de pasar las tardes con su mamá, de disfrutar de un hobby, quizás realmente era más barato un vestido hecho con una tela de La Internacional, tal vez hayan sido todas estas cosas juntas, en realidad. Sea como sea mis vestidos eran hermosos, sobre todo los de nido de abeja, y también las faldas de vuelos o los pantalones con canesú.  
Entonces es algo que vive en la memoria, algo que me transmitieron dos mujeres que amo y creo que ya queda claro por qué me gusta coser. Pero para coser hacen falta telas y la explicación ahí creo yo que viene por otros genes. 
Yo no sé si el abuelo de mi abuelo, Fortunato Ramia, cuando llegó a Ecuador se puso un bazar. Pero los miles de libaneses que se establecieron en Guayaquil y Quito, ellos sí se dedicaron a la venta de tejidos. Lo mismo que en Argentina, lo mismo que en Cuba, lo mismo que en Francia donde los árabes son quienes venden las telas más finas. Y debe ser entonces que ese gusto me corre en la sangre ya super diluida, pero para mí no hay paraíso más grande que una tienda de telas, que una mercería con encajes y tiras bordadas con un paisano detrás del mostrador. Si voy a Guayaquil no dejaré de pasearme una tarde por los almacenes del centro (Burda, El Barata, Briz...) y si me buscan ahí seguramente estaré en el estante de los bordados suizos, mi tela preferida. También me gustan el terciopelo, la randa, el algodón purito, la organza y el tafetán, aunque no recuerdo la última vez que sentí alguna de estas texturas. La vida ahora se vive en short y camiseta, un vestido ligero de punto al máximo, y ciertamente lo lamento. Es que a mí me encanta ir a la costurera, que alguien cosa mis ropas a la medida, sentir la cinta métrica rodeándome el cuello, el busto, las caderas y la cintura, me gustan esos rituales tan bonitos que se acabaron desde que alguien decidió que todos nos tenemos que vestir igual, con el jean y la camisa de moda todos en masa, o con la pendejada china de a diez dólares que a la primera lavada se descose o se descolore (con el terrible agravante de haber sido producida bajo las condiciones más infrahumanas posibles y ahí está el verdadero problema del asunto, más que en la mala calidad). 
Yo nunca he cosido nada de ropa simplemente porque no sé cortar, no tengo idea cómo poner un cierre, no sé hacer un ojal. Pero la Rosita siempre me decía que si vivía en Inglaterra tenía que aprender a hacer patchwork y así fue que caí en el Quilters Cupboard en Langley Moor. Entonces el patchwork se volvió una pasión bien intensa aunque inconstante, en buena medida como soy yo. 


Lo primero que hice fue un bolso que nunca terminé (iba a ser para la Ro pero fue tan feo que nunca se lo di).
Creo que apenas tenga tiempo voy a desarmarlo y aprovechar el material de una mejor manera. Pero bueno, no estuvo tan mal. Con ese proyecto aprendí los conceptos más básicos y fundamentales del patchwork.
El segundo proyecto fue una colcha LeMoyne Star para un bebé que iba a nacer (aunque a los bebés solo se les debe poner bajo una quilt cuando llegan al año, dicen). El bebé se llama José Ignacio y ya va a ir a la escuela... Los pedazos todavía siguen sin ser armados, pero aquí va una muestra. Todo ha sido hecho a mano y los pedacitos cortados con molde y tijeras. Es difícil cortar pedazos tan chicos con una "rotary cutter" (lo siento, no tengo ni idea de toda la jerga quiltera en español). En fin, mucho trabajo y del fino. Entre una máquina y las manos siempre van a ganar las segundas; algún día acabaré esa quilt


Luego vino lo mejor que he hecho hasta ahora. Esta manta para la Ro
Me demoré los tres meses que duró el curso. Pasaba todos los lunes en el Quilters cupboard y los otros cuatro días los dedicaba a los EDOC. Esta colcha es super divertida de hacer. Es una de las múltiples versiones de un Disappearing Nine Patch.

A menos que sea una colcha de pedacitos sobrantes, o un proyecto de crazy patchwork generalmente uno empieza un proyecto calculando la cantidad de material que tiene que comprar. La idea, evitar el desperdicio o, peor aún, darte cuenta que te va a faltar tela cuando estás acabando un proyecto y no poderla encontrar.
Pero yo, cuando se trata de telas, soy un poco impulsiva en comprar, así que suelo empezar un proyecto ya con los materiales en la mano. Fue así que hace más de un año volví a casa con unos cuadrados de 12" de distintas telas medio retro, sin una idea clara de qué hacer con ellas. Pensé entonces en no complicarme mucho la vida con moldes, cálculos y patrones y decidí diseñar mi propia colcha, una especie de tablero de ajedrez. 

