miércoles, noviembre 23, 2011

Patchwork




Así empiezo yo un proyecto de patchwork. Infatuándome con unas telas... y luego calculando la cantidad de material, lo cual esta vez resultó más difícil que de costumbre. Luego se cortan los pedazos con una cuchilla rotatoria, sin olvidar añadir un cuarto de pulgada para la costura, sobre una tabla verde, por lo general de marca Olfa. Y luego esos pedacitos se juntan hasta armar una pieza más grande que se unirá a las demás hasta convertirse en algo. Ese algo, en esta ocasión, será una manta especial para el día de los muertos y para cubrirnos siempre que haga frío. 
No puedo esperar para que mis herramientas lleguen a Río y sentarme frente a la máquina de coser. Trrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. Cuanto me gusta ese sonido que me hace perder la noción del tiempo. 

lunes, noviembre 21, 2011

Snapshots #2



El estudio de Jay Rosenblatt. Buen amigo y uno de mis cineastas preferidos


The making of a Fresco, Diego Rivera, 1931. San Francisco Art Institute


Chinatown y alrededores

domingo, noviembre 20, 2011

Snapshots # 1



Fotos de turista en San Francisco


 Atardecer en Berkeley y la Valen bañada por los últimos rayitos del sol



Jack Kerouac Alley

sábado, noviembre 19, 2011

Nueva platilla / New template

El otro día decidí que estaba cansada de mi blog y de como se veía. 
Empecé a bloggear en el 2005, una tarde de domingo en Jerusalén. Poco antes, aquel verano, pasé un poco más de mes en Rusia. Yo pensaba que, como íbamos a Siberia, me iba a morir del frío. Pero apenas llegamos ya sentí un calorcito seco y a los pocos días estaba bastante morena ya. Mi suegra siempre comenta del peso de mis maletas. Ella cree que llegar tan cargada para con tal de pasar unas pocas semanas en casa es una exageración. Quizás tenga razón. También comentó de lo gordo que estaba mi libro y opinó que no lo debía llevar a Shushenskoe, un pueblito al sur de Siberia, en media taiga, a donde fuimos a acampar con motivo del festival del folclor. Tenía yo 28 años y era la primera vez que acampaba en mi vida. Yo no le hice caso, lógicamente, y cogí mi libro y me interné con él en la tienda de campaña, con el zumbido constante de una horda de mosquitos invisibles que acabaron devorando mi cuerpo.

