domingo, marzo 24, 2013

Eduardo Coutinho en el PdV






La emoción del viernes vino con el cartero. Llegó el catálogo del Festival Punto de Vista y ahí dentro mi texto publicado con motivo de la retrospectiva de Eduardo Coutinho que presentaron en febrero. Aquí lo comparto con ustedes. Se ve más o menos así:



Eduardo Coutinho, el documentalista de Brasil
María Campaña Ramia


Foto cortesía de Videofilmes


Eduardo Coutinho (São Paulo, 1933) es el mayor exponente del documental brasileño. Su extensa filmografía incluye una treintena de documentales para cine y televisión, además de varias incursiones en la ficción como director y guionista. Entre sus películas se destacan títulos como Cabra Marcado para Morrer (1984), Boca de Lixo (1992), Santo Forte (1999), Edifício Master (2002), Peões (2004), O Fim e o Princípio (2006), Jogo de Cena (2007) y As Canções (2011).
A Coutinho le debemos algunos de los retratos más complejos y emocionantes de las clases medias y populares del Brasil de las últimas décadas. Más que en recursos técnicos, la riqueza de sus películas nace del intercambio producido por la palabra, la fuerza alrededor de la cual todo gravita. Coutinho es uno de los grandes entrevistadores del cine documental, aunque él huya del término entrevista y prefiera llamarla conversa, modo coloquial para referimos a un diálogo en el que nadie es dueño de las preguntas ni de las respuestas. Al escuchar a Coutinho uno siente que está frente a una fuente de pensamiento que no cesa, un espíritu vital y entrañable que acoge y escucha —curioso, autocrítico, transparente y ligeramente melancólico—, tal y como los filmes que hace.
Coutinho inicia su carrera como guionista y posteriormente como realizador de televisión y es solamente a partir de los años 80, ya con más de 50 años, que se consolida como cineasta luego del estreno de Cabra Marcado para Morrer. El filme se convierte en un clásico del cine brasileño y marca un antes y un después en el documental de este país. No es raro escuchar la expresión AC/DC (antes de Cabra/después de Cabra) en discusiones sobre el cine documental de Brasil. Cabra «es reportaje, es rescate histórico, metacine, incorpora la voz del otro, la intertextualidad».[1]
En 1962, el líder de la liga campesina de Sapé (Pernambuco), João Pedro Teixeira, es asesinado por orden de terratenientes. Dos años más tarde, Coutinho empieza a rodar una película sobre su vida, reconstrucción ficcional de la acción política que lo llevó a la muerte, con la participación de la viuda, Elizabeth Teixeira, interpretando su propio papel. La filmación es interrumpida por el golpe militar de 1964 y el material sobrevive en la clandestinidad. Diecisiete años después, en 1981, Coutinho retoma el proyecto y encuentra a Elizabeth y a otros participantes de la película interrumpida, quienes motivados por el visionado del material del 64 reflexionan en torno a su trayectoria de vida.
Cabra se convirtió en una referencia del documental político de América Latina, sin embargo su circulación se vio limitada debido a la falta de copias en buen estado, lo que de alguna manera fue contrarrestado por versiones piratas subidas a la internet. El año pasado la Cinemateca Brasileña presentó una versión restaurada digitalmente que actualmente circula por festivales dentro y fuera de Brasil.
En 1985, un año después del lanzamiento de Cabra, Jean-Claude Bernardet —uno de los más grandes pensadores del cine de Brasil— escribió el que se considera el texto crítico más importante que existe sobre el filme de Coutinho. Victoria sobre el tacho de basura de la historia pone énfasis en la ruptura que el filme propone entre los dos tiempos filmados (64/84) y la noción de espectáculo como motor de la historia (el metacine al que hace alusión Xavier):
«Nada más distante del proyecto de Eduardo Coutinho en Cabra Marcado para Morrer que hacer un relato de los últimos veinte años»[2], apunta Bernardet, para responder enseguida su propia pregunta: «¿Cuál es el material de ese espectáculo? En la historia derrotada, la realidad se rompe en mil fragmentos. Son pedazos de realidad, vestigios, ruinas de historia casi enterradas. Cabra/84 resurge de Cabra/64, reaviva a Elizabeth con el nombre de Marta (pseudónimo escogido en la clandestinidad). La tarea del espectáculo consistirá en trabajar con esos vestigios, desenterrarlos, organizarlos para elaborar una coherencia —el puente— sin que, no obstante, se pierda la noción de fragmento».[3]
Otro punto importante que recalca Bernardet es la emergencia de Coutinho como autor en el Cabra/84, exponiéndose en el plano, algo inimaginable en la época del 64. «El autor existía, sí, pero siempre oculto, vehículo transparente de la realidad y del mensaje. El autor se vuelve una especie de mediación explícita entre lo real y el espectador. Al exponerse el autor con su propia temática de realizador de cine, indica una personalización del espectáculo y de las relaciones con el público que contradice la postura ideológica y estética de Cabra/64».[4]   
Con Cabra Marcado para Morrer Coutinho comienza a trazar las directrices del que será el método que le acompaña hasta ahora y que se afianza en su película posterior Santa Marta – Duas Semanas no Morro (1987), producida por la ONG ‘Instituto de Estudos da Religião’. El cineasta recoge, en un breve período de tiempo, testimonios de un grupo de moradores de la favela de Santa Marta en Rio de Janeiro, quienes hablan de las situaciones de discriminación y racismo que enfrentan cotidianamente. Aquí ya se cumplen algunas reglas del método Coutinho: 1) poner de manifiesto las condiciones del rodaje y reconocer la presencia de la cámara como una mediadora pública —de hecho la relación entre Coutinho y sus personajes se establece con la cámara encendida desde el principio—; 2) restringir la locación como un espacio cerrado: —«Yo no salgo de aquel lugar, ni aunque me digan que en el edificio vecino hay un tipo maravilloso. Esa es una regla absolutamente rígida»[5]—, explica el cineasta; 3) tomar a la entrevista «como prisión y regla que delimita el juego»[6]; 4) preservar el presente del rodaje en el montaje.
