Desde niño, Archibaldo de la Cruz ensaya sus crímenes. Ya adulto, se confiesa culpable de la muerte de varias mujeres, pero su imaginación no tiene el poder de convertirlo en asesino
domingo, septiembre 27, 2009
Encerrados en Madrid
Hoy por la tarde nos quedamos encerrados en el cuarto del pequeño departamento donde nos estamos quedando en Madrid. Misha me dijo al principio que no podía abrir la puerta. Yo seguí leyendo pensando que ya la abriría pero luego de verle intentar e intentar fui a ayudarle. Nada, imposible. La chapa estaba dañada y solo se la podía abrir desde afuera. Los teléfonos, las llaves del apartamento, todo, estaba en la sala. Solo teníamos mi computadora con 10 minutos de batería en el cuarto, el cargador estaba afuera.
El departamento da a un patio interior. Para entrar tenemos tres llaves. La de la puerta de la calle, la de la puerta que da al corredor donde hay un par de apartamentos, la de nuestro apartamento.
Luego de forcejear y forcejear sin éxito, llamamos con Skype a nuestro anfitrión en Madrid, el único que podía contactar a los dueños del departamento que posiblemente tenían otras llaves para que vengan a abrirnos la puerta. Pero tenía el teléfono apagado. Con 5% de batería lo único que podíamos hacer fue mandarle un email esperando que lo lea y haga algo. Y al rato la batería murió.
Empezamos a pedir auxilio y luego de un largo rato salió del patio interno (la cocina de un restaurante) un hombre joven ecuatoriano. Le expliqué la situación y dijo que iba a llamar a alguien. Salió otro ecuatoriano. Le dije que si tal vez conocía al chico responsable de los apartamentos, pero me dijo que no. Le explicamos la situación y nos dijo que lo mejor que podíamos hacer era llamar a un cerrajero. ¡Pero cómo, no tenemos teléfono! Entonces dijo que no había nada que hacer. Iba a meterse a la puerta, le pedí si nos podía conseguir un destornillador, algo. Me dijo que no tenía nada y se metió a trabajar. Me impactó la falta de comedimiento. Seguimos intentando abrir la puerta, ya pensando que nos quedaríamos atrapados indefinidamente. Nada. Sonó el celular de Misha. Supusimos entonces que nuestro anfitrión leyó nuestro mensaje. Seguimos gritando auxilio y ayuda y demás pero ya nadie se molestó en salir de la cocina del restaurante.
Casi dos horas más tarde oímos una puerta que se abría. La del corredor que da a un departamento cercando. Vimos una luz que se prendía. Empezamos a gritar entonces y se asomaron a la ventana del corredor dos chicos españoles. Les explicamos la situación. Nos ofrecieron comida o algo para tomar, y al rato el uno se puso a llamar al dueño del departamento, el otro se fue a buscar un destornillador y un playo. A los dos minutos nos pasaba en una funda plástica, por medio de la cuerda para tender la ropa, las herramientas. Como no sirvieron, se fue a su casa y nos trajo otro destornillador más pequeño. Con eso ya Misha logró sacar la chapa y abrir la puerta. No quiero generalizar, pero qué gran diferencia entre la respuesta eficaz y comedida de los españoles, frente al descomedimiento y falta de inventiva de mis compatriotas. No sé si es por eso que estamos como estamos...
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