Ese libro al que no solté desde que leí su primera página era Una historia de amor y oscuridad, la autobiografía novelada de Amos Oz. Eso fue hace seis años y desde ahí Oz se convirtió en mi escritor favorito y no sólo eso; también en una de las pocas personas que ha comprendido las más oscuras capas de mi personalidad y de mi existencia, y sin conocerme. Yo me encuentro en Fima, con dolor me reconozco en Jana Gonen, pienso en Fania siempre que me arrimo a una ventana y como ella me pierdo en la melancolía que me provoca la luz tamizada que entra por un vidrio medio sucio, entre un par de cortinas abiertas hasta la mitad. Me veo en Dita y aún más en su suegro. Y cuando miro a Amoz Oz en la tele, en la portada de un libro, en un documental o cuando lo conocí personalmente, siento que le tengo un cariño enorme. Gracias a él empecé este blog, pero no es que le quiera por eso.
Es eso, lo que pongo en la descripción de esta bitácora. Una historia de amor y oscuridad no sólo que me devolvió el deseo de devorar más libros, despertó mi deseo de escribir. Y claro, Los ensayos de Archibaldo, porque Ensayo de un crimen es mi película preferida, porque Archibaldo de la Cruz es mi superhéroe y porque todavía no estoy lista, estoy ensayando nomás.
He sido una bloggera inconstante. Mi primer post, y creo que uno de dos, fue un post puramente político. 'Un divorcio doloroso' se llamaba y hablaba de Israel y Palestina en los días de la retirada unilateral de los asentamientos en Cisjordania. 
Al principio posteaba como una vez por semana, luego al menos una vez al mes. Después, como siempre, fui decayendo. "Tú eres de un solo hervor", me dijo alguna vez mi mamá. Cierto es que me entusiasmo rápidamente, pero pocas veces persevero en alguna actividad. Entre noviembre de 2007 y mayo de 2008 no escribí ni una vez. Y estoy segura que el post de mayo de 2008 es algún recalentado de algo que escribí para los EDOC. Un segundo: voy a ver. 
¡Oh no! Peor. Es un artículo en ruso copiado de Internet sobre la nueva izquierda en América Latina. Pues sí, inconstante, hasta junio de este año en que postear se convirtió en otra forma de comunicación y ahora que ya cogí la viada sólo espero no parar. 
Lo que yo quería de este blog era tener un espacio para escribir, de lo que fuera, para practicar el ejercicio de la escritura y mejorar. He hablado de cine, de documentales especialmente, de política apenas, pero finalmente de lo que más he hablado es de mí. Así que tengo que admitir que el ejercicio de escribir bien y escribir algo que interese no sólo a mi gente cercana, funcionó a medias. No puedo escapar de lo que me mueve, a mí me gustan los documentales autorreferenciales, las novelas autobiográficas o narradas en primera persona, los autorretratos, la gente que habla de sí misma pero sin pretensiones y que incluso en sus más duras y puras ficciones me regala un poco de sí. Uno es lo que es.
Lo que sí tenía claro es que no quería que mi blog fuera un basurero o un scrapbook de recortes ajenos. Esa claridad se fue dispersando cuando empecé a robarme de YouTube clips de canciones de Neubauten, cuando me di cuenta que Nick Cave traducía mis momentos y mis mutaciones mucho mejor que yo y desde entonces he hecho referencias a Jesus of the Moon un montón de veces, cuando una cita de un libro era más precisa y más bella que cualquier cosa que yo podía decir, cuando el trailer de una película hablaba de mi estado de ánimo, cuando unas fresas desenfocadas insinuaban un sentimiento bonito de una manera más velada y sutil. Y así mi blog dejó de ser mi cuaderno de escritos. Se convirtió en una bitácora como las que tenía de joven y en las que pegaba entradas a conciertos, servilletas de restaurantes a los que fui con alguien especial, fotos de amigos, recortes de revistas, citas de Demian, de Hermann Hesse, que era mi Una historia de amor y oscuridad a los 17, cuando había vivido la mitad de mi vida.
Tomé esta foto cuando terminé el post de Fima
Pero el verdadero placer, eso seguro, ha estado en escribir. Mi post favorito, 'Fima me salva del terror', fue el que más rápido me salió. Lo escribí de un tirón en un apartamento horrible y con luz de neón, en la ciudad más hermosa, eso sí, Jerusalén. Fue luego de un día en el que pude morir. Pero todos los días nos podemos morir ¿o no? Mis despedidas de Ecuador camino a Durham, o viceversa, son bastante confusas pero al menos puedo decir que las escribí bajo total sinceridad. Otro post que me gusta es el de Jordania, porque ahí están mis rubias, mis guabas y los tesoros de mi niñez.
Últimamente he encontrado también algo que decir a través de las fotos. He empezado a colgar imágenes con las que conecto de alguna manera, no tanto con un interés artístico aunque sí intento encuadrar con un poco de criterio, pero en todo caso hechas desde mi amateurismo al fotografiar. 
Ayer que cambié de diseño aproveché también para unificar las tipografías y los tamaños de las letras, borrar un par de posts que no tenían nada que hacer en mi blog (pensé en borrar unos pocos más pero luego pensé que hay que ser fiel con el pasado también y al final los dejé). Mientras me paseaba por el blog, y me quedé despierta hasta muy tarde haciéndolo, un poco que volví a sentir lo que iba sintiendo cuando colgaba una u otra cosa, un paseo por cinco años. Fue bonito aunque la recapitulación despertó nostalgias, pero al final hubo más sonrisas que dolores y creo que, aunque a veces mi tendencia me aleja del aquí y el ahora, propender a recordar sólo las cosas buenas de cada etapa finalmente es más saludable.
Antes mandaba un mail a mis amigos para decirles que tenía un nuevo post. Algunos me dejaban comentarios, otros me mandaban un mail incentivándome a seguir. Dejé de hacerlo cuando dejé de postear seguido y cuando lo retomé ya no les escribí más. Últimamente los que han caído de relancina me dicen "no sabía que has vuelto a postear". Pues sí, pero ya no se lo digo a nadie y bienvenido quien venga. Estas palabras estarán aquí mientras tenga ganas yo y estarán para ustedes mientras ustedes tengan ganas de venir. 
Sólo que esta vez sí les voy a mandar el mail: "Tengo un nuevo post". Y así voy a aprovechar para mandarles un abrazo también. Y voy a estar contenta de oírles, aunque me digan que está fatal la nueva plantilla, o como Noelia muy diplomática: "está bonito, pero ese griiiiiiis..."
Nuevo template porque este blog no va a poder ser muy serio (aunque lo recomienden en la página del CNC y la verdad es que deberían quitar el link, como ya lo hicieron en la lista de blogs de El Comercio). Así que llegó el momento de hacerle un makeover, como cuando uno se hace un corte medio radical en el pelo luego de una ruptura, no tanto porque el pelo ya esté largo, sino porque hace bien un cambio tangible cuando toca volver a empezar.