Justo hace una semana, en la feria de antigüedades de San Telmo, en Buenos Aires, encontré a una señora encantadora. Cuando le dije que mi abuelo es de origen libanés, me dijo que en efecto yo sí tenía cara de paisanita, me invitó a su casa donde tiene todos los saldos de la mercería de su padre (un emigrante sirio) y me contó de las películas de época donde han usado su increíble patrimonio. Lastimosamente fueron tan pocos días de viaje que no llegué hasta Pompeya, pero en su puesto en la feria me contenté con ver algunas cosas que tenía y lo que más me llamó la atención fue esta caja de tiras de seda. 

Debí traérmelas todas pero solo cogí dos piezas. Otra de esas compras de materiales que uno nunca sabe para qué van a servir después. Fue así que ayer abrí la canasta donde guardo mis proyectos en marcha y saqué los bloques en construcción. No recordaba haberlos armado. Dispuse los cuadrados en el piso y decidí que, para adelantar algo, iba a robarme la tela morada que compré para la colcha de los muertos y hacer con ella los marcos para la colcha de cuadraditos. Igual el color combina bien. Así que ya tengo los pedazos cortados y solo dependo de una máquina de coser. Si tuviera una resolvería esta colcha de una plaza en un par de tardes. 

El proceso en fotos:

- Así compré los cuadrados, de muchos diseños medios setenteros, incluso en su textura porque diría yo que no son de puro algodón, algo de polyester tienen (lo cual yo prefiero evitar en los materiales con los que trabajo). 

- De cada cuadrado salieron cinco tiras de aproximadamente 2.5" de ancho.
- Cosí esas cinco tiras y volví a tener unas piezas casi del tamaño de los originales.
- Luego corté en el otro sentido para obtener unas piezas de cinco cuadrados.
- Al coser cinco de esas piezas terminé con los bloques finales, de 25 cuadraditos cada uno. Intenté que los motivos no se encuentren pero finalmente es una colcha muy randómica donde no todo se puede controlar. Las piezas finales van a ser cuadrados de 12.5" (excluyendo el seaming allowance).


- Ayer corté las tiras moradas. Son diez tiras pequeñitas que voy a usar para unir verticalmente las piezas (tienen el mismo ancho de las primeras tiras que corté) y cuatro, del mismo grosor pero más largas, que irán abajo de los bloques de tres cuadrados. Cortaré los bordes finales solo al final cuando vea mismo mismo de qué tamaño me queda la colcha ("Think twice, cut once").



- Cuando la pieza esté lista, antes de hacer el sánduche con el wadding, aprovecharé la tira de San Telmo para envolver los cuadrados. Me imagino el reverso (backing) de la manta con una tela de lunares. 





- Y eso es lo que hay, por ahora. Esta es una idea, más o menos, de cómo se va a ver...




3 comentarios:

P. Simon Torres dijo...

Te felicito por todo, por tu escritura tan afinada siempre, tan personal y lúdica. Por tu habilidad para ponerlo todo en contexto, bien el psicoanálisis lo logra! y por semejantes mantas y trapitos hermosos! como te decía yo no se coser ni medias, y admiro mucho a la gente que tienes hobbies y habilidades manuales... gran modo de hacer del tiempo un compañero y no un enemigo, y de fortalecer la paciencias y llenar las pausas alegremente... yo aún no sé hacerlo. Quizá el Elías me está enseñando un poco... pero ese es otro trip.

María Campaña Ramia dijo...

Gracias Pauli! Qué linda que eres!

Anónimo dijo...

Hola Maria,
Creo que somos familia, bueno al menos lejana, el abuelo de mi madre fue Fortunato Ramia, mi abuelo fue Jorge Ramia Coronel, me encantaría tanto saber la historia de mi descendencia Syria or Lebanese, pero lo que sabemos es poco. Quería decirte que escribes muy bonito y como ya yo quisiera poder escribir el español así

Take Care,
Rosemary Carvajal Ramia
rcarvajal_2012@att.net (in case you would like to contact me)