Meadowfield, Durham
De alguna manera fue el día en que comenzó este viaje y, por ende, las vacaciones. En realidad no me moví más de 3 millas (algo así como 5 km ., creo) que es lo que toma ir de casa al Departamento de Matemáticas en Durham, donde vimos la inauguración del Mundial con Misha, Farid, Dirk, Nina, Iván y algunos otros científicos menos entusiastas. Sin embargo, por la ilusión, la ansiedad y el ambiente festivo, considero al 9 también como la inauguración oficial del verano 2006.
Durante la mañana limpié la casa como nunca antes lo había hecho. Es que, lo que no he dicho hasta ahora, es que al día siguiente, o sea el sábado, mi papi llegaría a Londres. Sería su primer viaje a Europa, un viaje anheladísimo por cierto, y yo quería que nuestra casa brillase, hasta en los puntos que él no vería. Es impresionante toda la mugre que puede acumularse detrás de la refrigeradora o de la cocina.
A las 14h00 me preparé para ir a Durham. La camiseta de la Tri , un par de jeans, zapatos azul eléctrico con rayas amarillas… Diez minutos de bus me llevaron a la estación y allí, mis impulsos compulsivos, a ‘Help the aged’, la charity (o tienda de cosas usadas cuyas ganancias van a obras de beneficencia), donde me compré unos zapatos que el día anterior me habían seducido, que están casi nuevos y preciosos y me costaron solo 4 libras.
El clima estaba delicioso, así que decidí caminar bordeando al río. Veinte minutos de expectativa: se inauguraba el Mundial, llegaba mi papi, jugaba Ecuador...
La ceremonia de apertura no fue muy especial, o tal vez lo fue… Es que en Inglaterra prefirieron hablar de Rooney, de su recuperación, sus posibilidades, y apenas dejaron ver al Rey Pelé y a Claudia Schiffer (con un vestido más bien feo) desfilando con la copa.
Y bueno, Alemania jugó bien. Costa Rica lo mismo y sobre todo ese Wanchope. Me dio la impresión de que tienen un gran arquero, además. En realidad, quería que gane Alemania, porque nos conviene. También porque desde pequeña Alemania ha sido el equipo al que le he ido en los mundiales. En todo caso, el primer partido no me pareció lo suficientemente emocionante.
Acabado el encuentro fuimos a casa con los amigos. Pasamos por el supermercado para comprar pizza, cerveza y cidra, y allí me dijo un padre con su niño: “Nos preguntamos de dónde viene tu camiseta”. Después del 2-0 seguro que ya no se lo preguntan.
Canté el himno junto a nuestra tele LCD. Bellísima señal, mayor campo de visibilidad por el formato apaisado. La camiseta amarilla de los jugadores brillaba tanto como la mía. Oír el himno nacional lejos de casa, y en tales condiciones, emociona mucho.
Ecuador tuvo fans muy entregados de Argelia, Alemania, Rusia y Bulgaria. Y yo grité como nunca. Casi perdí la voz hasta el día siguiente.
Nina me preguntó porque ninguno de los futbolistas se parecía a mí. Le expliqué entonces que en el Ecuador hay una zona ‘negra’ y que la mayoría de futbolistas que valen la pena han nacido en esas tierras. Gente humilde que ha salido adelante por si sola, como lo destacaba el diario italiano La Gazetta dello Sport al día siguiente, que le procura al país una alegría tan grande, mientras que el país seguramente no les ha dado nada.
Tenorio, el Tin y mi preferido, Ulises. Una tarde de euforia…
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