viernes, noviembre 18, 2011


"I am tired, I am weary
I could sleep for a thousand years
A thousand dreams, that would awake me
different colors made of tears"

jueves, noviembre 17, 2011

Los años no pasan en vano



Un patchwork inspirado en la visita de mi pequeña Valen a Berkeley. Pasamos muy bien, como siempre que estamos juntas. También filosofamos, shoppeamos (zapatos y libros especialmente:), comimos rico, turisteamos, fuimos al cine, nos mimamos, nos jodimos y nos criticamos. ¡Es parte de la diversión! No se pierdan la foto del extremo superior izquierdo y la del inferior derecho. ¿A qué no estamos igualitas? ¡Jajajaja! Pues ya estoy con pena de que se haya ido mi enana. Y yo en poco más de una semana vuelvo a Rio.

viernes, noviembre 04, 2011

Bailando con los muertos



Ayer fue el Día de los Muertos. En Ecuador lo llamamos Día de los Difuntos. Tomamos colada morada, hacemos guaguas de pan. La colada morada es una de las cosas de comer que más me gustan y por eso hay veces que voy a Quito en mayo, en febrero, en diciembre y a la Ro (mi abuela materna) no le importa que no sea época de finados y consigue los mortiños donde sea y me espera con una olla entera.

En el Día de los Difuntos la gente va a ver a sus muertos al cementerio, les lleva flores y donde se sigue ritos más ancestrales, como en el cementerio de Calderón, las visitas se sientan en las tumbas de los 'finados' a comer sus platos preferidos, les dejan su colada, sus cigarillos, lo que sea que hayan disfrutado en vida y que puedan necesitar cuando llegue la noche. Yo a mis muertos les llevo en el corazón y de hecho no recuerdo cuando fue la última vez que fui a un cementerio.

En mi vida hay tres muertos a quienes quise de verdad. La vida me ha confrontado con situaciones duras, sí, pero con la muerte apenas. Tres muertos a los 34, es poco.