Boca de Lixo (1992) es quizás el ejemplo más radical para hablar del primer encuentro entre Coutinho y sus personajes. El filme ocurre en un basural a las afueras de Rio de Janeiro, a donde Coutinho llega con la cámara ya grabando, sin que su equipo haya realizado una investigación preliminar. Las primeras reacciones de los moradores no ocurren exentas de violencia. «¿Qué es lo que ganan ustedes con esto, poniendo ese aparato en nuestra cara?», preguntan molestos unos muchachos que trabajan en el basurero. En los diez días que dura el rodaje Coutinho termina ganándose la confianza de los recicladores; «hasta llegó al punto de que una mujer vino muy molesta a preguntar qué estábamos filmando, me mandó a parar de filmar, y al final ella terminó recibiéndonos en su casa. Es el ejemplo de que pasando un tiempo en un lugar uno termina por crear condiciones; y en poco tiempo. No hay que ser antropólogo»[7], recuerda Coutinho sobre la filmación del documental.
Coutinho afirma que para él lo principal durante el rodaje es escuchar a su interlocutor. Él asume a los testimonios de sus entrevistados como verdades del momento en que emergen, pues «como todo lo que se dice con la palabra, depende del momento en que es hablada. Por eso, considero que cuando estoy filmando vivo un momento único, porque la palabra del otro es provocada por mi presencia con la cámara y la experiencia narrada no es exactamente igual a lo que la persona vivió».[8]
En sus últimas tres películas, Jogo de Cena (2007), Moscou (2009) y As Canções (2011), Coutinho reinventa su método y ya no es él quien va en busca de sus personajes sino que son ellos quienes llegan a un espacio cerrado convenido para la filmaci006 y 2011. Escribe sobre cine, cultura yo una potencia reparadorasical de los brasileños,  daban sus testimonios en un espacio ón, como si allí recogiera los frutos de la semilla depositada en Santa Marta, documental en el cual los moradores de la favela acudían a un espacio adecuado como un set para compartir sus testimonios.
En Jogo de Cena —película que al igual que Cabra Marcado para Morrer establece un punto de giro en la historia del documental brasileño—, Coutinho filma por separado a un grupo de mujeres que comparten experiencias determinantes en sus vidas y cuyas historias luego son repetidas, casi exactamente, por el mismo número de actrices. Realidad y puesta en escena se combinan en un juego en el que el espectador termina por no reconocer más quien dice la verdad y quien la interpreta. A fin de cuentas esto viene a dar igual y comprueba que en el cine de Coutinho las cuestiones individuales rápidamente pasan a ser las de todos.
«Es como si la historia pudiera encarnarse en otros cuerpos y convertirse en colectiva. ¿Pero quién es dueño de su historia?»[9], afirma Coutinho, y aquí me parece importante citar a Ismael Xavier, otro gran teórico del cine brasileño, quien apunta lo siguiente en un artículo previo a Jogo de Cena (el mismo Coutinho reconoce la importancia que tuvo este texto para la concepción de la película. Incluso el título sale de una expresión de Xavier):
«Dentro de diferentes tonos y estilos, cada conversación ocurre dentro de aquel molde que produce la mezcla de espontaneidad y de teatro, de autenticidad y de exhibicionismo, de crearse una imagen y ser verdadero. Por parte del entrevistado, hay un deseo de apropiarse de la escena, de tomar el momento de la filmación como afirmación de sí, en consonancia con la situación dialógica que ahí se busca; componer un estilo, un modo de estar y de comunicarse.»[10]
En 2009 Coutinho lanza Moscou, filme heredero de Jogo de Cena. La película es recibida tibiamente por la crítica: Moscou es un «impasse», dice Eduardo Escorel en la Revista Piauí #35. En el filme, Coutinho acompaña el proceso de ensayo de la pieza Las tres hermanas, de Antón Chéjov, un montaje dirigido por Enrique Diaz con la participación del grupo teatral Galpão, de Belo Horizonte. La obra no tendrá estreno, pues los ensayos ocurren únicamente para la cámara por pedido del cineasta. Dice Coutinho que escogió la obra «porque Chéjov es un maestro y la pieza provoca una sacudida profunda en los actores», sin embargo apenas participa en la adaptación y la puesta en escena. Si en su anterior película, Jogo de Cena, la línea entre ficción y realidad se esfumaba paulatinamente, aquí las fronteras quedan definitivamente sobrepasadas. Coutinho ya no sube al escenario. Ahora su cámara se pasea entre el palco escénico y los bastidores del teatro y va registrando la lectura de los textos, los ensayos y los ejercicios de preparación en los que los actores se apoderan del texto desde su perspectiva personal. Él permanece fuera.  
«Esa película fue una locura. Editamos un primer corte de cuatro horas y media, y yo no sabía qué hacer. Un amigo vio el material y me dijo que el filme no existía. Entonces João Moreira Salles lo vio y dijo «existe». Él sugirió que me olvidara de la interacción en la pieza, que olvidara el orden, y que seleccionara aquellos momentos donde emergía la cuestión de la verdad frente a la ficción; y así lo logramos. Me tomó seis meses editar la película. Fue la experiencia más dolorosa de mi vida. Es un filme al que le fue mal, pero al mismo tiempo yo considero que tiene un misterio interesante», afirma Coutinho.[11]
 En As Canções, el cineasta retoma el dispositivo de Jogo de Cena, entrevista a sus personajes en una silla en el escenario de un teatro y, al pedirles que canten la canción de sus vidas, obtiene testimonios sentidos y conmovedores que trazan un panorama de la psique carioca, por no decir brasileña. Sorprende esa facilidad que tiene la gente de Brasil para comunicarse (lo que de alguna manera camufla el desfase existente entre clases sociales, como explica Coutinho). Son capaces de compartir experiencias íntimas y del corazón sin mayor reserva y claro, con qué inmenso repertorio musical.
Aunque el canto es una constante en la obra de Coutinho que se explicita en As Canções, siempre ha tenido una presencia fundamental. Ocurre con esos personajes cantores lo que Deleuze definía como «el momento de la verdad», cuando en la comedia musical el personaje «entra en baile» como se «entra en sueño»; solo que aquí entraría «en canto». En As Canções, el canto emerge no solo como el estímulo más directo de la memoria, sino también como una fuerza reparadora para corazones heridos.
Coutinho hace alusión a una escena del filme, donde uno de los personajes, Queimado, rememora una canción de Jorge Ben Jor gracias a la cual se reconcilió con su novia. «Yo le pregunté: ¿Para qué sirve la música?. Y él dijo una cosa maravillosa: «Hay olores, pero no siempre estás oliendo... Pero la música, la escuchas, la cantas y recuerdas algo». La música es como una mecha que hace a la memoria más afectiva, y ese es un filme sobre el sentimiento».[12]


