miércoles, junio 04, 2014

Adiós, maestro Coutinho

El lunes 3 de febrero fue uno de los días más tristes y calientes que he vivido desde que llegué a Río de Janeiro. Los rayos de sol caían implacables y crueles, aletargándonos aún más, como si no fuera suficiente el abatimiento ante la muerte de Coutinho. 
La sala de velaciones del tradicional cementerio carioca São João Batista estaba repleta. Más de una generación de cineastas brasileños se había quedado huérfana el día anterior. Pero el estupor no se sentía sólo entre la gente del cine. Si sus colegas, colaboradores y amigos tenían especial respeto y cariño por él, qué decir de la gente a la que filmó. Los moradores del Edificio Master llegaron para rendirle tributo; Fátima, personaje estelar de Babilônia 2000 y Las canciones, no dudó en entonar unas últimas melodías para él. Fue reconfortante oírla, como si su voz pudiese prolongar el legado de Coutinho. 
Eduardo Coutinho nació en São Paulo, en 1933, pero la mayoría de su vida transcurrió en Rio de Janeiro. Fue el mayor exponente del documental brasileño y uno de los más grandes cineastas de este país. Su extensa filmografía incluye una treintena de documentales para cine y televisión, además de varias incursiones en la ficción como director y guionista. Entre sus películas se destacan títulos como Cabra Marcado para Morrer (1984), Boca de Lixo (1992), Santo Forte (1999), Edifício Master (2002), Peões (2004), O Fim e o Princípio (2006), Jogo de Cena (2007) y As Canções (2011), todas ellas presentadas en los EDOC. 
A Coutinho le debemos los retratos más complejos y emocionantes de las clases medias y populares del Brasil de las últimas décadas. Más que en recursos técnicos, la riqueza de sus películas proviene del intercambio producido por la palabra. Coutinho fue el más grande entrevistador del cine documental latinoamericano, precisamente porque huía de la entrevista a favor de la conversa, modo coloquial para referimos a un diálogo en el que nadie es dueño de las preguntas ni de las respuestas. 
Coutinho no usaba correo electrónico, creo que tampoco celular. Por intermediación de Isabel, su asistente, conseguí una cita para conversar con él en su oficina en el Centro de Creación de Imagen Popular (CECIP). Por aquel entonces yo estaba preparando un libro sobre su obra y quería conversar con él. Conocí a Coutinho una tarde de marzo de 2012. Tengo que reconocer que estaba nerviosa. De Botafogo a Uruguaiana, siete paradas de metro dudando si daría la talla: ¿Cómo entrevistar a mi entrevistador favorito? 
Cuando llegué al Largo Francisco de Paula, en pleno centro carioca, unas gruesas gotas de agua comenzaron a caer. Apenas me había mudado a Rio y desconocía lo abruptas y torrenciales que pueden ser las lluvias en esta ciudad. 
Coutinho tenía fama de mal genio, tal vez porque puteaba bastante y constantemente usaba la palabra porra. Sin embargo aquel día yo descubrí a un hombre curioso y tierno, y como la ternura es una de las cualidades que más valoro en la gente, es con esa imagen de él con la que yo me voy a quedar.  
Coutinho estaba sentado en su escritorio, escribiendo. Supongo que un cigarrillo se consumía en un cenicero. Esto ya no lo puedo asegurar. No sabía si era lo oportuno pero le saludé con un beso. Me senté frente a él y empezamos a hablar. Recuerdo que Coutinho puso su mano sobre la mía con un gesto cariñoso y me agradeció por el interés que el festival había tenido por sus películas, por preparar un libro sobre él, por las numerosas invitaciones a Ecuador que debido al mal estado de sus pulmones nunca pudo aceptar. 
Coutinho hablaba bajito y tenía la voz ronca. Poco tiempo después sufriría una recaída de salud de la que afortunadamente se recuperó bien. Tenía el cuerpo frágil por consecuencia de su hábito empedernido de fumar. 
Yo no tuve que decirle nada porque fue él quien pronto comenzó a preguntar. Hablamos de religión, de su método de filmar, de sus películas y sus personajes, del poder de la palabra, de política, de música, de las caras ocultas del Brasil. La conversación duró casi un par de horas. Me despedí emocionada, revitalizada ante una conversación estimulante que volvía a darme motivos de querer crear, construir, soñar y cantar. Al salir, seguían abiertas las tiendas de electrodomésticos que abundan en la zona de Saara. Entré en una de ellas y compré una cocina grande donde algún día podría cocinar para muchos de mis amigos. Hacía tiempo que no estaba tan feliz. 
De todo lo que Coutinho me dijo, esto lo guardo como un tesoro. Lo comparto con ustedes, para que siempre esté presente: 
«No hay pureza. La pureza y la perfección son las únicas cosas que me revuelven. La pureza y la perfección son fascistas. Entonces mis filmes son por la vida, porque la vida será siempre imperfecta, porque la vida será siempre incompleta. La perfección es la muerte. Se acabó. Yo no soy optimista, pero mis filmes están a favor de la vida porque aceptan la imperfección del ser humano y de la sociedad. No quiero saber del paraíso. Quiero saber qué hacen las personas frente a la dureza de la vida y de los tiempos. A veces pueden cantar un bolero, puede ser eso.»

Escribí este texto para la revista 25Watts, de la CCE. Ahora que ya se ha publicado lo reproduzco aquí en mi blog.  

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