La primera muerte que lloré fue la de mi amigo Patrick. La última vez que lo vi fue en una clase de literatura cuando presentó su trabajo final, una disertación sobre el racismo en la novela Entre Marx y una mujer desnuda. Al final de la clase salimos a una suerte de balcón y no sé por qué el Patrick me preguntó que si me tocaría ir a vivir en una isla desierta, qué discos me llevaría. Y yo le dije: "el tres de la compilación Remasters, de Led Zeppelin; el Ten, de Pearl Jam, y otro que ya no recuerdo, pero que seguramente habrá sido El espíritu del vino, de Héroes del Silencio, que ahora ya no lo llevaría, y menos a una isla desierta, si es tan depresivo... El Patrick me dijo que él también se llevaría el Ten y nos quedamos hablando de lo redondo que es ese álbum y como cada una de las canciones es estupenda. (De hecho escribo este post en el Café Gratitude, lindo nombre, oyendo el Ten para calentar a la memoria). 

Me acuerdo haberle dicho al Patrick al final de la conversación que algo brillaba en su cara, que le veía especialmente bien. Él era un tipo con una paz interior increíble. Algo muy especial vivía dentro de él. Tal vez eran sus ancestros chinos, no lo sé. Era una persona genuinamente zen.

A los pocos días de esto, llegué temprano en la mañana a la Universidad a dar el examen final de economía. La Carla me esperaba con una terrible noticia. Le habían matado al Patrick por robarle su Vitara. Di el examen con la mente en blanco y salí al Memorial de la Av. América. Fue la primera persona cuya partida fue un duro golpe en mi vida.


Años más tarde, cuando yo tenía 25 años, la Mari tuvo a su primera niña. Estábamos en Rio de Janeiro con mis papás, en una habitación de hotel, cuando nos anunciaron que Ana Gabriela había nacido con un síndrome extraño que iba a impedir que viva mucho más. La niña nació pequeñita, con dificultades para respirar y linda, linda. Al volver a Quito la conocí y descubrí con ella, a través de los cuidados y el amor que le daba su mamá (para mí hasta ese entonces mi prima chiquita) un montón de sentimientos que eran nuevos en mi vida. Saliendo del periódico en el que trabajaba en esos días, y tanto como podía, iba al departamento de la Mari a verle a mi sobrina. Poníamos especial atención en la limpieza de nuestras manos, en mimarle y en darle todo el amor posible durante los días inciertos que ella viviría. Me acuerdo mucho de su olor, de la textura de su carita, de su boca que era preciosa y diminuta, como una fresita. 

Una mañana, a las pocas semanas, sonó el teléfono y mi tía Verito me dijo lo que algún momento tenía que pasar: Ana Gabriela no había resistido la noche y se había ido. Esas palabras me provocaron un dolor profundo. Sentí, literalmente, que algo punzante me atravesaba el corazón y por eso no lloré: di un grito desesperado que despertó a mis papás. La segunda muerte que dolía en mi vida era también injusta. Una niña de dos meses no debería haber tenido una existencia de sufrimiento y tampoco haberse ido tan pronto, así como nadie debió matarle al Patrick y ponerle a su vida el precio de un auto.

Esos días cuando la Ana Gabriela murió, vivía yo momentos bien fuertes de confrontación con mi mamá. Pero no sólo con ella, creo que estaba peleándome con el mundo. Sentía rabia en esos días, detestaba el estrés que me producía el diario y la visita cotidiana a mi sobrina me permitía entregar mi amor, mis cariños y mi ternura, de una manera que yo no logro descargar muy fácilmente en la gente. El velorio de Ana Gabriela fue uno de los días más tristes que recuerdo. La Valen y yo abrazadas y deshechas junto a un ataud no más grande que el estuche de un violín. Pero también me acuerdo con alegría de la carita de la pequeña, que por primera vez pudimos ver sin un tubo de oxígeno, en paz, al fin y al cabo.

Al mes de la muerte de la niña hubo una misa en un santuario en el valle, un lugar lindo, lleno de eucaliptos. Terminó la ceremonia y le abracé a mi papá, que es tan alto que mis ojos llegaban a su vientre, y lloré y lloré tan largo que su camisa quedó mojada. No recuerdo haber llorado de corrido así por tanto tiempo nunca, ni antes ni después. Con esa vida y esa muerte aprendí mucho. La Mari, diría yo, se convirtió en adulta y nunca dejó de ser, desde esos días, la mamá más linda que yo haya conocido.   