[1] XAVIER, Ismail. O cinema brasileiro moderno. São Paulo: Paz e Terra, 2001.
[2] BERNARDET, Jean-Claude (1985). Victoria sobre el tacho de basura de la historia. En CAMPAÑA, María y MESQUITA, Cláudia (comps.) El Otro Cine de Eduardo Coutinho. Quito: Corporación Cinememoria, 2012.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6] MESQUITA, Cláudia y SARAIVA, Leandro (2003). El cine de Eduardo Coutinho: notas sobre método y variaciones. En El Otro Cine de Eduardo Coutinho.  
[7] CAMPAÑA, María «No quiero saber cómo es el mundo, sino cómo está», Una conversación con Eduardo Coutinho. En El Otro Cine de Eduardo Coutinho.  
[8] Ibíd.
[9] Ibíd.
[10] XAVIER, Ismail (2003). Indagaciones en torno a Eduardo Coutinho y su diálogo con la tradición moderna. En El Otro Cine de Eduardo Coutinho.
[11] CAMPAÑA, María «No quiero saber cómo es el mundo, sino cómo está», Una conversación con Eduardo Coutinho. En El Otro Cine de Eduardo Coutinho.
[12] Ibíd.

* Publicado en el catálogo del VIII Festival Internacional de Cine Documental de Navarra, Punto de Vista, febrero de 2013, Pamplona-España.

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