lunes, mayo 13, 2013

Una vez entré en un jardín: lo personal, lo político y lo poético


Avi Mograbi es un cineasta de referencia en los EDOC desde que, en 2005, presentamos por primera vez su trabajo recogido en una pequeña retrospectiva. Del humor político de sus primeros filmes (aquellos que conocimos en dicha ocasión), el horror retratado en su obra maestra Venganza por sólo uno de mis ojos (presentada un año más tarde en los EDOC5), la aséptica y singular Z32 en la que recogía testimonios de antiguos soldados israelíes en los Territorios Palestinos (EDOC8), Mograbi se reinventa con un filme que profundiza nuevamente en las heridas no suturadas del conflicto palestino-israelí pero que, sin embargo, deja ver a un cineasta más calmo y hasta melancólico; menos combatiente y más preocupado por las derivaciones intelectuales, emocionales y afectivas del conflicto, que del horror de la supervivencia cotidiana en los territorios ocupados –algo latente en filmes como Detail (EDOC4)–.
En Once I Entered a Garden (Una vez entré en un jardín), el cineasta –judío israelí con ancestros levantinos– encuentra a su profesor de árabe, Ali Al-Azhari, y le propone que hagan una película juntos. Ali es un personaje de un sorprendente carisma y capacidad de reflexión, un palestino que (como él mismo grafica en una hilarante secuencia del documental) no para de correr contra el establishment sea musulmán, árabe, israelí o judío, porque más que con los dogmas su espíritu conjuga con la lucidez de las ideas libres.
Las conversaciones de los dos amigos en torno al filme que no sabemos si algún día existirá y la búsqueda de locaciones que hablan de su historia en común se convierten en la materia del documental en el que participan, además de Mograbi y Al-Azhari, el camarógrafo Philippe y la hija de Ali (Yasmín, una vivaz niña mitad árabe mitad judía que por momentos se roba la película), como personajes secundarios.
A manera de sueños aparecen intercalados bellos episodios en 8mm, imágenes en blanco y negro como cartas de amor filmadas de una judía libanesa a su amante que ha emigrado a Israel y a quien nunca volverá a ver. La misteriosa y atemporal mujer, de la que apenas tenemos referencia, encarna de alguna manera la tragedia de los judíos levantinos que, paulatinamente, se vieron forzados a emigrar de su tierra. Los extractos relatan de manera poética y sugerente una historia de ruptura, abandono y desarraigo que no es específica de esta mujer y que dialoga con aquella de los palestinos que, como Ali, por el contrario, no pueden volver a la tierra donde nacieron, en su caso un antiguo territorio palestino convertido en colonia judía en la Galilea israelí.
En una secuencia del filme en la que Avi le enseña a Ali las fotos de su familia en Líbano y Siria, llegan a una imagen del abuelo y Avi le pregunta: “¿Qué era? ¿Un judío? ¿Un judío-árabe? ¿Un árabe?”. “Era más árabe que yo, sin duda”, responde Ali. “Era un árabe en términos de su vestimenta, sus gustos, sus anhelos y sus tormentos; su música y sus sueños. Pero su religión era el judaísmo”. “Mi padre habría muerto con esa respuesta”, confiesa Avi.
Quizás ese jardín del que habla Mograbi sea un Oriente Próximo sin fronteras, aquellas que se cerraron a finales de los años cuarenta, fronteras no solamente geográficas sino especialmente étnicas, religiosas, de costumbres.
Apenas el documental comienza, cuando Mograbi le propone a su amigo que trabajen en equipo y le asegura que será una colaboración prácticamente a medias, Ali quiere delinear las reglas del juego antes de aceptar participar en él. Va tan lejos que hasta llega a preguntarle qué pasaría si muere a la mitad de la película. Pero no es esa suposición de su propia muerte la que me sorprende, como este reflexión que resuena:
“Lo que me preocupa es la carga del conflicto que pesa sobre mí. Yo no salgo en películas todos los días, así que esta es mi gran oportunidad. Quiero hacer algo con esa carga… Esta maldita conciencia de expresarme, comunicar, bendecir, insultar...” ¿Y no será acaso eso de lo que se trata hacer cine documental? ¿Afrontar esa carga?

* Una de las películas más interesantes y complejas de los EDOC y, a título personal, aquella con la que más envuelta estoy, emocionalmente.

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