Luego, a mis 27 años, vino la muerte de mi abuelo paterno, Papá Doctor como le decíamos mi ñaño y yo, porque mi mamá siempre le dijo Doctor (era abogado). Sería rarísimo que mis sobrinos le digan Papá Arquitecto a mi papi hoy día. Había en nuestra relación una distancia, es cierto, pero también mucho respeto y amor.

Mi abuelo era un hombre especial. Creo que la mayoría de gente dice eso de sus abuelos. Pero este abuelo mío, en serio que era único y eso cualquier persona que le conoció lo puede corroborar. Mi abuelo era abogado y trabajó en el IESS toda su vida. Era también catedrático en la Universidad Central. Trabajaba todo el día y sólo paraba a la hora del almuerzo para comer en la casa, siempre en la casa, y todos los días empezando por una sopa. Terminaba, le daba un beso a mi abuela y volvía a trabajar.

Papá Doctor evadía la política y era un hombre demasiado correcto como para entrar en ella, por lo que nunca fue el director del Instituto. Sin embargo, durante sus años de servicio, fue él quien realmente impulsó los proyectos más importantes en el IESS. A su manera él trabajaba por una sociedad más justa y solidaria. Hay mucha gente que no lo sabe. Ni nosotros, su familia, nos damos cuenta de eso, porque mi abuelo no hablaba de sí mismo. Era un hombre humilde y discreto.

Mi abuelo fue mi padrino (a mí me bautizaron ya de vieja por insistencia de mi abuela paterna, así que a los cinco años tuve el privilegio de poder escoger mis padrinos y hasta mi nombre bautismal, que es otro que mi nombre de verdad y que lo usé hasta que no pude seguir más con el cuento de tener dos nombres). Pues eso, yo le tenía una especial admiración a Papá Doctor. Hasta los 18 años crecí sabiendo que iba a ser abogada y que me iba a pasar en demandas y luchando por la justicia, como los superhéroes. Pero mi camino mudó totalmente y esa ya es otra historia. 

De mi abuelo yo recuerdo un gesto con especial cariño. Él no era hombre de besarnos o apachurrarnos o cogernos los cachetes, como mi abuelo materno. No, mi abuelo no era así. Su dulzura era mucho más contenida. Lo que recuerdo es que, cada vez que íbamos a Ibarra (lo hacíamos al menos un fin de semana al mes) él se bajaba del auto en Atuntaqui para comprarme unas melcochas chiquititas porque sabía cuánto me gustaban. Eso él lo hacía sólo para mí y por eso no me olvido. ¡Ay! Si en este momento podría llevarme una de esas melcochas a la boca...

Ese verano pasamos todo septiembre en casa de mi tía, en Italia, y una tarde llamamos a la casa de mis abuelos. El día anterior había sido el matrimonio de una prima y mi abuelo me contó con mucho entusiasmo de la fiesta, de lo bonita que estaba la novia, lo sentí feliz y cariñoso y me dio tanto gusto hablar con él y sentirle así, especialmente contento. Un mes más tarde, ya en la casa de Jerusalén, recibí una llamada de mi papá: “Mija, papi se va a morir”. Eso me dijo mi papá y así: “papi se va a morir”, un poco como un anuncio y un poco como un clamor para que eso no pase. Según recuerdo, me parece que mi abuelo ya estaba muerto cuando mi papá me lo anunció. Tal vez no quería darme la noticia así en seco, tal vez él mismo no quería aceptar que su papá se había ido. Un aneurisma mató a mi abuelo una madrugada, pero si esa muerte me tomó con más calma es porque él vivió a plenitud todos los días de su vida, que fue larga, trabajó hasta el día anterior de su muerte y fue un hombre bueno que se fue sin dejar deudas ni pendientes con el mundo, sólo un ejemplo de vida que, tengo que reconocer, por más que yo me empeñe en seguir va a ser imposible. Mi abuelo era incorruptible.

