Descubrimos el cine de Eugenio Polgovsky hace algunos años ya, a través de su documental Trópico de Cáncer (EDOC5). Se trataba de una estupenda película que retrataba la vida de familias de escasos recursos que encontraban en el comercio de animales exóticos en las carreteras del desierto mexicano su único medio de subsistencia.
Trópico de Cáncer era un película sobria e inquietante, dueña de un lenguaje cinematográfico muy particular, que al mismo tiempo dejaba entrever una fuerte motivación social por parte del realizador.
Esa voz tan auténtica del cineasta mexicano nos emociona otra vez con su nueva película, Los herederos, la cual ha recibido una acogida muy calurosa tanto de la crítica especializada como de una serie de festivales que han premiado su trabajo.
Polgosvsky hace un espacio en su apretada agenda –EDOC coincide con el estreno comercial de Los herederos en México– para viajar a Ecuador y así presentar su película personalmente y conversar con el público del festival.
Como tú sabes, el público y los organizadores de los EDOC te conocimos a través de Trópico de Cáncer. Los herederos es, valga la redundancia, ‘heredera’ de aquella estética tan particular y la fuerte motivación política que relucía en tu anterior filme. Un cine sin artificios y con un fuerte compromiso social ¿es esa la directriz de tu trabajo?
Creo que al hacer Los herederos sucedió algo similar a las impresiones que tuve en mis primeros acercamientos a los habitantes del desierto mexicano durante la realización de Trópico de Cáncer. Sentí una gran indignación por sus condiciones de vida pero también una admiración por su dignidad y conocimientos. Sentí en los dos casos la necesidad de hacer lo que pueda para hacer visible su situación. Durante la filmación de Los herederos, al conocer a cada uno de las niñas y niños, sentí un gran deseo de hacerles un homenaje, una especie de sinfonía cinematográfica en la que su humanidad, sus conocimientos, habilidades y talentos quedaran reflejados.
El cine que me gusta hacer es un cine donde la mirada sea un narrador, como un barco al que uno se sube y la historia es contada por las imágenes y sonidos, por las olas, el viento, los pájaros, los atardeceres. Creo firmemente en el poder metafórico del cine más allá del lenguaje verbal, como en la música, con una enorme gama de tesituras, bemoles y sostenidos. La realidad es como una partitura y la cámara puede leerla, puede darle vida, compartir el descubrimiento de un instante con el espectador venciendo a ‘el tiempo’ que todo se roba. El cine tiene el poder de compartir una mirada que puede ser habitada, caminada, vivida por otros de nuevo.
Leí una entrevista en la que decías que en Los herederos intentaste ser "un retratista invisible de lo que ocurre cuando la cámara no está". Si bien es cierto la frase puede haber perdido su contexto ¿realmente hasta qué punto es posible lograrlo?
Básicamente se trata de ser testigo de instantes donde lo que sucede es como si uno no estuviera, me refiero a lograr retratar momentos lo más auténticos posibles y para eso uno busca la invisibilidad; obviamente es absurdo pero es la utopía y eso se trabaja con la confianza y la paciencia. Ya que la cámara es un instrumento muy violento que con su sola presencia perturba el flujo natural de la vida, hay que amansar esa bestia.
Las palabras como 'realidad' o 'verdad' son nutrientes del cine documental pero creo que es muy peligroso pretender que por hacer un documental uno tiene inmediatamente la verdad y la realidad en la palma de la mano. Lo interesante es que mediante la realización de una película, por medios constantemente subjetivos –presencia perturbadora de la cámara, tipo de lente, foco, edición, corte de la toma, ruptura temporal, diseño sonoro, etc.– todo este desmembramiento y a la vez amalgamamiento de la realidad sufre un proceso de renacimiento al final.
Al respecto de esa ‘invisibilidad’ pienso en la secuencia en que un niño artesano se corta el dedo. Como espectadora, debo reconocer que me pregunté: ¿por qué el director no soltó la cámara y fue a ayudarlo?
Recuerdo que hubo un margen muy delicado entre parar o seguir. Por un momento dude si se había cortado, así que le pregunte si quería parar; sin decir nada el prosiguió. Esos cortes son habituales en su trabajo.
¿De dónde viene esa fascinación por el campo, el desierto y los ambientes rurales en los que se desarrollan tus películas? ¿Hay algo específicamente cinematográfico que encuentras en esas zonas y no en la ciudad?
Creo que padecemos de una especie de ego-urbanismo; pensamos que todo comienza y termina en las grandes ciudades. Me interesa aprender y descubrir del campo, las áreas rurales donde la naturaleza y los humanos sobreviven de formas desconocidas, generalmente en gran desigualdad respecto a quienes viven en las ciudades. Me interesa retratar las formas de supervivencia de quienes han preservado sus tradiciones a pesar de la colonización y destrucción de muchas de sus raíces, pero ahí están, ahí siguen día a día, con su dignidad y respeto por la vida.
Este año, el festival dedica una sección temática a los niños, con seis películas que hablan de lo que significa crecer en condiciones extremas. ¿Cómo ves a la niñez del mundo, ahora?
Veo que en las niñas y niños se reflejan más claramente nuestros absurdos globales. En ellas y ellos se asientan los cimientos de lo que llamamos civilización y futuro. Mientras no nos preocupemos por el presente de los cientos de millones de niñas y niños desposeídos y ajenos a una nutrición decente, una educación de calidad y condiciones de vida dignas de lo que llamamos civilización no podemos permitirnos decir que ellos son el futuro. Ellos antes que todo son el presente y con esta urgencia hay que atender sus necesidades.
En la foto está Eugenio, en el Pim's del Itchimbía
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