Rachel Weisz y Ralph Fiennes, el gran ausente en las postulaciones de este año
La actriz más glamourosa de Hollywood desafía a su belleza al colocarse una prótesis en la nariz y dejar que el maquillaje arruine la perfección de sus facciones. Otra engorda visiblemente, altera la delicadeza de su piel y pasa de diva dorada a monstruosa prostituta. Deliberadamente, un artista pierde todos los kilos que son necesarios para llegar a la demacración absoluta; encarna a un homosexual enfermo de sida.
Ciego, gay, retardado, alcohólico, mentalmente vulnerable, en orden cronológico y por citar solo unos pocos ejemplos. ¿Qué tienen en común? Que todos ellos, con prestaciones memorables la mayoría, se han llevado un Oscar por su trabajo interpretativo.
Como bien condensa un estudio de Filmsite, en el rubro actoral, es tendencia de la Academia premiar biografías de individuos notables, personajes históricos, defensores de la ley y enfermos mentales. Ayuda sobremanera si el personaje muere trágicamente y también si es algo genio o excéntrico y, en el rubro femenino, si es alcohólica o adicta a las drogas. Los cambios físicos pesan mucho, en suma, y así, para ganarse un Oscar ayudan mucho el maquillador y el entrenador personal.
Meses atrás, en el Festival de documentales de Sheffield, el realizador francés radicado en California, Jean-Pierre Gorin, decía que a través de su cine buscaba algo así como disparar desde un núcleo que le era próximo una infinidad de preguntas que quedarían sin resolver. Todo lo contrario al método sintético, al ‘procedimiento Moore’, o a la corriente de documentales de tipo informe, de la talla de The Corporation o Enron: The Smartest Guys in the Room (candidata al Oscar), donde una veintena de entrevistados explican lo que tenemos que saber para que al final entendamos todo de lo que al principio no teníamos ni idea.
Aunque a priori esto de las transformaciones físicas de los actores y la postura de Gorin sobre el documental no tienen mayor relación, ambos asuntos, como dos fusibles, han hecho contacto en mi mente para que se prenda una luz llamada Ralph Fiennes.
Bien dijo Rachel Weisz, al aceptar el Globo de Oro, sobre su compañero de reparto en The Constant Gardener del brasileño Fernando Meirelles: “uno no podría pedir un actor más comprometido y mágico”.
Fiennes interpreta a Justin Quayle, un delicado diplomático inglés sacudido por el remordimiento y los rumores de la infidelidad de su difunta esposa.
Como Gorin en sus filmes, el método de Fiennes va desde adentro hacia fuera, como si toda la fuerza interna que el actor le inyecta a su personaje provocase una explosión de sensaciones que emergen a la pantalla y que emocionan por su enorme sutileza, sin necesidad de un cambio de apariencia radical para sustentar la credibilidad, transformación y evolución del personaje.
Sin negar las cualidades de los cinco nominados a actor principal, hay un nombre que se le olvidó a la Academia.
La actriz más glamourosa de Hollywood desafía a su belleza al colocarse una prótesis en la nariz y dejar que el maquillaje arruine la perfección de sus facciones. Otra engorda visiblemente, altera la delicadeza de su piel y pasa de diva dorada a monstruosa prostituta. Deliberadamente, un artista pierde todos los kilos que son necesarios para llegar a la demacración absoluta; encarna a un homosexual enfermo de sida.
Ciego, gay, retardado, alcohólico, mentalmente vulnerable, en orden cronológico y por citar solo unos pocos ejemplos. ¿Qué tienen en común? Que todos ellos, con prestaciones memorables la mayoría, se han llevado un Oscar por su trabajo interpretativo.
Como bien condensa un estudio de Filmsite, en el rubro actoral, es tendencia de la Academia premiar biografías de individuos notables, personajes históricos, defensores de la ley y enfermos mentales. Ayuda sobremanera si el personaje muere trágicamente y también si es algo genio o excéntrico y, en el rubro femenino, si es alcohólica o adicta a las drogas. Los cambios físicos pesan mucho, en suma, y así, para ganarse un Oscar ayudan mucho el maquillador y el entrenador personal.
Meses atrás, en el Festival de documentales de Sheffield, el realizador francés radicado en California, Jean-Pierre Gorin, decía que a través de su cine buscaba algo así como disparar desde un núcleo que le era próximo una infinidad de preguntas que quedarían sin resolver. Todo lo contrario al método sintético, al ‘procedimiento Moore’, o a la corriente de documentales de tipo informe, de la talla de The Corporation o Enron: The Smartest Guys in the Room (candidata al Oscar), donde una veintena de entrevistados explican lo que tenemos que saber para que al final entendamos todo de lo que al principio no teníamos ni idea.
Aunque a priori esto de las transformaciones físicas de los actores y la postura de Gorin sobre el documental no tienen mayor relación, ambos asuntos, como dos fusibles, han hecho contacto en mi mente para que se prenda una luz llamada Ralph Fiennes.
Bien dijo Rachel Weisz, al aceptar el Globo de Oro, sobre su compañero de reparto en The Constant Gardener del brasileño Fernando Meirelles: “uno no podría pedir un actor más comprometido y mágico”.
Fiennes interpreta a Justin Quayle, un delicado diplomático inglés sacudido por el remordimiento y los rumores de la infidelidad de su difunta esposa.
Como Gorin en sus filmes, el método de Fiennes va desde adentro hacia fuera, como si toda la fuerza interna que el actor le inyecta a su personaje provocase una explosión de sensaciones que emergen a la pantalla y que emocionan por su enorme sutileza, sin necesidad de un cambio de apariencia radical para sustentar la credibilidad, transformación y evolución del personaje.
Sin negar las cualidades de los cinco nominados a actor principal, hay un nombre que se le olvidó a la Academia.
*Una versión reducida estará disponible en el diario HOY
No hay comentarios:
Publicar un comentario