No estuve en el velorio de mi Papá Doctor, no pude abrazarme con mi familia, darle apoyo a mi padre que a pesar de ser mayor, se quedaba huérfano porque yo creo que la muerte de los papás tenga la edad que uno tenga debe ser igual de desoladora. Yo lloré la muerte de mi abuelo en un bosque seco, cuando la canícula comenzaba a menguar, a 12,000 kms de casa.

Años más tarde mi papá me pidió que le acompañe a la Fundación Ontaneda, una escuela para niños de pocos recursos a la que mi abuelo patrocinaba (este para mí era otro de los secretos familiares guardados entre el hermetismo y la modestia de mi abuelo). Era la jura de la bandera y mi papá le entregaba el 'pabellón de la ciudad' al abanderado. Yo le dije que iba pero si podía llevar mi cámara porque me interesaba mucho filmar a los niños en esa escena de absurda patriotería y luego filmarle a él en la escuela y hacerle algunas preguntas sobre su pasado proyectado un poco en el de esos niños, entre otras cosas que quería contar en un documental que dejé sin editar.

Terminada la ceremonia nos invitaron a un desayuno en una sala linda, típica de una casa vieja en el centro: muebles de terciopelo verde botella, papel tapiz y alfombra floreada. De improviso me encontré con una foto grande que presidía la sala y que habrá tenido unos 50 años. Supongo que era la gente importante de la fundación y ahí estaba mi abuelo con los mismos lentes de pasta oscura que siempre usó (¡y ahora yo estoy puesta unos casi iguales!), mi abuela bellísima con sus ojos verdes y vivaces, alta y de silueta fina; un par de curas, el Padre Jorge, la hermana del Padre Jorge, qué se yo quién más. 

Los ojos se me llenaron de lágrimas en medio de tanto desconocido y no pude evitar que sigan saliendo como el agua de una ducha rota que no podía cerrarse. Ese día fue para mí como enterrar a mi abuelo, vivir el luto y la clausura que no pude sentir por la distancia.

Sigo con mi té de rooibos que ya está frío después de tanta remembranza. Té rojo porque no hubo colada morada este año. Guaguas de pan tampoco pero eso me importa menos porque el pan de dulce no me gusta mucho. Hace un año, en Inglaterra, me dije que no me quedaba sin colada morada y mezclé blackcurrants y blueberries y blackberries, no conseguí yerba luisa e improvisé con un té de cedrón y saqué así el agua de olores. Vinieron la Ximena, el Yuvel y los niños con guaguas de pan bolivianas y pasamos una linda tarde hablando de la vida con el pretexto de los muertos.

Este año, en cambio, el Día de los Muertos me sorprendió en California, sin mayor afán por salir a buscar una piña y una libra de mortiños y una libra de moras y clavo de olor y canela y pimienta dulce y maicena y pasarme dos días en la cocina meciendo el almíbar de piña y velándole a la colada hasta que espese. Fuimos más bien al barrio mexicano, 24th&Mission, donde bailamos con los vivos y los muertos hasta tarde.


Fue una fiesta emocionante, una procesión de gente que celebraba y recordaba al mismo tiempo y por ello en un ambiente alegre y festivo se respiraba también espiritualidad y tributo. Éramos cientos de personas y juntas caminamos entre calaveras, Catrinas, calacas, altares, mexicanos, cubanos, gringos y ecuatorianos, con la premisa de traerles de vuelta a nuestros muertos, al menos al corazón, hasta que nos volvamos a ver en el más allá. Así paso la noche y fue especial, muy especial.  

Alterné este post con algunas fotos de ayer y luego, para mis muertos, dos canciones: una del Ten y una de Einstürzende Neubauten.



 

"...Oh dear dad
Can you see me now
I am myself
Like you somehow
I'll ride the wave
Where it takes me
I'll hold the pain
Release me..."